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Ucrania: vientos del Este, vientos del Oeste

Manifestantes prorrusos cerca de un edificio administrativo ocupado en Járkov (Ucrania).

Manuel Florentín

En 1985, cuando aún no había caído el Muro de Berlín, nos llegó desde Hungría una película de István Szabó, Coronel Redl,Coronel Redl que tuvo cierto éxito entre nosotros. Klaus Maria Brandauer interpretaba a aquel controvertido oficial del espionaje del ya en decadencia imperio austrohúngaro. En la película se decía que Redl era ruteno, de la región de Galitzia, al este del imperio, términos étnicos y geográficos que desconcertaban un poco en aquella España que salía de la autarquía y que se asomaba a una Europa aún en Guerra Fría. Los más hábiles reparaban que se trataba de Ucrania, pero tampoco se sabía mucho más que algunas generalidades como que era una parte de la Unión Soviética, que por ella cabalgaron los cosacos y que en sus tierras se habían librado sangrientas batallas de la Segunda Guerra Mundial (Kiev, Jarkov, Sebastopol...), además de la romántica y decimonónica Guerra de Crimea con su desastrosa carga de la Brigada Ligera, inmortalizada por Kipling y Tennyson, aunque a nosotros nos resultara más familiar a través de Errol Flynn galopando por el valle de la muerte en la película de Michael Curtiz.

Pasados los años, la distancia histórica y geográfica no ha mejorado nuestros conocimientos de aquellas tierras y pueblos, lo que ha hecho que la actual crisis de Ucrania y Crimea nos haya sorprendido y nos cueste entender algunas claves de lo que está pasando. Se dice que si la población es ucraniana o rusa, que si hay tártaros, que si hablan una u otra lengua, que si son católicos u ortodoxos, que si unos quieren acercarse a la Unión Europea y otros al mercado común que capitanea Moscú con el nombre Comunidad Económica Eurasiática... Informaciones a veces contradictorias, pero que definen en sí mismo una tierra que siempre estuvo entre dos mundos, el europeo y el asiático, que fue frontera entre ambos.

Precisamente Ucrania, ukraina, significa frontera.ukraina La Ucrania que conocemos, nació de la disolución de la Unión Soviética en 1991. Es la única vez que se puede decir que más o menos ha sido independiente a lo largo de su historia. Anteriormente su territorio estuvo troceado entre Rusia, Polonia, Lituania, el imperio austrohúngaro, el otomano... Durante siglos fue tierra de paso por el que transitaron godos, ostrogodos, hunos… Su origen se remonta al Rus de Kiev, creado en los siglos X y XI por los varegos, vikingos procedentes del norte. Teniendo por eje a Kiev, se agruparon en su entorno distintas tribus, especialmente eslavas. Se le considera el primer reino medieval eslavo oriental y, en la memoria colectiva rusa, la raíz de su identidad cultural y religiosa, tras convertirse al cristianismo en 988, en Kiev, el príncipe Vladimir el Grande tras casarse con la hija del emperador de Bizancio.

A finales del siglo XII se le unieron los principados de Galitzia y Volhyna, la Ucrania occidental. Un siglo después sufriría la invasión de los mongoles. Para defenderse de los mismos, se unió al reino polaco-lituano lo que significó que su población terminase a merced de la explotación de su aristocracia latifundista. Los que se fueron librando del yugo polaco y los siervos de la gleba que huían de lo que hoy es la Rusia occidental, junto a tribus nómadas que vagaban por el territorio, se fueron asentando en amplias zonas del este y organizándose militarmente para defenderse de unos y otros en torno a fortificaciones llamadas Sich. Es el origen de lo que conocemos por cosacos que han llenado nuestro imaginario a través de películas como Taras Bulba, novelas como la homónima de Nikolái Gógol -que era de origen cosaco-, La hija del capitán, de PusTaras BulbaLa hija del capitán,hkin, y Los cosacos, de Tolstoi, poemas como Mazeppa de Lord Byron,Los cosacos, Mazeppa o cuadros monumentales como aquel famoso de Ilia Repin en el que pintorescos cosacos zapórogos escriben una carta al sultán otomano Mehmet IV mofándose de él. Imaginario que, alimentado por el romanticismo, incluso llegó a la España de Espronceda quien escribió la Canción del cosaco.

