Teatro

Estos protagonistas no tienen alma

Una imagen de 'Mi gran obra'.

Una evoca en su título la idea de grande; la otra, de pequeño. En realidad, ambas propuestas sintetizan los dos extremos: de historias y biografías mínimas son capaces de extraerle jugo a la verdad revelada. Y lo hacen a partir de la materia sin alma: los objetos. En un arranque de temporada atípico, el madrileño Teatro de la Abadía -que celebra su 20º aniversario- presentó ayer sus dos primeras funciones del nuevo curso: Mi gran obra(del 16 al 21 de septiembre), de David Espinosa, y Petit Pierre(del 17 al 28 de septiembre), dirigida por Carles Alfaro y protagonizada por Adriana Ozores y Jaume Policarpo.

El primer montaje, en el que no hay presencia humana ni tampoco escenario, se desarrolla a través de una serie de personajes encarnados en pequeñas figuritas de plástico, a escala 1:87 y dispuestos sobre una mesa en torno a la que sitúa el público, 23 personas por pase y colocadas en dos alturas, los de arriba con binoculares de ópera. El segundo gira en torno a un carrusel repleto de artefactos que los dos actores manejan y que giran al ritmo del peculiar y colorido artilugio, una recreación de uno fabricado el siglo pasado por el pastor francés Pierre Avezard.

Conmovedor Petit Pierre

Nacido en 1909, Avezard –conocido por todos como Petit Pierre- fue testigo involuntario de los grandes dramas que punzaron Europa a lo largo del siglo XX. Medio ciego y casi sordo de nacimiento, con el rostro modelado a base de deformidades, el pequeño Pierre fue enviado a trabajar con las vacas de niño, sin llegar a aprender siquiera a leer y escribir. Con todo, ni los problemas de fuera ni los suyos propios cortaron las alas de su imaginación, que se manifestó en la construcción de ingenios artísticos. “La obra es como un poema escénico, que cuenta cómo Petit Pierre va sobreviviendo desde su interior a pesar de estar absolutamente rechazado”, explicó Alfaro. “Así, se abren dos líneas de interpretación: el contexto del siglo XX, plagado de conflictos y guerras, y el pequeño oasis que él crea”. 

Atraído por la idea de la acción y su correspondiente reacción, del movimiento de las máquinas, Pierre dedicó buena parte de su existencia a dar forma a un enorme carrusel fabricado con objetos encontrados como planchas de metal, neumáticos, maderas… con los que modeló personajes, coches o animales que giran en una hermosa y entrañable obra de art brut. “El espectador de Petit Pierre asiste sobre todo al asombro. Es testigo de cómo este ser fue ajeno a lo que estaba pasando tan cerca de él, en medio del fango más horrible”, agregó Ozores, que actúa por primera vez en La Abadía. “Se consigue la creación de la belleza a través de la interpretación”.

Escrito originalmente por la canadiense Suzanne Lebeau, el texto de la obra -subrayó Policarpo- contiene el poso “del espíritu de Petit Pierre”, de cuya historia afirmó que se presenta como un relato ante todo “conmovedor” que, además, se mueve al ritmo del carrusel, con sus ritmos repetitivos que remiten a la idea de una canción de cuna y que, a la vez, como si de un mantra se tratara, son capaces de “elevar” la mente. Aunque fue hace "muchos años", cuando vio la obra por primera vez junto a su compañía, La Bambalina, “retuvimos el recuerdo durante muchos tiempo, y después de estos años de crisis pensamos que era una buena base para afirmar que seguimos creyendo, a pesar de todo lo que sucede”.

La obra más opulenta (y más austera) del mundo

Acostumbrado a asistir a mil y una representaciones teatrales, a David Espinosa le dio también por recapacitar sobre el tema de la crisis. “Pensaba en lo que yo haría si tuviera el teatro más grande del mundo y un presupuesto ilimitado”. En principio, la cuestión no parecía tener fácil respuesta, al menos no un comprobable, pero él supo cómo sacarla adelante: levantando esa misma obra imaginaria a escala 1:87. Los protagonistas de mi gran obra son así un nutrido grupo de figuritas de maqueta de tren que, entre todas, pintan “un retrato de la sociedad donde no hay palabra, pero que a la vez está cargado de texto”.

Sustentados en el humor y la ironía, los personajes –que no están articulados, pero sí se mueven sobre una mesa de la mano del propio Espinosa- van generando un relato que bucea entre los territorios de la risa y otros más oscuros, con violencia o sexo incluidos. “Me interesaba la idea de provocar teatralidad a partir de figuras que no se mueven”, explica el autor, que es también actor y bailarín. “El resultado es una dramaturgia muy cerrada, muy coreográfica".

Acompañados de una música “cinematográfica”, los mariachis, los guardias civiles y demás personajes en miniatura  que componen la peculiar función pululan entre botellas que hacen de rascacielos y otros objetos mundanos que se convierten en realidades diferentes en la cabeza del espectador. “Lo interesante es cómo a partir de algo muy conceptual se puede hacer algo muy teatral”, dice el dramaturgo, que define su propuesta como “algo intermedio entre el teatro, la danza y las artes visuales”. Y tras dos años girando con su pequeña gran obra, Espinosa ha llegado por fin a una conclusión sobre la necesidad o no de un gran presupuesto: “Desde la imperfección también se pueden hacer cosas hermosas”.

Jaume Policarpo y Adriana Ozores, en un momento de la representación de 'Petit Pierre' | SAMUEL DOMINGO

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