El otro día, en Vallecas

José Enrique Centén Martín

Sucedió en Vallecas (Madrid), pero podría haber sido cualquier otro barrio de la misma estructura social. Quería ver a mi madre –tarea infructuosa por no avisar, una hora esperando– y, en esa espera, me crucé con un albañil conocido. Por cortesía pregunté cómo le iba la vida; su respuesta fue contundente. "Ya ves, viviendo, llevo 14 años jubilado y aburrido con 600 euros, que al menos me da para comer".

Ya de regreso y estando parado en un semáforo cerca del Puente de Vallecas cruzaban ante mí los transeúntes y, al fijarme en los mayores, empiezo a pensar cuántas historias, deseos y frustraciones tenía delante. Hubo una persona que me saludó, no sé si me confundió, yo no la recordaba. Vi pasar a otras caras conocidas, pero no de amistad sino de tránsito, personas con las que pude haber compartido el metro, la barriada, conocidas desde pequeño cuando Vallecas era como un pueblo. Nos conocíamos, las he visto partir a sus trabajos con la tartera o a su regreso, algunos con el diario Pueblo, que era vespertino. Ahora deambulan los días soleados, no tristes, tampoco alegres, no sabría definir ese estado de ánimo. Las caras podrían ser de resignación porque sus vidas se acaban sin haber logrado muchas metas. Y me acordé de Mariano.

Al ponerse en verde el semáforo, me desvié del camino y me encaminé al centro, subí por la calle Goya, aparqué y me fui a un semáforo para ver cruzar a la gente. Eran diferentes caras, ropas, comportamientos, las manos enguantadas con bolsas o bolsos, no en los bolsillos o con el carro de la compra, ni siquiera hay gente pidiendo. Y volví a acordarme de Mariano en una de sus frases magistrales pronunciada el 26 de julio del 2014: “Ya se ve la cara de felicidad de la gente con la que se cruza por la calle”. Y deduje la realidad; supe por dónde para este y sus ministros.

A continuación, me senté en un banco que había en la acera y empecé a recordar mis deseos y frustraciones, una vida de trabajo y lucha diaria hasta el momento, ya me queda menos para llegar a la edad que observaba y no quisiera estar en la misma situación que los vallecanos –por el aire triste que percibí–. En la medida de lo posible, sigo siendo crítico y reivindicativo para lograr mejoras sociales. Creo que inconscientemente tomé la decisión años atrás, cuando pude acceder a la Universidad, un deseo cumplido, pero muchos otros nunca logrados –incluso deseos triviales por infantiles, como aquel, ya pasada la juventud y con hijas, leyendo un suplemento de El País cuando vi un reportaje sobre los limpiacristales de los rascacielos de Nueva York, me vi transportado a esa situación y siempre que veo esos edificios, pienso lo mismo, por qué no habré sido limpiacristales de rascacielos, me gustaba y me gusta observar esas nuevas catedrales de nuestro siglo desde abajo, de vez en cuando en la Plaza Castilla miro hacia arriba y me veo limpiando los cristales, más cerca del cielo viendo el horizonte lejano, horizonte que desde el suelo solo son fachadas.

También recuerdo aquella frustración y ridículo que experimenté; dejé de ir a las manifestaciones del 1ª de Mayo, por resultarme ridículas, soy de las manis de finales 60 y 70, reivindicativas. Las actuales con tabucadas, pitos han suprimido la seriedad de dicho día. Los sindicatos, si quieren un día festivo, que organicen una fiesta obrera en la casa de Campo y al día siguiente o el anterior la manifestación preceptiva y seria. Hay muchísimo que reivindicar para estar de fiesta en una manifestación obrera. Por eso me fui a París en los 90, parecían manifestaciones reivindicativas, pero hice mi mayor ridículo, en París ese 1 de Mayo salí del hotel y deambulé por las calles, a lo lejos vi una gran algarabía de banderas y me encaminé a su encuentro a manifestarme, pero al llegar casi me da un vuelco el corazón, era la de Le Pen, salí de allí avergonzado. Al cabo de los años, recordando mi ridículo recapacité y me asombré, también la derecha allí reivindicaba algo, no iban a reventar nada, en España estamos acostumbrados a ser perseguidos por la Policía con la inestimable ayuda de grupúsculos reventadores propios o de la extrema derecha, extrema derecha tan diferente a la francesa. Lo cual me llevó de nuevo a reafirmar mi admiración por Francia y su trayectoria de asilo y gran respeto a las libertades aunque sufran atentados de los intransigentes ideológicos o religiosos.

¿Cuándo nuestra patria será así?, otra frustración que añadir.

José Enrique Centén Martín es socio de infoLibre

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