Fueron los otomanos los que les llamaron cosacos: viene de la palabra turca kazak que significa “aventurero” u “hombre libre”.kazak Hubo cosacos en distintas regiones de lo que fue la Unión Soviética: los del Don, Kuban, Terek... Los de Ucrania, sobre todo los del este del país, eran los cosacos zapórogos cuyo nombre viene de construir su primer gran Sich en Zaporizhia, en los rápidos del río Dniéper. Los cosacos se convirtieron en una fuerza mercenaria que vendía sus servicios al mejor postor, y firmaban y rompían alianzas con gran facilidad en función de sus intereses, aspecto que no hay que olvidar para entender algunos aspectos de su pasado y probablemente de su presente.

Los cosacos de la parte occidental dependieron del reino polaco-lituano. Combatieron en las filas de su ejército contra tártaros y otomanos, pero también se rebelaron contra su aristocracia en no pocas ocasiones por la explotación a la que se les sometía, como en 1648. Los de la parte oriental, por afinidad lingüística, cultural y religiosa, y buscando protección frente a los polacos, en 1654 sellaron su lealtad con el zar de Rusia convirtiéndose en su punta de lanza militar. Trescientos años después, en 1954, para celebrar dicha alianza de los cosacos, el entonces dirigente soviético Nikita Kruschev, cedió la península de Crimea, de población rusa y tártara, a la administración ucraniana. Nadie se opuso: no sólo por el sistema dictatorial existente sino porque la Unión Soviética era un mismo Estado y daba igual entonces de quien se dependía administrativamente.

El problema vino cuando se desmoronó la Unión Soviética, y Rusia y Ucrania se convirtieron en dos Estados diferentes: a partir de ese momento, con mayor o menor intensidad, los rusos de Ucrania empezaron a manifestar su deseo de pertenecer a Rusia. Algo parecido a lo que ocurrió en Yugoslavia con los serbios y croatas de Bosnia, y con los serbios de Croacia.

Los cosacos aliados del zar, al igual que sus hermanos de la parte occidental, también se sublevaron contra éste por razones similares. Hasta que el zar Pedro I el Grande y luego la zarina Catalina II, ya en el siglo XVIII, los controló manu militari después de derrotar sendas sublevaciones y ejercer sobre ellos una dura represión. Gracias a ellos, Rusia amplió sus territorios anexionándose el janato tártaro de Crimea, en 1783, y Besarabia, en 1812, que arrebataron al imperio otomano, y Podolia Oriental y Volinia, a los polacos. Con la partición de Polonia entre 1772 y 1795, la parte occidental, Galitzia, terminó bajo la hegemonía del imperio austrohúngaro. Ambas partes del territorio ucraniano llegaron así hasta el siglo XX, hasta la Primera Guerra Mundial y la Revolución Soviética. Por el Tratado de Brest-Litovsk, en 1918, los alemanes obligaron a Rusia a reconocer la independencia de Ucrania. Duró poco por la derrota alemana.

En el Tratado de Versalles que puso fin a la guerra, las potencias occidentales que facilitaron e impusieron la desmembración de los imperios austrohúngaro, prusiano, otomano y ruso, no supieron cómo gestionar las tensiones nacionales y religiosas que afloraron de la descomposición de los mismos. La guerra siguió en todos aquellos países hasta los años veinte para frenar el avance comunista -con intervención de tropas francesas y británicas- y por las tensiones nacionales que generó la redistribución de territorios y fronteras. En el caso de Ucrania, en la parte oriental, de confesión ortodoxa y lengua rusa, que había dependido del imperio zarista, se constituyeron varios gobiernos ucranianos; en la occidental, que fue parte de imperio austrohúngaro, con pueblos católicos -como los rutenos- y ortodoxos, se creó otro gobierno nacionalista. Todo ello unido al avance del Ejército Rojo desde el norte ruso.

La situación llevó a una guerra civil entre distintas facciones del comunismo, rusos blancos zaristas, anarquistas, polacos... No se alcanzó la paz hasta 1921 cuando por el Tratado de Riga la parte occidental, la Galitzia con su capital en L´viv (Lwów en polaco, Lemberg en alemán), pasó a Polonia. Ésta a cambio reconoció la eufemística independencia de la República Socialista de Ucrania que, controlada por el Ejército Rojo, en diciembre del año siguiente fue una de las fundadoras de la Unión Soviética.

