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La desglobalización según Trump

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump

En el caso de que la agresividad del Gobierno Trump –sobre todo con China y México, aunque no sólo con dichos países– desemboque en una guerra comercial abierta, la economía de EE. UU. puede llegar a perder alrededor de 4,8 millones de empleos en el sector privado, en el nivel más bajo de la recesión que puede golpear al país en 2019, según el estudio (en inglés) de los economistas del Peterson Institute for International Economics (PIIE). Claro que el populista multimillonario le ha confiado la política comercial de la primera economía mundial a un gabinete de guerra, confirmando con esos nombramientos las amenazas que dejó entrever durante la campaña presidencial.

Con la designación de Robert Lighthizer como representante de Comercio de Estados Unidos (USTR), The Donald completa un trío integrado por el economista crítico con China Peter Navarro y el secretario de Comercio Wilbur Ross. Mientras que Trump ha decidido confiar la diplomacia “general” de Estados Unidos a Big Oil, nombrando al hombre cercano a Putin y máximo responsable de la petrolera Exxon Mobil, Rex Tillerson, el Big Steel, o lo que queda de él, será quien tome las riendas de la diplomacia comercial. Todo ello siempre que el Senado estadounidense confirme los nombramientos a los que debe dar el visto bueno.

Robert Lighthizer es un abogado de Washington que ha trabajado durante más de dos décadas en la siderurgia norteamericana, uno de los sectores más visceralmente proteccionistas de la industria norteamericana. En cuanto al millonario Ross, es un financiero buitre especializado en la restructuración de empresas en quiebra y que ha hecho parte de su fortuna “consolidando” fabricantes de acero antes de revenderselos a Indien Mittal, dejando el hueco necesario para meter mano en el europeo Arcelor y forjando así la primera siderurgia mundial.

En 2002, cuando el Gobierno de George W. Bush, presionado por los clientes de Robert Lighthizer, decidió imponer aranceles punitivos (pasaron del 8% al 30%) en algunos productos siderúrgicos importados de 20 países de Asia, de Europa y de América Latina, las motivaciones electoralistas no eran muy diferentes de las trumpistas actuales. Las dificultades reales de las empresas del acero de EEUU tenían entonces poca relación con la competencia extranjera y las víctimas fueron fundamentalmente las empresas estadounidenses grandes consumidoras de acero, empezando por el sector de la automoción.

Mediante un modelo econométrico concebido por Moody’s (la metodología se detalla ampliamente en el estudio), los investigadores del PIIE (Marcus Noland, Sherman Robinson y Tyler Moran) señalan las que están llamadas a convertirse en las principales víctimas americanas de una guerra comercial total fruto de la imposición de impuestos del 45%, en los productos importados de China, y del 35%, en los procedentes de México; ambos países representan el 25% del comercio internacional de bienes y servicios de Estados Unidos. “En un escenario de guerra comercial total, el Estado de Washington puede ser el más afectado, llegando a perder un 5% de los empleos privados, si lo comparamos con un modelo estándar. Y eso no es todo, el empleo caería más del 4% en numerosos Estados, incluidos California, Connecticut, Indiana, Illianois, Kentucky, Maryland, Massachussets, Michigan, Minnesota, New Hampshire, Nuevo México, Nueva York, Carolina del Norte, Ohio, Pensilvania, Rhode Island, Texas, Utah y Wisconsin”. En lo que respecta a los condados –el análisis llega a a ese nivel de concreción–“el de Los Ángeles en California sería el más gravemente afectado (176.000 empleos), seguido por los de Cook (Illinois, Chicago), con 91.000, y el de Harris (Texas, Houston), con 89.000”.

Este impacto geográfico tiene una correlación directa lógica con la repercusión que las medidas–sobre todo las que se tomen en China– pueden tener en las empresas americanas. Si el Estado de Washington está entre los más perjudicados es porque allí se encuentra la principal herramienta industrial de Boeing, aunque la sede social del gigante norteamericano de la aeronáutica pasase de Seattle a Chicago. “China tiene bastante peso en la cartera de pedidos de Boeing y Airbus ofrece una solución alternativa perfectamente factible. La producción aeronáutica de EE. UU. se basa en una docena de sitios, donde se concentraría el eventual impacto de las represalias comerciales. La paralización de los pedidos chinos puede significar la destrucción de 179.000 empleos en Estados Unidos. Las regiones metropolitanas de Seattle-Tacoma-Everett, en el Estado de Washington (condados King-Pierce-Snohomish) y de Wichita (Kansas, condados de Sedgwick y de Butler) son los más afectados.

