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Literatura

‘Alguien dice tu nombre’: la mirada del escritor

Luis García Montero, 'Alguien dice tu nombre'

Teresa Aranguren

“Mi profesor de Literatura me dijo que aprender a escribir es como aprender a mirar, como conseguir ver las cosas necesarias para encontrar un sentido”, dice el protagonista de la historia que Luis García Montero cuenta en primera persona con la voz de León Egea, un joven pueblerino, estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, que quiere ser escritor. Declaración de principios literarios y vitales en boca del personaje –autor– protagonista que nos avisa, nos prepara, nos ofrece la pista fundamental para entrar en un relato que desde el primer momento se nos presenta como un proceso de aprendizaje, el del joven que quiere ser escritor y sabe que antes tiene que aprender de la vida, coleccionar experiencias y las palabras que sirven para expresarlas, ejercitar, por ejemplo, la secuencia de los tres adjetivos, justos, precisos, redondos, que para serlo (justos, precisos, redondos) deben surgir no de una verborrea supuestamente literaria sino de la lucidez de la mirada. Aprender a mirar. Hacia dentro y hacia afuera, hacia uno mismo y hacia el mundo, el mundo que siempre son los otros. Y ver lo que ya estaba ahí aunque aún no había sido visto. El don del artista no consiste en inventar sino en desvelar. Lucidez en fin. Y pulso narrativo. Y una sólida arquitectura literaria. Todo eso está en esta novela.

Una ciudad, Granada, una época, verano de 1963, la sequía pertinaz del franquismo en el aire y en las vidas. El escenario de una historia mínima, cotidiana y discreta –yo también padezco la manía de los tres adjetivos- que Luis García Montero convierte en retrato minucioso y compasivo de un tiempo- no tan lejano– y de las gentes que lo habitaron, que lo habitamos. No hay estereotipos, nadie en esta novela es lo que simplemente se supone que es, ni el oficinista gris es tan gris ni simplemente un oficinista , ni la secretaria tan sólo una eficaz secretaria, ni el camarero del bar un camarero y ya está; creo que Luis García Montero aplica a su literatura un principio ético muy kantiano, los seres humanos no son medios para lograr algo, cada uno es cada uno, un fin en sí mismo, y los personajes de una novela en cuanto trasuntos de seres humanos no se pueden despachar con trazos que dibujen el tópico del oficinista, el revolucionario, la chica, el joven galán; merecen respeto, son humanos, contradictorios, irritantes, egoístas, tiernos, únicos… Y si llegamos a conocerlos, siempre nos sorprenden.

La trama de Alguien dice tu nombre se apoya en esa capacidad de sorprender que nos devuelven “los otros”, en la sorpresa del joven León que es también nuestra sorpresa, la del lector, ante lo erróneo de nuestras apreciaciones previas o primeras; he ahí una gran virtud narrativa, sorprender, que la historia no resulte previsible, que no esté escrita antes de ser escrita, que no cumpla la expectativa de lo previsto; a eso le llamamos tensión narrativa, la dosis justa de intriga que nos engancha a la página siguiente y a la otra y a la otra. La clave de que una novela se lea con facilidad, que es como debe leerse una novela. Con ganas de no dejarla. Y de vez en cuando con el placer del hallazgo feliz, del destello que ilumina algo que posiblemente ya sabíamos pero no habíamos pensado aún, no habíamos nombrado aún.

“Escribir es seducir”, dice el joven proyecto de escritor al reflexionar sobre lo conveniente del uso de la ironía en la literatura.

"Seguir a una persona a través de una ciudad es como leer filosofía. Uno mantiene el paso en el argumento, se sorprende, se para, deja de comprender, intenta aclararse, se orienta de nuevo y vuelve a ponerse en marcha. Siempre a merced de las cabezas ajenas. Da igual que sea Platón, san agustín, Descartes o Kant".

Me hace mucha gracia este párrafo.

O este otro: "Las personas desnudas, aunque quieran comportarse de forma perversa, están siempre a un paso de la ingenuidad".

Hay mucha agudeza y mucha gracia salpicando un texto en el que nada sobra y nada falta, porque la escritura nunca está por encima ni por debajo de la historia sino a su servicio.

Vida y literatura engarzadas en un juego de espejos en el que el joven León que protagoniza y cuenta la historia ¿es personaje que actúa como autor o el autor camuflado de personaje? No hay respuesta, o mejor “eso no necesito saberlo” que, jugando al juego de espejos al que el autor nos incita, sería la respuesta del oficinista Vicente, ese personaje gris que, diríamos , vive una existencia pequeña y resignada, y que, según avanza la narración y se nos permite atisbar más de cerca su vida, engrandece, cobra lustre y se desvela como un enigma. De algún modo todos los personajes de Alguien dice tu nombre son enigmáticos. A través de la rutina de su cotidianidad adivinamos, el joven León adivina, “un algo más” que no termina de cuadrar con la aparente normalidad de una vida sin estridencias. Un misterio. Material literario. Y de la vida.

Alguien dice tu nombre. Y entonces existes.

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Teresa Aranguren es periodista y escritora

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