En los años treinta, el primer plan quinquenal de Stalin provocó una terrible hambruna en Ucrania, el llamado Holodomor. La resistencia del campesinado a que les fueran requisadas las cosechas y a la obligada colectivización fue castigada con una feroz represión con ejecuciones, encarcelamientos, torturas y deportaciones en masa a Siberia. La política de Stalin provocó una deliberada hambruna que en el invierno de 1932 a 1933 se cobró la vida de cinco millones de ucranianos, con episodios tan espeluznantes como el que los niños que eran dejados por sus padres en los orfelinatos para que pudieran comer, fueran abandonados a su suerte en los gélidos campos. El recuerdo del Holodomor, uno de los mayores genocidios del siglo XX, no tan conocido como otros entre nosotros, aún hoy levanta los recelos de los ucranianos contra Moscú, como capital que fue de la Unión Soviética, y contra el comunismo.

El Holodomor y la represión ejercida en Ucrania por las autoridades comunistas, facilitó el que cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, en la parte occidental las tropas alemanas fueran recibidas como sus liberadores. Por su anticomunismo y su pretendida afinidad cultural por su pasada dependencia del imperio austrohúngaro, los 0nacionalistas ucranianos de la parte occidental esperaban de Berlín que les garantizase la independencia. Mientras, en la parte oriental, en Sebastopol se resistía a los alemanes en un episodio que sigue siendo muestra de orgullo en Rusia y se formaban partidas de resistentes; en la parte occidental, de las filas de la Organización Nacionalista Ucraniana (OUN) salieron los voluntarios para formar, con toda la mística cosaca, la División SS Galitzia y unidades parapoliciales que combatieron a los partisanos y ayudaron a los nazis en la persecución de los judíos.

Pero los alemanes no estaban por la labor de reconocer la independencia ucraniana y en cuanto Stepan Bandera, líder de la OUN, formó un gobierno sin el plácet de Berlín, fue enviado al campo de concentración de Sachsenhausen. Su Ejército Insurgente Ucraniano empezó entonces a combatir a los alemanes primero y después a los ejércitos comunistas polaco y soviético hasta 1950. Bandera, exiliado en Múnich, terminó asesinado en 1959 por el servicio de inteligencia soviético, el KGB.

En 1945, cuando la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin, en territorio de la hoy disputada Crimea, en Yalta, el presidente Franklin D. Roosevelt por Estados Unidos, Josef Stalin por la Unión Soviética, y el premier Winston Churchill por Gran Bretaña, se repartieron sus áreas de influencia en el mundo, que perduraron hasta la caída del Muro de Berlín en 1989. Tras la guerra, la Galitzia pasó a manos ucranianas y los polacos fueron expulsados de la misma. Stalin mandó ejecutar a los colaboracionistas o los deportó en masa a Siberia, como fue el caso de los tártaros que vivían en Crimea, siguiendo la tónica de las limpiezas étnicas. Años después, en 1954, como ya hemos mencionado anteriormente, el sucesor de Stalin, Nikita Kruschev, de origen ucraniano, traspasó Crimea de Rusia a Ucrania y hoy es objeto de las tensiones que conocemos entre Moscú y Kiev, y el resto del mundo.

No fue la única vez que Ucrania veía mover sus fronteras. En 1939, tras la firma del pacto germanosoviético entre Stalin y Hitler, pasó a Ucrania la Galitzia oriental, la Bukovina del Norte y la Volhyna; también perdió el Transniester que hoy es de Moldavia; y en 1946, recibió Transcarpatia que era de Checoslovaquia. Ucrania siguió siendo una de las más importantes repúblicas soviéticas, el granero de Rusia. En 1991 se disolvió la Unión Soviética cuando, tras un largo encuentro en el que parece ser que corrió el alcohol en exceso, los presidentes de Rusia, Boris Yeltsin; de Bielorrusia, Stanislav Shushkievich; y de Ucrania, Leonid Kuchma declararon la independencia de su homólogo de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov.

