Los libros

‘Marienbad eléctrico’, de Enrique Vilas-Matas

Portada de Marienbad eléctrico, de Enrique Vila-Matas.

Sonia Asensio

Marienbad eléctricoEnrique Vilas-MatasSeix BarralBarcelona2016

Entenderán que una servidora (limpiadora de suelos durante un tiempo alegre, vale lo mismo para las pescaderas) pueda viajar a Cascais sólo por ver el faro que la enamoró en alguna obra de Enrique Vila-Matas. Y que recuerde y sienta el bravo oleaje del océano, el viento del fin del mundo, los ojos cerrados, cada vez que leo que uno de mis novelistas favoritos ha publicado un nuevo libro.

Entenderán que si Vila-Matas puede ver a Rimbaud en el Puente de las Artes o si es capaz, ante una sensación producida por la inmensidad, de trasladarse a una calle de Dublín y estar al lado de Samuel Beckett, teniendo ambos, fíjense, una “revelación infinita”, pueda yo sentarme en una mecedora del Palacio de Cristal en una de las “instalaciones” de Dominique Gonzalez-Foerster y releer con pasión a Bolaño. Entenderán que viviendo la literatura, una pueda soñar con que sus males desaparezcan cambiando de nombre como hacía Enderby.

Porque leyendo a Enrique Vila-Matas se tiene la sensación de que la frontera entre literatura y vida es una línea demasiado imprecisa donde vicariamente transitas poniendo los pies a ambos lados, no siendo plenamente feliz si tu decisión pasa por alojarte en uno de ellos, pobremente. Esta novela es de nuevo, retomando una cita de su autor, la confesión de “la absoluta fe en el arte”. Duchamp dirá que “el arte es la única forma de actividad por la que el hombre como tal se manifiesta como verdadero individuo” y así vemos, como en el resto de su obra, cómo Vila-Matas nos regala un diálogo directo con los escritores que para él reconocemos sus lectores como imprescindibles: Margarite Duras, Pessoa, Perec, Bioy Casares, Borges, Barthes y un largo etcétera.

En esta bendita manía del autor de sembrar su texto de citas literarias, también en Marienbad eléctrico (Seix Barral, 2016), reflexiona sobre ello y llega incluso a definir su novela, cuestión que preocupa mucho a la crítica. ¿Es realmente novela lo que escribe Enrique Vila-Matas? Citas, literatura dentro de la literatura como un juego de matrioskas, retazos de vida de él o de otros a los que admira, indagación más allá de los límites conocidos para revelarnos como Max Estrella en el Callejón del Gato su idea de novela, su idea de arte, de creación, de fundación, de universo.

Y no es liviano hablar de admiración porque esta novela es, además, ante todo, también, un acto de amor hacia Dominique Gonzalez-Foerster, la artista, amiga, escritora sin obra, creadora de espacios y lectora voraz que provoca en el autor precisamente una admiración tal que espera sus encuentros en cualquier ciudad del mundo, pero sobre todo en el café Bonaparte de París, para disfrutar de esa frontera tan difusa entre la literatura, el arte y la vida. La evocación de sus “instalaciones” hace que la lectura se ralentice para buscar imágenes de todas ellas y de las ciudades donde su obra se ha expuesto. Al final el lector entra a formar parte de las habitaciones, consiguiendo otear los abismos y mirar a través de los cristales, incluso hojear los libros que esta artista ha seleccionado en sus exposiciones.

Paul Auster en Aquí y ahora, una novela epistolar indispensable, define a su destinatario, J. M. Coetzee, el término de la amistad. Y dice lo siguiente: “Las mejores amistades, las más duraderas, se basan en la admiración. Se admira a alguien por lo que hace, por lo que es, por cómo se las arregla para andar por el mundo”.  He visto esta amistad y esta admiración en Marienbad eléctrico, esta imprescindible novela (o como decidan ustedes llamarla) del genial, divertido y osado Enrique Vila-Matas. Al final, después de todo, es un elogio a la vida y al arte de Dominique Gonzalez-Foerster o DGF, como prefieran. Sólo el café que comparten en el Museo Rodin confirma al lector cómo una amistad sustentada en la admiración te hace crecer, soñar, filmar, recordar, crear, caminar.

Solamente una vez tuve la suerte de coincidir en Segovia, en el Hay Festival, con EVM. Varios escritores nos hablaron en una charla-coloquio de “su novela favorita”. Lo escuché y me divertí con la devoción que le profeso desde que leí su primera página hace ya unos cuantos títulos. Después he leído con fervor libros tan importantes para mí como El viento ligero en Parma en una preciosa edición de Sexto Piso o Dietario voluble —genial— o Exploradores del abismo –magnífico— o Kassel no invita a la lógica —extraordinario—.

Entenderán que yo ya admiro a Enrique Vila-Matas. ¿Habría alguien, por favor, que me lo pudiera presentar? Aquella noche en Segovia, después, en el mismo bar (“venturoso azar”), no me atreví a molestarlo.

*Sonia Asensio es profesora de literatura.Sonia Asensio

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