Plaza Pública

'Salvados' en Palestina

Teresa Aranguren

Las palabras valen tanto para contar lo que pasa como para ocultarlo. Lo pensaba mientras veía, con creciente malestar, la reemisión del programa Salvados dedicado supuestamente a Palestina. Sí, supuestamente, porque la realidad de Palestina, la atroz cotidianidad de la ocupación, estaba ausente, escamoteada, transformada en la curiosidad de un parque temático por el que el periodista, y siento que haya sido precisamente ese periodista y ese programa, corretea lanzando preguntas, aparentemente ingenuas, presuntamente neutras, a “unos y a otros”, a palestinos y colonos. Siento que sea precisamente Jordi Évole ese periodista, porque le considero persona honesta y excelente profesional de la comunicación. Por eso duele más la desinformación que destila el programa de marras. Contar lo que ha pasado y lo que pasa en Palestina, ¿de eso se trata no?, no consiste en llegar, preguntar al palestino, preguntar al colono y exponer sus versiones contrapuestas al espectador. La realidad no es solo cuestión de versiones porque hay versiones construidas precisamente para ocultarla.

"Los argumentos, de unos y otros son los mismos, un libro de historia palestino y un libro de historia israelí si les cambiamos las tapas y los nombres serían intercambiables", comenta Jordi en una relajada conversación con el colono venido de Argentina. Todo muy neutro, muy equidistante. Nada en Palestina es neutro y mucho menos equidistante. ¿Dónde quedan los hechos en esa equidistante y contradictoria versión de la historia?. Los datos de la historia dicen que los árabes de Palestina no eran conquistadores llegados de fuera sino la población autóctona asentada en esa tierra generación tras generación; los hechos de la historia, por lo demás perfectamente documentados, cuentan la expulsión en masa de 900.000 palestinos, musulmanes y cristianos, entre noviembre de 1947 y agosto de 1948, los meses previos y posteriores a la creación del estado de Israel. La supuesta equivalencia de las versiones de la historia no refleja la realidad sino que la tergiversa y oculta entre otras cosas la atrocidad de la limpieza étnica que está en el origen del Estado de Israel y del drama palestino.

Es cierto que un programa de televisión no es una lección de historia, pero si tenemos que escuchar las razones de un colono con acento argentino que dice “esta siempre fue nuestra patria”, sería exigible, en aras de la verdad, escuchar a Jordi preguntando a ese próspero colono instalado en el corazón de la Cisjordania ocupada, si le parece bien aquella “limpieza de palestinos” que se llevó a cabo en el 48. Tengo pocas dudas de que la respuesta sería afirmativa.

Y si tenemos que escuchar el discurso del colono que afirma que el “único derecho que los palestinos no tienen es el de exterminar a los judíos", se nos debería mostrar al menos algo de la vida cotidiana de la población palestina bajo la ocupación militar israelí: los campesinos que aguardan a la puerta del muro para poder acceder a sus tierras que han quedado al otro lado, las filas de gente ante el control militar de cualquier carretera de Cisjordania, el testimonio de una familia cuya casa ha sido demolida por las mega excavadoras del ejército, o cuyo hijo está preso en una cárcel israelí, o cuyo hijo, hija, hermano, hermana, padre o madre ha muerto por el disparo de un soldado israelí. Nada de esto es anecdótico o difícil de encontrar; lo difícil es encontrar alguna familia palestina que no lo haya sufrido.

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Pero nada de esto está en un programa supuestamente dedicado a contar lo que pasa en Palestina. Por no estar, ni siquiera está la población palestina de Jerusalén, sometida a un paulatino e implacable proceso de expulsión en función de la política del “judeización de la ciudad”. La ausencia de Jerusalén, la parte oriental y la ciudad vieja ocupada desde 1967 y posteriormente anexionada por Israel, en un programa dedicado presuntamente a Palestina, en el mejor de los casos puede significar apresuramiento, en el peor aceptación de la tesis de la potencia ocupante de que Jerusalén no es Palestina.

En información lo contrario de la parcialidad no es la equidistancia sino la búsqueda de los hechos, el esfuerzo por conocer lo que pasa y contar lo que pasa.

Tengo gran respeto por un periodista como Jordi Évole y por el programa Salvados que actúa como una ventana abierta a realidades diferentes a la del relato oficial. Por eso, porque es un espacio que goza no solo de audiencia sino de credibilidad me parece especialmente dañino ese capítulo nominalmente dedicado a Palestina en el que la realidad de lo que pasa en Palestina ni aparece, ni se atisba. Y quizás porque necesito paliar la desazón y la sensación de impotencia que me produjo , escribo estas líneas. -------Teresa Aranguren es periodista.

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