Tras una serie de tiras y aflojas, la flota soviética del mar Negro, con base en Sebastopol, en su mayoría se la quedó Rusia. Yeltsin y Kuchma firmaron un acuerdo para que durante una serie de años dicha base siguiera bajo control de la Marina rusa, una posición estratégicamente importante para desde aquí acceder al Mediterráneo como en la Guerra Fría. Por otro lado, para conservar un mínimo de vínculos entre las ex repúblicas soviéticas, se puso en marcha la Comunidad de Estados Independientes (CEI). Gracias a los tratados sobre Sebastopol y la CEI, Moscú aplacó a su Parlamento que pidió en 1992 que no se reconociera la cesión de Crimea de 1954, así como las tensiones de la población rusa de Crimea que en 1994 manifestaron su deseo de unirse a Rusia.

Ucrania formó su ejército con tropas y oficiales del exejército soviético, muchos de ellos de origen ruso, a los que se garantizó su mensualidad. Era una época de total descomposición de la antigua URSS, cuyos soldados se pasaban meses sin cobrar y sobrevivían cogiendo lechugas de los campos y vendiendo sus arsenales de armas al mejor postor. Lo que preocupó en Occidente ya que en el mismo había material nuclear. La situación se arregló en parte con el compromiso del Gobierno de Kiev de desnuclearizar el país a cambio de ayudas económicas que solucionasen la difícil situación económica del país. En aquellos primeros años de independencia, los precios subieron un 2.200 por 100 y la inflación era de un 70 por 100. Los sondeos reflejaban una desconfianza del 80 por 100 de la población hacia su clase política.

La situación económica de Ucrania siempre fue frágil y, pese a sus acercamientos a la Unión Europea, siguió dependiendo en gran parte de sus relaciones comerciales con Rusia. Sobre todo en materia energética: el gas y el petróleo lo recibía hasta ahora de Moscú en condiciones favorables a cambio de que por su territorio pasen los gasoductos que llevan el 80 por 100 del gas ruso que llega a Europa occidental. Esta dependencia supuso una espada de Damocles para su clase política, que tenía que hacer equilibrios entre mantener buenas relaciones con Moscú y sus deseos de abrirse a la Unión Europea. Ello provocó múltiples injerencias rusas en la política interna ucraniana con amenazas de cortarle el suministro energético y obligarle a pagar las deudas contraídas cuando los inviernos eran más crudos. Situación que desembocó en no pocas crisis y una continua inestabilidad.

Una de las crisis más importantes tuvo lugar en torno a las elecciones de noviembre de 2004 que, de alguna manera, es el punto de partida de la situación que estamos viviendo. El presidente ruso, Vladimir Putin, se personó en Kiev e hizo campaña a favor del hace poco presidente ucraniano depuesto, Viktor Yanukovich, sucesor de Leonid Kuchma y defensor de estrechar lazos con Moscú. Su opositor era Viktor Yushenko, partidario de abrir Ucrania a la Europa occidental. Éste acudía a las elecciones aliado con Yulia Timoshenko, que compartía las aspiraciones de Yushenko pero que a la vez mantenía estrechas relaciones con Moscú como dueña de un grupo empresarial importador de gas ruso. Se jugaba mucho Moscú en esas elecciones.

En 2000, impulsado por Putin, se había constituido la Comunidad de Estados Eurasiáticos (Eurasec) con el objetivo de superar los déficits de la CEI y estrechar más los lazos entre los antiguos países de la Unión Soviética a través de crear un mercado común al estilo de la Unión Europea. De hecho, en Washington se vio en la Eurasec la vía por la que Putin pretendía recuperar para Moscú el área de hegemonía que gozó durante la Unión Soviética y el imperio zarista, para de nuevo ser una potencia mundial a tener en cuenta. El problema es que dependiendo de quién ganase las elecciones se vincularía o se alejaría de la Eurasec, y Ucrania a ojos de Moscú es vital para la reconstrucción de la misma por su historia y cultura común, su potencial económico y su posición geostratégica como corredor entre Europa y Asia y salida de Rusia al Mediterráneo por el mar Negro.

Yushenko enfermó súbitamente. Tratado en Viena, cuando reapareció a mediados de septiembre, su cara estaba completamente desfigurada. Se diagnosticó que podría haber sido envenenado. El mismo Yushenko acusó a “servicios secretos” afines a su opositor que habrían intentado apartarle de la carrera electoral. En la segunda vuelta de las elecciones, con Yushenko repuesto, se denunció que los resultados electorales habían sido fraudulentos. La negativa gubernamental a repetir los comicios desató una movilización popular que ocupó el centro de Kiev sorprendiendo al mundo: es lo que se ha llamado la Revolución Naranja.

