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Cultura

Verdad, precariedad y Netflix

Debate sobre periodismo y literatura en el Hotel Florida.

¿Dónde está el Hotel Florida, en Madrid? En ninguna parte. Estaba en la plaza de Callao, junto a la Gran Vía, cuando se convirtió en centro neurálgico de los corresponsales internacionales durante la Guerra Civil, cuando por allí se paseaban —es un decir, pero no del todo— Ernest Hemingway o Martha Gellhorn. Allí está hoy un centro de El Corte Inglés, en cuya cuarta planta el ciclo de charlas Hotel Florida, organizado por Alfonso Armada y Carlos García Santa Cecilia, trataba de hacer lo imposible: recuperar aquel espacio de trabajo, o, más bien, de conversación. El miércoles por la tarde atacaba su tercer encuentro con el que parecía ser su tema central: la unión entre periodismo y literatura. Para acercarse al tema, estaban los periodistas y escritores Gregorio Morán, Laura Ferrero, Karina Sáinz Borgo y Clara Usón, con la moderación de Gonzo, responsable del programa Salvados tras Jordi Évole. Y apenas hizo falta su intervención, porque el debate no tardó en avivarse.

La primera pregunta de Gonzo amagó en convertirse en choque: ¿qué tiene que tener un texto periodístico para ser literario? “No me gustan las prescripciones”, protestaba Clara Usón, Premio Sor Juana Inés de la Cruz por El asesino tímido. "¿Cuándo creo que un texto periodístico puede ser literario? Cuando está bien escrito. Cuando tiene una intención de estilo y de emoción. No hay la menor duda de que lo que hacía Chaves Nogales es literatura, y que la crónica de la última crónica del Barça no lo es". "¿Por qué no?", desafiaba Laura Ferrero, editora, crítica literaria y autora de libros como Piscinas vacías y Qué vas a hacer con el resto de tu vida. "¿Por qué no va a ser literaria una crónica del Barça?". "Tienes razón, me retracto”, admitía Usón: "Si están bien escritas, lo serán".

Y, apenas saldado el primer entuerto, llegaba el segundo. Gregorio Morán, autor de libros como El cura y los mandarines, opinador que no huye de la polémica —más bien al contrario, se arroja contra ella—, lanzaba una pulla contra los periodistas de hoy: "El peligro de hablar de periodismo y literatura es que siempre nos vamos a las columnas del último periódico". Habría que ir a buscar, defendía las fuentes de la literatura española en Larra, del que bebe "incluso Galdós". Y luego estaba Chaves Nogales, al que el periodista aludía para sugerir que hay que buscar siempre a los maestros en el pasado. Las tres compañeras no dudaban en saltar. Karina Sáinz Borgo, redactora cultural de Vozpópuli y Zenda Libros y autora de La hija de la española, contestaba al aparente pesimismo de Morán: "Hay una generación de escritores que tienen muy presentes tanto a Chaves Nogales como a Larra. Yo los leo". ¿Y qué hay de Leila Guerriero?, azuzaban a Morán. ¿Y Martín Caparrós? "Hombre, si nos ponemos a sacar la guía telefónica…".

El tercer round llegó por caminos insospechados. Sáinz Borgo sacaba una palabra inesperada: Netflix. "La producción de ficción televisiva se impone", reflexionaba en voz alta. Fariña, el libro de Nacho Carretero, un largo reportaje sobre el narco gallego, alcanzaba al gran público con la serie de televisión homónima —a la que se sumaba la inestimable colaboración del juez que ordenó secuestrar el título por la denuncia del exalcalde de O Grove—. Creedme, producida por Netflix, nace de un reportaje periodístico ganador de un Pulitzer. "¿No se está espectacularizando para crear un producto?", se preguntaba la periodista. Gonzo añadía lo suyo: "Salvados utiliza técnicas cinematográficas, pero tiene que poder contrastarse desde el primer minuto hasta el último. ¿Qué sirve mejor en esto de trasladar una realidad a quien no la puede conocer de primera mano?". Laura Ferrero lo tenía claro: "Cuanta más gente llegue ese producto, si es bueno, para mí siempre es mejor. Que una serie como Fariña llegue hasta ahí, a mí me parece un éxito". Usón negaba la mayor: "No creo que haya que elegir entre una cosa y otra. Hay una competencia feroz por la atención del espectador, que es voluble, para tenerle atrapado, y eso me parece bien, siempre que sea honesto". Y Morán se llevaba las manos a la cabeza: "Que en un debate sobre literatura y periodismo se hable de series y documentales… Es una nueva era".