Impacto sectorial y geográfico de una guerra comercial

No sólo los empleos del sector industrial están en peligro. China es un importante cliente de los productores estadounidenses de soja y puede dirigirse, de un día para otro o casi, a los proveedores brasileños o argentinos. “El caso de la soja afectaría a condados rurales de Mississipi, Missouri, Tennessee y Arkansas. 21 condados harían frente a pérdidas locales de empleo superiores al 10%, los de Sharkey, Mississippi (40%), Bolivar, Mississippi (25%) y Mississippi, Missouri (21%) serían los más gravemente afectados”.

Y no sólo están en el aire los empleos directos. “Los sectores más gravemente afectados son los relacionados con la industria manufacturara y minera, pero las mayores destrucción de empleo afectarían al comercio mayorista y minorista, a la restauración y a las agencias de colocación”. Según los autores, la política de Donald Trump “pone en riesgo las condiciones de existencia de millones de estadounidenses, la mayor parte de los cuales no creen que sus empleos estén vinculados con el comercio internacional. Las víctimas de EE. UU. en esta guerra comercial sería muy desproporcionada entre los trabajadores situados en la parte más baja de la escala y poco cualificados”.

No obstante, los economistas del PIIE muestran sus reservas en tres puntos del modelo analizado. En primer lugar, los intercambios internacionales ahora están condicionados hasta tal punto por las “cadenas de valor globales” (véase el ejemplo clásico del iPhone) que es probable que “el modelo subestime las perturbaciones que induciría las orientaciones previstas” por Donald Trump. En segundo lugar, el modelo no puede evaluar la capacidad de sustitución de las empresas, que encontrarán otros proveedores extranjeros si chinos o mexicanos quedan fuera de juego. Por último, es imposible prever cuál sería el impacto de una guerra comercial semejante sobre lo que se llama clima de los negocios o de la inversión. Dicho de otro modo, si bien no está claro que siempre suceda lo peor, el panorama puede ser bastante peor de lo que sería la realidad.

Por último, hay que contemplar, al margen del modelo de estudio, el impacto macroeconómico. “En el escenario de una guerra comercial total, la imposición de aranceles a China y a México (con las subsiguientes represalias de dichos países) equivale a gravar las operaciones comerciales, desalienta exportaciones e importaciones y contribuye al declive a largo plazo de la eficacia. La subida de precios a la importación provoca el aumento de la inflación y la Reserva Federal de Estados Unidos sube los tipos de interés... la Bolsa baja y la incertidumbre aumenta... El aumento de las primas de riesgo y el mayor coste de la deuda y del capital afectan a la inversión, empujando a la economía a la recesión en 2019”. A más largo plazo, se lleva a cabo la diversificación comercial, las empresas de EEUU encuentran eventualmente otros proveedores y otros clientes, la subida de los precios está controlada y la economía recupera la senda del crecimiento. Pero estamos lejos de registrar un crecimiento del 4%-5% prometido por Trump a sus electores.

¿Guerra comercial? Yes, he can!

En estos momentos, ¿el magnate-presidente puede desecandenar una guerra comercial abierta? Yes, he can! En el preámbulo jurídico del estudio de impacto económico del PIIE, Gary Clide Hufbauer enumera los diversos instrumentos legales que le permitirían imponer una guerra comercial pasando por alto la eventual resistencia del Congreso, en todo caso durante el tiempo suficiente para causar importantes perjuicios. Lo más intrigante, puesto que ya se ha utilizado en circunstancias semejante, es el Trading With the Enemy Act (TWEA) de 1917. Para Hufbauer, el TWEA es la “madre de todos los poderes presidenciales sobre el comercio internacional, los viajes, la inversión y las finanzas”. Es verdad. Estados Unidos no está en guerra contra China ni México, pero tampoco lo estaba en 1971 cuando Richard Nixon, al “suspender” la convertibilidad del dólar en oro (se ponía fin con ello al orden monetario creado en 1944 en Bretton Woods), decidía en ese momento establecer un impuesto temporal del 10% a las importaciones, amparándose en la “situación de urgencia” abierta por... la guerra de Corea, que había concluido en 1953.