Durante dieciocho días, miles de personas mantuvieron día y noche paralizada de forma pacífica la vida administrativa de la capital. Las regiones del este, ruso-parlantes y afines a Yanukovich, amenazaron como reacción con imponer su autonomía. Las negociaciones entre las partes, con mediación internacional, lograron alejar la amenaza de la guerra civil y la secesión del este del país. Se volvieron a celebrar elecciones y esta vez salió elegido Viktor Yushenko.

La victoria de Yushenko no ayudó a mejorar las relaciones con Moscú ya que a Putin le molestaba su política proccidental. A lo que se unía que la Unión Europea, con sus ampliaciones, ya llegaba a las fronteras de Ucrania y esto iba a dinamizar las relaciones económicas entre ambas. En enero de 2009 estalló la llamada Guerra del Gas. Rusia cerró el paso del gas a Ucrania, y con ello al resto de Europa. El motivo: la deuda que tenía con la compañía rusa Gazprom, la negativa ucraniana a firmar un nuevo contrato y que, según Moscú, Ucrania robaba gas de los gasoductos. La situación fue dramática en Ucrania -y en los países europeos vecinos- en aquel duro invierno. A ello se sumó una crisis de Gobierno por rivalidad entre el presidente Yushenko y la hasta entonces su aliada, la primera ministra Yulia Timoshenko: aquel cesó a ésta al aprobarse leyes que recortaban sus poderes presidenciales.

La crisis con Rusia acabó con un nuevo contrato con condiciones menos favorables para Ucrania. Algunos aspectos poco claros de la firma del mismo serían usados contra Timoshenko y sus intereses gasísticos. Fue detenida y condenada a siete años de cárcel en un proceso sin garantías jurídicas.

El broche final de esta espiral de tensión fue la cumbre de la Unión Europea de Vilna, en noviembre de 2013, en la que terminaba la presidencia semestral comunitaria de Lituania. En las precedentes cumbres de Praga, en 2009, y Varsovia, en 2011, se había ido perfilando un proyecto de asociación económica de la UE con algunas repúblicas ex soviéticas. La firma tendría lugar en Vilna. Bielorrusia rechazó la invitación desde un primer momento y, meses antes de la cita de Vilna, fue Armenia quien se retiró. Pese a las presiones de Moscú, el presidente Yanukovich parecía que lo iba a firmar, pero en el último momento no lo hizo. Para la juventud, muy golpeada por el paro desde la crisis de 2008, la UE significa empleo, un modelo de libertades y tener cobertura frente a las injerencias de Moscú. La frustración generada por la actitud de su Gobierno llevó a la oposición a lanzarse a la calle. El Maidán de Kiev fue tomado durante un par de meses al igual que varios edificios públicos. Jóvenes de la parte occidental, especialmente de Lviv, acudieron a la capital para unirse a las barricadas.

Hubo numerosas víctimas por la violencia desatada tanto por las fuerzas antidisturbios como por los manifestantes, muchos ataviados con prendas militares. En el Maidán estaba la oposición moderada de Timoshenko, del ex boxeador Vitali Klitschkó -que emergió como uno de los líderes de la revuelta- y del movimiento cívico Spilna Sprava (Causa Común); pero también miembros de los grupos nacionalistas y de extrema derecha en torno a Svoboda (Libertad), el antiguo y filonazi Partido Social Nacional, y el Pravyi Sektor (Sector Derecha) que agrupa a algunas fuerzas neonazis y paramilitares como Patriotas de Ucrania (ex milicias del Partido Social Nacional), Tryzub (Tridente) y la Asamblea Nacional Ucraniana / Autodefensa del Pueblo Ucraniano, los llamados “afganos”, veteranos de las guerras de Afganistán, Chechenia, Georgia… Volvieron a ondear las banderas rojinegras del Ejército Insurgente Ucraniano y colocaron fotos de Stepan Bandera por todo el Maidán.

Nadie reparó en Bruselas que la iniciativa de los expaíses del Este para abrir las puertas a las exrepúblicas soviéticas en la cumbre de Vilna podría traer graves consecuencias desestabilizadoras, ni aparentemente repararon que tal medida no iba a entusiasmar a Rusia ya que Putin, un exagente del KGB forjado en la Guerra Fría, difícilmente va a aceptar que la Unión Europea -y con ella la OTAN a la que pertenecen sus miembros- llegara a sus fronteras. Al final, Yanukovich abandonó el poder. Timoshenko fue liberada y se formó un nuevo gobierno en Kiev, reconocido por la Unión Europea y Estados Unidos, pero no por Rusia que consideró que lo sucedido en Ucrania había sido un golpe de Estado.

