Librepensadores

Trump y los muros de la vergüenza

Juan José Torres Núñez

En un poema muy conocido de Robert Frost, Mending Wall [Reparando el muro], dos vecinos se reúnen todos los años en primavera para reparar un muro de piedras que separa sus propiedades. Uno nos cuenta que “Hay algo que no siente amor por un muro”. El otro repite que las “Buenas vallas hacen buenos vecinos”. Vemos, pues, el ritual de una historia simple, pero si reflexionamos parece que hay algo más profundo en la descripción irónica del vecino que quiere muros. El narrador dice: “Lo veo con una piedra empuñada en cada mano/Como un salvaje armado de la Edad de Piedra”. Y observando sus movimientos, al final concluye: “La sombra en que se mueve me parece/Más que sombra de selvas o de ramas”.

Un muro significa protección, separación, división, pero también significa segregación y falta de comunicación. El poema no se decanta por ninguna opción, pero la ironía sí nos muestra la falta de diálogo de la sociedad insolidaria en que vivimos. La insistencia en los muros nos convierte en trogloditas y nos remonta a la Edad de Piedra. El presidente de los EEUU quiere que se construya un muro en la frontera de México. Mejor dicho, quiere continuar la construcción del muro que Bill Clinton ordenó construir en 1994 y que con los presidentes Bush y Obama se fue alargando un poco. Esto en España suscita controversia, quizá porque sabemos que México es un país que acoge a los inmigrantes. Nuca olvidaremos aquel día en que el presidente mexicano Lázaro Cárdenas recibió en el puerto de Veracruz a los emigrantes españoles que tuvieron que abandonar España como consecuencia de la guerra civil. México acogió a unos 25.000 entre 1939 y 1942.

Vivimos, pues, en un mundo en donde crecen los muros de la vergüenza en la sociedad irreal y absurda que hemos creado: en India-Paquistán, Arabia Saudí-Irak, Corea del norte-Corea del sur, Kuwait-Irak, por nombrar solo unos cuantos. Pero de todos los muros construidos, los que más vergüenza producen son los de Palestina y el del Sáhara Occidental. Los palestinos viven segregados en su propia tierra. En 1919 Inglaterra y Francia dividieron artificialmente la región y Palestina fue entregada a los sionistas, siguiendo los acuerdos de la Declaración Balfour de 1917. Los británicos abandonaron a los palestinos, dejándolos a merced de los sionistas –que hasta entonces solo habían adquirido el 5% de la tierra. Después, ya todos conocemos la historia: la creación del Estado de Israel en 1948, la guerra de 1967 y la famosa resolución de las Naciones Unidas, el 22 de noviembre de 1967, exigiendo a Israel la retirada de sus tropas hasta las posiciones anteriores a su agresión. Israel nunca ha respetado las resoluciones de las Naciones Unidas. En la última, la 2334, el Consejo de Seguridad condenó los asentamientos judíos en los territorios palestinos ocupados, instando a Israel a que paralice la “colonización”. Trump ha criticado esa condena. ¿Y cuál ha sido la respuesta de Israel? Aprobar la construcción de 5.500 viviendas más en el territorio palestino de Cisjordania y legalizar 53 colonias judías construidas sin autorización en terrenos palestinos. El Estado judío queda separado de la Cisjordania ocupada por un muro de la vergüenza con alta tecnología y la comunidad internacional mira a otro lado.

España abandonó el Sáhara y al pueblo saharaui en 1966. Marruecos y Mauritania se repartieron el norte y el sur. Mauritania se retiró después y Marruecos se incorporó su parte en 1979, materializando así la ocupación. Hoy tenemos un muro de la vergüenza de 2.700 km, de arena, piedras, minas y alambradas de espino. Los países no pueden ocupar territorios y después cercar a sus habitantes. En España también tenemos una frontera artificial formada por dos vallas y alambradas con cuchillas en Ceuta y Melilla, para reforzar la seguridad. Esta cuestión nos obliga a volver al principio y recordar que un muro también significa protección. Los países construyen muros porque consideran que son necesarios para su seguridad, para impedir la llegada masiva de inmigrantes, evitar refugiados, delincuentes, asaltos y violaciones, para combatir los delitos cometidos por la policía, evitar el contrabando de armas, evitar una invasión, para combatir a los narcotraficantes y las bandas criminales violentas y sobre todo para combatir al terrorismo. Si nosotros dijéramos a los países del mundo que tienen que derribar sus muros, nos contestarían que somos unos románticos visionarios. Para muchos países son muy importantes, aunque para nosotros no son la solución.

