Diario de un indeciso

Rivera se destapa

Se acabó. Y quizás a alguno le habría venido bien que la campaña hubiera acabado antes. Que se adelantara este absurdo día de reflexión en el que prácticamente a nadie le quedan fuerzas para reflexionar nada. Desde luego a Albert Rivera probablemente le sobraba este viernes maldito en el que tuvo un ataque de sinceridad y reconoció que no está dispuesto a “apoyar a un grupo de perdedores” para echar al PP si este gana las elecciones. Dicho de otra forma, si el PP necesita la abstención de Ciudadanos para formar gobierno, la tendrá.

Desde el partido naranja se intentó a lo largo del día sacar la pata, aunque no era fácil. Lo que Rivera confirmó era algo que se sabía: que no facilitará en ningún caso un gobierno de izquierdas en el que sumen PSOE y Podemos. Y que por mucho que haya intentado durante meses (con bastante éxito) marcar diferencias con el PP y aparecer como el Adolfo Suárez del siglo XXI, Rivera viene de donde viene y va a lo que va, de modo que si los votos se lo permiten será sostén, por acción o por omisión, para que Mariano Rajoy repita como presidente del Gobierno. (Algo, por cierto, que Rivera había proclamado que no haría).

Sería sano que un votante (indeciso o no) conociera antes de las elecciones cuáles son los posibles pactos postelectorales, las alianzas naturales y las líneas rojas de cada cual. El problema, como en tantas otras cuestiones, es de credibilidad. Uno no conoce a nadie que crea a ningún candidato cuando proclama que “jamás” pactará con otro. (Salvo que sepa que ese pacto será imposible por la otra parte). ¿No sostendrá Rivera a un gobierno de Pedro Sánchez si PSOE y Ciudadanos sumaran la única mayoría posible?

Lo que también convendría (una vez más) es que no se hicieran trampas en la argumentación. Rivera justifica lo que dice del mismo modo que lo hace Rajoy desde que vio que perdería la mayoría absoluta: “Lo democrático es que gobierne la lista más votada”. Falso de toda falsedad. Y parece mentira que lo digan quienes con mayor aparato y fanfarria defienden la Santa Transición. La Constitución no dibujó un sistema presidencialista sino una democracia parlamentaria, en la que gobierna la suma que da la mayoría. Si alguien considera que es más democrático que gobierne quien ha obtenido un voto más que el siguiente en lugar de quienes pueden sumar una mayoría clara en el Congreso, lo que debe proponer es una reforma constitucional que incluya tal cosa.

Y si alguien se apunta a esa propuesta, no olvide además incluir el principal problema de nuestro sistema electoral, que consiste en que, por ejemplo, el número 2 de la lista del PP por Segovia, el diputado-comisionista “desaparecido” Pedro Gómez de la Serna, necesita menos de 40.000 votos para obtener escaño, mientras un candidato por Barcelona precisa llegar a 133.000. Calculado sin comisionistas, ser diputado por Madrid requiere casi cuatro veces más votos que serlo por Teruel.

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Es cierto que con esta misma ley electoral que ha sostenido el bipartidismo y ha sido injusta desde siempre con Izquierda Unida (o con UPyD más recientemente) el mapa político va a variar por completo (salvo fracaso estrepitoso de todas las encuestas), y serán al menos cuatro los partidos que superarán el 15% de los votos a escala estatal. (Ver aquí últimos sondeos). El daño de la Ley D’Hont y del sistema de circunscripciones uniprovinciales será menor, aunque seguirá existiendo. De hecho la mayor incógnita del 20-D probablemente sea hasta última hora la distorsión entre votos y escaños.

El mejor aprovechamiento de la absurda jornada de reflexión podría ser el de rechazar el miedo al futuro. Somos en España muy dados a dramatizar, lo cual facilita a quienes manejan los resortes del poder instalar discursos del miedo. Es un buen día para ver unos cuantos capítulos de la serie danesa Borgen, que tan bien refleja los interiores de un sistema político basado en los pactos, en la negociación permanente, en la cesión de unos y otros y (muy a menudo) en beneficio del interés público. Hay partidos bisagra, sí, pero lo “normal”, en el sentido “normal” de la palabra, es que los pactos de gobierno se produzcan dentro de los bloques ideológicos principales: desde el centro hasta la ultraderecha o desde el centro hasta la ultraizquierda.

Se mire desde arriba o desde abajo, está bien que cada cual se retrate (aunque sea en el último día de campaña) como lo que en realidad es.

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