A los trumpistas se les abre otra vía en virtud del International Emergency Economic Powers Act de 1977. “Como el TWEA, el IEEPA concede al presidente amplios poderes para regular todo el comercio internacional y congelar activos. Suponiendo que los tribunales interpreten que “regular” incluye a las tarifas, como hizo el Tribunal de Apelación de aduanas y patentes con el impuesto del 10% de Nixon, el presidente Trump puede invocar el IEEPA para imponer tarifas al nivel a y a las importaciones de su elección”.

Por supuesto, las víctimas de las políticas proteccionistas de Trump, empezando por las empresas norteamericanas, tratarán de acudir a los tribunales, del mismo modo que los países afectados recurrirán al mecanismo de resolución de litigios de la OMC, siempre que Estados Unidos siga formando parte de la organización. Pero pasará bastante tiempo, meses, por no decir incluso años, antes de que se resuelvan estos recursos. Lo más probable es que los países afectados –China entre ellos, sin duda– pongan en marcha represalias sin esperar.

¿Cumplirá Trump sus amenazas? Una cosa está clara: el regreso (gracias a los documentalistas de Frontline) a su primera intentona abortada, en 1988, de lanzarse a la carrera de la presidencia de EE. UU pone de manifiesto que lleva en el ADN el proteccionismo, lo mismo que otros prejuicios todavía más nauseabundos. El mismo documental aclara la “filosofía” de vida del multimillonario de la telerrealidad. Su visión del mundo, heredada de su padre Fred Trump, que lo dividía entre ganadores, asesinos y perdedores. Una visión semejante está en las antípodas de las teorías en las que se sostienen, desde hace más de medio siglo, el auge de los intercambios internacionales y el consenso partidario vigente en Estados Unidos durante el mismo periodo.

Por supuesto, los daños infringidos a Estados Unidos por la desaparición de este consenso por la ruptura trumpista no se limitan a la economía. Tal y como han advertido numerosos analistas, acabar con el tratado del TPP (Transpacific Partnership), algo que Hillary Clinton tenía previsto hacer, es enviar una señal geopolítica a los aliados tradicionales de Estados Unidos en esta parte del mundo, firmantes del acuerdo. Supone abrir toda una avenida a China, que permanecía apartada de una negociación concebida para “contener” una potencia que podía desafiar la hegemonía norteamericana en el Pacífico. Como observa Kenneth Courtis, presidente de Starfort Holdings y exvicepresidente de Goldman Sachs para Asia, “el mercado norteamericano, con sus 300 millones de consumidores es muy importante para los chinos, sin lugar a dudas, pero a medio y largo plazo, los países unidos por esta nueva ruta de la seda suman alrededor de 4.000 millones”.

Más cerca de Estados Unidos, empobrecer y desestabilizar notablemente a México sólo puede llevar a que aumente la emigración hacia el norte, precisamente en un momento en que el saldo migratorio al norte de la frontera ha pasado a ser negativo (los mexicanos que regresan son más que los que se van de su país). Tratándose de Trump, cuyos propósitos racistas contra los inmigrantes mexicanos abren cualquiera de sus peroratas electorales, supone todo un tiro en el pie. Confrontado a la eventual renegociación del Alena impuesta por Trump, Canadá va a tener que plantearse seriamente la cuestión de la diversificación de sus intercambios comerciales, que en un porcentaje superior al 80% se dirigen a su embarazoso vecino del sur, apunta Courtis, que forma parte de los asesores internacionales del primer ministro Justin Trudeau. Canadá, como muchos aliados de Estados Unidos, ha decidido sumarse a la Banca Asiática de Infraestructuras creada por iniciativa de Pekín.

A decir verdad, es poco probable que los argumentos, razonamientos o simplemente los hechos puedan hacer cambiar de opinión a un hombre que, tanto en lo que se refiere a los autores de la violación de una runner en Central Park en 2008 (atribuido por error a un grupo de negros) como en el caso del certificado de nacimiento de Obama (al que acusó de no haber nacido en Estados Unidos), nunca ha admitido haberse equivocado en nada. Al menos, la llegada a la Casa Blanca de este plutócrata megalómano y narcisista tendrá como consecuencia el relanzamiento del debate teórico y práctico sobre los efectos positivos y negativos del crecimiento de los intercambios comerciales. Comparado con la desglobalización según Trump, la globalización de las últimas décadas corre el riesgo de parecer realmente “afortunada”. _____________

Un grupo pro marihuana repartirá 4.200 porros entre los asistentes a la toma de posesión de Trump

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Traducción: Mariola Moreno

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