Las regiones del este de Ucrania, de mayoría rusófona, reaccionaron pidiendo la secesión y la unión a Rusia. Las tropas rusas de Sebastopol ocuparon Crimea y desarmaron a las fuerzas ucranianas en la zona. Los habitantes de Crimea convocaron un referéndum de secesión y unión a Rusia que tuvo lugar el 16 de marzo. Dos días después se firmaba en Moscú el tratado por el que Crimea pasaba a Rusia, sin el reconocimiento ni de la UE ni de Estados Unidos ni de la comunidad internacional en su conjunto.

El ejemplo de Crimea se ha extendido a las zonas orientales y meridionales de Ucrania, con una amplia población rusófona. Así como a la vecina Transniester que aunque pertenece a Moldavia, desde la guerra de secesión que mantuvo con el Gobierno central en los años noventa, actúa prácticamente de forma independiente. El riesgo es que el fenómeno se extienda a otras repúblicas exsoviéticas con población rusa. Sobre todo a las repúblicas bálticas de Letonia y Estonia, con población rusa con la que hubo problemas de marginación en los primeros momentos de lograr su independencia de la Unión Soviética. En este caso estaríamos hablando de países miembros de la UE y de la OTAN, con lo que aquí la tensión sería de final impredecible.

Estamos ante un nuevo pulso con Rusia en el que está en juego la estabilidad del este europeo, pero también el futuro de las relaciones entre Bruselas y Moscú cuando los países de la UE, sin fuentes energéticas propias, también dependen de su gas. En algún momento tendrán que entrar en la UE los países europeos exsoviéticos, pero para ello hará falta hacerlo con tacto, evitando que Rusia se sienta amenazada. Se atribuye al general francés Charles de Gaulle lo de construir una Europa del Atlántico a los Urales en la que evidentemente estaría Rusia. Hoy en día no podría entrar en la UE porque por sus peculiaridades y dimensiones la harían inviable, pero habrá que buscar fórmulas de cooperación que ayuden a reducir las tensiones.

Nos va en ello el futuro energético de la UE. Sobre todo, mientras no tenga una voz única en política exterior y una política común energética que está permitiendo a Putin firmar acuerdos bilaterales con quien quiera (Alemania), imponiendo sus condiciones al margen de la UE. Quizá habría que tener en cuenta la oferta que hizo Putin en 2011 de crear un espacio común desde Lisboa a Vladivostok. Si bien aquello no gustó a la entonces secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, que vio en la misma una maniobra de Putin para ampliar su área de influencia en detrimento de Estados Unidos.

¿Se anexionarán a Rusia otras regiones de Ucrania?

¿Se anexionarán a Rusia otras regiones de Ucrania?

El expresidente checo Vaclav Havel decía que el problema de Rusia es que nunca había sabido dónde empezaba y dónde terminaba su territorio, y que la tensión con Bruselas iba a perdurar mientras esto no se aclarara. Mientras, la línea de división entre ambas atraviesa Ucrania, entre el occidente grecocatólico (uniato, de rito oriental y obediencia vaticana) de pasado austrohúngaro, y el oriente rusófilo y ortodoxo. El futuro de Ucrania puede pasar por una situación similar a la de la mencionada Moldavia, Georgia, Bosnia, Kosovo... países cuyos límites territoriales son reconocidos por la comunidad internacional pero que en su interior hay zonas que por razones étnicas, culturales, religiosas, políticas..., no acatan la autoridad del Gobierno central.

La actual crisis ha fraccionado el país y en momentos de crisis y confusión, los ucranianos, de uno y otro lado de la línea de división que mencionaba Havel, buscan sus referentes tradicionales, unos en oriente, otros en occidente. A veces, los vaivenes sufridos a lo largo de su historia, ha hecho que esos referentes no fueran tan claros, como le pasó -aunque con otros condicionantes añadidos- al coronel Redl del que hablábamos al principio, que vendió su lealtad tanto a Viena como a Moscú.

Manuel Florentín es un periodista y autor especializado en Europa oriental y editor de Alianza Editorial.

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