La memoria viva de García Márquez

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Un nombre que sí se esperaba en un debate como este es el de Svetlana Alexiévich, periodista bielorrusa ganadora del Nobel de Literatura con una obra basada, ante todo, en el reportajeo y las entrevistas. "Ella nos ha aportado un nuevo género", celebraba Usón. Eso engarzaba con otro tema que sacaba Gonzo. ¿Qué prima más en el periodismo narrativo? ¿La historia o el yo? Laura Ferrero apostaba por un modesto "fifty fifty", asegurando que "tiene tanta importancia que tú sepas transmitir tu mirada como que la historia tenga relevancia". Pero de inmediato nombraba a la argentina Leila Guerriero, reconociendo su "capacidad que tienen para hacer que nos interesen temas que nunca nos habrían interesado". Como un baile regional en Una historia sencilla o o un pianista desconocido para los españoles en Opus Gelber, su último libro.

Los debates sobre literatura y periodismo no están completos si no tocan un tema: la relación con la verdad. Quien ejerce el periodismo, explicaba Karina Sáinz Borgo, está obligado a contar la verdad, y quien se dedica a la literatura está obligado a crear "un pacto de ficción". Pero Morán, de nuevo, se negaba a dar la razón: "Todos, el periodista canalla y el periodista brillante, todos defendemos la verdad. Ese es un punto de unión entre el periodismo y la literatura, porque lo que uno escribe es verdad, porque uno lo escribe". Decía el escritor que La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, es "un gran reportaje" sin mucho interés literario, crítica que le afeaban las compañeras —y quizás olvidaba el periodista que, más allá de la historia del dictador dominicano Rafael Trujillo y quienes confabularon contra él, la otra mitad del libro, la referida a Urania Cabral, es completamente ficción—. Aparecía también Javier Cercas, con Soldados de Salamina, una novela sobre cuya no ficción se discutió arduamente —Sáinz Borgo recordaba la polémica con Arcadi Espada—, y Morán se salía por la tangente para aseverar que el libro era un reportaje "manipulador" escrito "con el culo". "¿Hay algún libro que le haya gustado?”, lanzaba la periodista venezolana, pregunta resuelta con las risas del público y dos nombres: Max Aub y Juan Benet.

Y hablando del yo había que hablar también de los males de la profesión. "¿Qué malas artes de la literatura han transformado el periodismo?", preguntaba Gonzo. "Eso no viene de la literatura, sino más bien al revés", negaba Gregorio Morán, "como la literatura panfletaria…". Lo que no se han contagiado mutuamente es la riqueza. Gregorio Morán insistía en que muchos escritores viven del periodismo, mientras Karina Sáinz Borgo matizaba aludiendo a la precariedad de la profesión. Laura Ferrero y Clara Usón protestaba: ninguna de las dos viene ni vive de los medios. "Yo no sé qué hago aquí", bromeaba esta última. Y se lo recordaba Gonzo: La hija del Este, una novela sobre la hija del general Ratko Mladic, criminal de guerra serbobosnio, partía de una investigación. "Hice una investigación periodística, pero no soy periodista", zanjaba ella. ¿Y qué más comparten ambas profesiones, en lo práctico? La premura de los editores, decía Morán, que a los periodistas les apremian a final del día y a los escritores les reducen los plazos de entrega. ¿Algo más? Un elemento que el periodista ataba también al Hotel Florida, en los breves minutos que se dedicaron a su recuerdo: el whisky.

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