A golpes con el presente y el pasado

Jacobo Llamas

El boxeador

Alfons Cervera

Piel de Zapa (2024)

Los grandes escritores tienen algo de visionarios por su capacidad de observación, sensibilidad y agudeza intelectual para advertir o intuir en sus relatos el fermento de un tiempo. Los de Alfons Cervera anuncian, desde los años ochenta, con el desencanto de los personajes de sus primeros libros y las voces de sus poemas, una de las principales tachas de la democracia actual: la del olvido de los asesinados y represaliados por la dictadura franquista. Si lleva haciéndolo desde entonces y hasta El boxeador, novela publicada estos días, es porque en España el olvido y la desmemoria son parte del huevo de la serpiente fascista que, como el dinosaurio, siempre ha estado ahí, pese a los paréntesis esperanzadores, aunque a destiempo, de leyes como la 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, que nunca llegó a denominarse "Ley de Memoria Democrática y Antifascista", como el escritor defendió.

Tal vez por eso, Alfons Cervera nos vuelve a recordar en El boxeador que tras el levantamiento de 1936 las autoridades franquistas siguieron torturando, encarcelando y asesinando a personas cuyo único delito fue, como expresa el personaje de Angelín a sus casi noventa años, perder una guerra y "lo malo es que han pasado muchos años y sus descendientes la siguen ganando, se diga lo que se diga para que todos podamos seguir viviendo tranquilos" (página 118).

El boxeador se articula en torno al regreso de Román al pueblo de Los Yesares, de donde, siendo un niño, partió con sus padres a Francia después de la guerra para huir de los vencedores franquistas. A pesar de eso, nunca ha dejado de conocer lo sucedido en el pueblo por las cartas de Sunta, que nació tras su marcha. Casi ochenta años después, en 2015, el regreso le permite, además, reencontrarse con amigos como Luciano y Jacinto, conocer en persona a Angelín y a Sunta, y reunir de nuevo, y probablemente por última vez, las historias que ha ido contando sobre Los Yesares a lo largo de los años: la de Fausto, el corredor que se dejó ganar una carrera para no honrar a las autoridades franquistas; la de Rosario, asesinada cuando bajaba de llevar comida a los del monte; o la de Guadalupe, la madre de Angelín, molida a palos por dos guardias civiles. Algunas de esas historias aclaran qué pasó con la trompeta del payaso Charly, añaden personajes como los de Rogelio y el boxeador Esteban Ventura, introducen nuevos detalles sobre el asesinato del maestro fascista, don Abelardo, en el cine Musical, y aportan, al decir de Cervera, una mayor ironía. Angelín, por ejemplo, no deja de escuchar a los Beatles pese a sus noventa años y se cree famoso por aparecer en los libros de Román: "yo mismo salgo en algunos de los libros de Román y por eso me he hecho famoso en el pueblo, incluso fuera del pueblo" (página 117).

El boxeador de Alfons Cervera recupera, por tanto, lugares y personajes ya conocidos de novelas como El color del crepúsculo, de 1995, su celebrada Maquis, de 1997, o Tantas lágrimas han corrido desde entonces, de 2012, en las que narra las vidas de aquellos que fueron víctimas de la dictadura franquista, y sirve de referencia, sin pretenderlo, para jóvenes como Lola, que sabe "que la única manera de cerrar las heridas del pasado es contarlas" (página 109). Contar, como explica Román, que "seguimos utilizando el lenguaje de los vencedores. Si aún se sigue llamando ejército nacional al ejército fascista. Y pasamos de la República a la guerra como si no hubiera habido en medio un golpe de Estado el 18 de julio de 1936" o que "después de una dictadura otra dictadura. Nadie elige a los dictadores ni a los reyes" (página 129).

El personaje de Lola se convierte en un resquicio de esperanza como depositaria de la memoria de generaciones presentes y futuras, pero también en la evidencia de que la serpiente fascista siempre ha estado ahí y es "como si Franco y los de la Falange hubieran sido los buenos y nosotros [dice Angelín] los malos, como si los guardias hubieran tenido la razón para quemarme los dedos sólo porque mi padre se subió al monte porque estaba harto de las palizas que le arreaban en el cuartel" (página 118). Todo ello justifica la insistencia de Alfons Cervera a la hora de denunciar una y otra vez la represión franquista en sus novelas, conferencias y artículos periodísticos como epítome de lo sucedido en otros lugares de España durante la dictadura.

La mezcla de dolor, rabia y emoción por lo que se cuenta en El boxeador se acrecienta por lo que para un lector de la obra de Alfons Cervera supone reencontrarse con personajes que fueron creados hace casi treinta años y por los que han pasado veinte en la ficción; así es más plausible que Angelín, Luciano, Jacinto, Sunta y el propio Román sigan vivos y que se asuma que en la actualidad se está volviendo a imponer la mentira, el olvido, el silencio y el miedo. Y siempre las dudas cuando se habla del exilio: ¿son imposibles los regresos? "Nunca pensé regresar a Los Yesares después de tanto tiempo", dice Román a Lola casi al final del libro. "Pero estarás contento, ¿no?", pregunta ella a modo de respuesta. Y la que a sí mismo se da Román guardando silencio: "La miro con cara de no saber qué contestar" (página 146).

Como es habitual en su obra, en El boxeador Cervera vuelve a recurrir a la novela corta (147 págs.), a romper la continuidad argumental, cronológica, del punto de vista y estilística de los relatos convencionales que están más cerca de la tópica expresión de emociones y sentimientos que de la realidad, y a experimentar con los paratextos. Casi todos son citas de escritoras, Concha Alós, Ángela Figuera Aymerich, Francisca Aguirre, Carmen Castellote y María Teresa León, que recalcan la importancia de las mujeres en la formación lectora del autor y como personajes de su obra, aunque en El boxeador el paratexto más significativo de todos reza, en su posición inicial: "al 14 de abril de 1931", sin olvidar la dedicatoria final "para Jean Ortiz, comunista, hijo de rojo y del exilio, que se murió en Pau el 22 de julio de 2023" (página 147).

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Así pues, los lectores habituales de las novelas de Alfons Cervera reconocerán en El boxeador los códigos creativos del autor, mientras que quienes se acerquen a ellas por primera vez descubrirán, conforme se vayan familiarizando con esos códigos tan radicalmente personales, cómo el posible desconcierto del principio se vuelve gozosa y significativa lectura hasta el final de la historia.

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* Jacobo Llamas es profesor de Literatura Española en la Universidad de León.

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