Parece que sí existe una solución. El señor Trump haría bien en restaurar la Ley Glass-Steagall, como Franklin D. Roosevelt implementó en 1933, ya que la ha incluido en su programa electoral. Según Helga Zepp, fundadora del Instituto Schiller, “En el mundo existe el peligro de que se repita la crisis del 2008”. Contestando a la pregunta de Bill Jones (Executive Intelligence Review), si el presidente iba a restaurar la ley, el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, respondió que sí, y añadió: “el presidente es consecuente”. Pero la cuestión no está resuelta. Esto significaría la creación de un banco nacional en la tradición de Alexander Hamilton, la separación de los bancos comerciales de los especulativos, el establecimiento de un sistema de crédito y un programa de energía de fusión y cooperación internacional espacial, es decir, las Cuatro Leyes de Lyndon LaRouche, que por supuesto el Imperio británico y los bancos de Wall Street están en contra. Y lo peor es que el enemigo está dentro. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, el amigo de George Soros –que dijo en Davos que deseaba el fracaso de Trump-, no quiere saber nada de la Ley Glass-Steagal. Para Helga Zepp hay soluciones inmediatas muy esperanzadoras si EEUU se suma a este proyecto que hace 20 años, ella y Lyndon LaRouche emprendieron: La Nueva Ruta de la Seda, el Puente Terrestre Mundial. Paras ella esto significaría “un verdadero desarrollo económico global”. Un ejemplo de este proyecto lo podemos ver en el puerto que China está construyendo en Angola (Cabinda), con 600 millones del banco de China y 180 millones del Fondo Soberano de Angola. Con este dinero se terminará la primera fase este año. Al terminar las tres fases habrá una carretera y un puente. Este proyecto supone la creación de 20.000 puestos de trabajo. China está ayudando al desarrollo de los pueblos con la economía que ellos llaman win-win [todos ganan]. Esta filosofía, como ha explicado Dennis Small, se opone a la ley de la selva de Darwin, en donde siempre gana el más fuerte. Como comenta Helga Zepp: “Esta es una forma de superar la confrontación geopolítica –la causa de las dos Guerras Mundiales del siglo XX”.

Los misteriosos planes de Trump para Israel e Irán

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Resulta muy interesante que el 10 de diciembre de 2014 el presidente de México, Enrique Peña Nieto, expresó en un discurso su deseo de unirse al nuevo paradigma de los países del BRICS con un plan de desarrollo de 10 puntos. En un artículo de Dennis Small y David Ramonet: “El Presidente de México se enfrenta a la ‘revolución de color’ con proyectos de infraestructura” (EIR), resaltan la importancia que el plan de Peña Nieto anunciaba: “un programa de paz, unidad y justicia”. Según los autores, fue la amenaza de la revista The Economist y el periódico Financial Times, es decir, la presión de la City de Londres, y también de la Casa Blanca, lo que dio lugar a que Peña Nieto “revocara un contrato con China para la construcción de un ferrocarril de alta velocidad entre la Ciudad de México y Querétaro. Esa presión fue parte de la desestabilización estilo revolución de color que han desatado contra México el Imperio británico y sus títeres estadounidenses”.

Ese plan de desarrollo de Peña Nieto encajaría perfectamente con el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda, como él quería, y con el proyecto de Donald Trump para la construcción de infraestructuras en EEUU. Pero, como ha subrayado Helga Zepp, para que esto se produzca Trump “tiene que restaurar la Ley Glass Steagall”. Peña Nieto ha advertido que “la Paz se construye con el desarrollo”. Y para que haya desarrollo, prosperidad y paz, se necesita que EEUU, Rusia, India y China cooperen con el win-win para acabar de una vez por todas con el winner takes all de la jungla en donde unos cuantos se llevan todo y los demás se quedan sin nada. La confrontación solo conduce a la guerra. El señor Trump tiene la posibilidad de reescribir el poema de su compatriota Robert Frost y repetir: “Buenos puentes hacen buenos vecinos”.

Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre

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