Literatura española

Novelas sobre la Guerra Civil: ¿moda o tema eterno?

Novelas sobre la Guerra Civil: ¿moda o tema eterno?

Hace unas semanas, el crítico literario y doctor en literatura David Becerra publicaba La Guerra Civil como moda literaria (Clave Intelectual), un ensayo en el que analiza el poso ideológico de 181 novelas publicadas entre los años 1989 y 2011. Entre los títulos en los que se centra el ensayista están algunos tan reconocibles como El corazón helado y la serie de episodios nacionales de Almudena Grandes; Soldados de Salamina, de Javier Cercas; La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina; o La fiesta del oso, de Jordi Soler.

Becerra sostiene que muchos de estas novelas presentan una trama histórica sin Historia, donde la Guerra Civil parece funcionar únicamente como un atractivo telón de fondo sobre el que se elabora un relato de amor o de aventuras. De esta manera, arguye el ensayista, las conclusiones que arrojan estas narraciones impiden construir lo que él denomina una memoria histórica “de verdad”, es decir, un discurso que consiga poner de relieve, de manera evidente, que “nuestro presente es heredero de aquel pasado vencedor, del pasado que ganó la Guerra Civil”. “La memoria no sólo tiene que ser una forma de recordar a nuestros antepasados, a nuestros muertos, sino que tiene que ser un instrumento para cambiar el presente”, afirma el ensayista.

De tan categórico juicio, Becerra no salva ni una sola de las novelas publicadas durante el periodo que ha analizado, aunque considera que algunos títulos, como Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez; o Los rojos de ultramar de Jordi Soler, son novelas “muy interesantes” desde el punto de vista que defiende.

Pero, empecemos por el principio. ¿Son las novelas sobre la Guerra Civil una moda? Becerra apunta que, a partir del 2000, se produjo un boom en la producción literaria sobre el tema. Según los datos que aporta, entre 1989 y 1998 las novelas cuyos argumentos estaban situados durante el conflicto apenas superaban los seis libros al año; y es a partir de entonces cuando se empiezan a publicar más de 10, siendo el pico más alto en 2010, cuando aparecen en las librerías 17 novelas sobre la Guerra Civil. Y la misma tendencia experimentan las reediciones y reimpresiones de títulos anteriores.

David Becerra durante una conferencia. /BERND KOLTER

Aduce que las razones de este aumento son dos: una literaria y otra política. Por un lado, entre 2001 y 2004 se publicaron tres novelas que cosecharon un considerable éxito de público y crítica: Soldados de Salamina (Tusquets), de Javier Cercas; La voz dormida (Alfaguara), de Dulce Chacón; y la ya mencionada Los girasoles ciegos (Anagrama). Y por otro, el autor busca la explicación política en la creación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en el año 2000 y la aprobación de la Ley de Memoria Histórica en 2007. “Frente a lo que se había establecido en la Transición –explica Becerra- la memoria, el pasado y la Guerra Civil se convierten en tema público y político”.

Sin embargo, la escritora Almudena Grandes mantiene que ese boom que Becerra sitúa a comienzos del siglo XXI habría empezado mucho antes, precisamente en la misma Guerra Civil, y que se habría mantenido constante (con épocas de mayor y menor producción) desde entonces. “Y no se acabará nunca”, añade. Durante el franquismo, según explica la escritora, se publicaron novelas imprescindibles sobre la guerra y la posguerra, como Los hijos muertos, de Ana María Matute, de 1958, una novela ambientada durante el conflicto y que tiene como protagonistas a un exiliado que retorna a España y al hijo de un anarquista. Además de la producción de los autores en el exilio, “que no pararon de escribir”.

Antonio Muñoz Molina, por su parte, dice que no sabe si esa moda existe, ya que desde que publicó Beatus Ille en 1986, su primera novela, no ha dejado de tocar ese tema, “con especial atención en las relaciones entre la guerra y lo que vino después, sus huellas en el futuro, el modo en que se la recuerda o se la olvida”. Y concluye señalando que él, en todo caso, escribe novelas y son los lectores quienes “forman una opinión más o menos informada o más o menos sectaria sobre ellas”.

Volviendo al ensayo de Becerra, el autor hace una diferencia entre los escritores que reproducen “el mito de la cruzada de Franco” en sus historias y los que “escriben con la buena intención de rescatar ciertos episodios de nuestra historia pero que al final, por una cosa u otra, seguramente porque su inconsciente ideológico habla por su voz, terminan también convirtiendo la Guerra Civil en un escenario”. Entre este último grupo, incluye el proyecto literario de Almudena Grandes, episodios de una guerra interminable, una serie de seis novelas que recorren la posguerra y la dictadura franquistas y que se encuentra ahora en el ecuador tras la publicación de Inés y la alegría, El lector de Julio Verne y Las tres bodas de Manolita, en la editorial Tusquets.

“Tengo la sensación de que aunque su proyecto literario es muy loable, que quiere cuestionar la noción dominante de memoria y rescatar del pasado episodios silenciados, después no es capaz de traducir esa idea en un artefacto literario que sí cuestione de verdad el pasado”, arguye Becerra, matizando que es consciente de que la escritora es muy crítica en sus artículos de prensa y de radio con la manera en la que nos estamos contando nuestra propia historia.

Almudena Grandes se muestra bastante sorprendida con los argumentos que esgrime Becerra sobre su obra, ya que una de las finalidades del proyecto, al situar la trama en los primeros 25 años de la dictadura franquista desde el punto de vista de los resistentes, es precisamente conectar la lucha antifascista con la construcción de la democracia. De hecho, además de un final individual (que el protagonista sobreviva a la dictadura), hay un final colectivo “y amargo” que tiene que ver con la desmemoria y el olvido al que se han relegado algunos de los episodios de la guerra y la posguerra. Como el caso de la invasión del valle de Arán en 1944 por un grupo de guerrilleros, que ella recupera en Inés y la alegría.

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Y si avanzamos un poco más en el tiempo, a la hora de vincular los conflictos de la Guerra Civil con la situación actual de crisis económica e institucional, Grandes señala que “no ha habido tiempo para vincular la visión franquista de la guerra con lo que está pasando ahora”, ya que la novela necesita “reposo” para valorar todos esos factores. Aunque también destaca que, en algunos casos, “no ha habido voluntad”, para realizar ese proceso que reclama el autor de La moda literaria de la Guerra Civil.

Por otro lado, David Becerra defiende su postura asegurando que es necesario “concebir la memoria histórica como un arma política para hacer añicos el presente”. “En tanto que discurso público, la literatura tiene que someterse a la crítica pública y a la exigencia pública. Y la labor del crítico es exigirle que participe en lo público, no que se conforme en el entretenimiento”, responde cuando se le pregunta si quizás esa petición se tendría que hacer a los ensayos y no a una obra de ficción.

Almudena Grandes sostiene una postura diferente a la del ensayista: “La literatura no tiene por qué ser didáctica o pedagógica. Creo que la sutileza es un valor. A mí me gustan las novelas con un amplio margen de interpretación”, explica. De la misma opinión es Antonio Muñoz Molina: “No creo que las novelas tengan que servir ni de arma política ni de nada. Son novelas. Para dar mensajes ya están los manifiestos”, concluye, tajante.

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