Desde la tramoya

Cierre de filas

Como la de cualquier otra especie sobre la tierra, podríamos interpretar la vida humana como una constante lucha por la energía. No solo como metáfora, sino como la más real de las exigencias de los seres vivos: la lucha por el alimento y por el agua en primera instancia. Después, la lucha por el dinero, por el hogar que te acoge para descansar y levantarte al día siguiente para reanudar el ciclo y la búsqueda de los recursos que te permiten subsistir a ti y a los tuyos.

Cuando con un simple pisotón rompes el equilibrio de una hilera de hormigas que van y vienen laboriosas guardando sus reservas de energía en el hormiguero, se producen interesantes fenómenos sociales, comparables a los que observamos cuando una cuantas cacerolas llenas de metralla rompen el equilibrio de un maratón en Boston. Por un tiempo esas hormigas huyen para cada lado, rompen su disciplina en ausencia de guía; algunas se pierden durante días. Su genética pronto indica que cuanto antes ha de restaurarse el orden por el bien de la comunidad.

Se restablece el orden en cuanto las de menor rango ubican a sus líderes, aquellos especímenes más fuertes que son capaces de transportar el alimento más grande. Sucede entre los humanos que ante la angustia que produce un ataque externo inesperado, en la forma de un atentado terrorista, de un desastre natural, o de la muerte inesperada de un líder de la nación, por ejemplo, la población cierra filas con su líder. Los anglosajones lo llaman rally round the flag y yo lo llamo cierre de filas. Al día siguiente del ataque de Boston, la aprobación de Obama aumenta tres puntos (la de Bush tras el 11 de septiembre subió 35). Hay incluso una vieja comedia, Cortina de humo, que utiliza el fenómeno como argumento: Dustin Hoffman, un productor de Hollywood, conspira con un consultor de comunicación, Robert de Niro, para ayudar al presidente de Estados Unidos a sobrellevar un escándalo de faldas, montando un inventado conflicto con Albania. El pequeño cierre de filas a Obama le ha durado poco, porque su popularidad viene bajando desde que se produjo el conocido subidón postelectoral de los ganadores, pero el efecto se notó los primeros días de la semana.

El liderazgo en la izquierda

¡Ay, pobre! El efecto electoral del puñetazo

Como Maduro aprendió bien de su maestro, el malogrado Hugo Chávez, sabe bien que lo “mejor” que le puede ocurrir al líder de un pueblo es que le ataque una fuerza exterior. Nuestro ministro Margallo fue muy torpe dándole esa baza al presidente electo de Venezuela, que pudo el martes amenazarnos con ese belicoso “¡¡Cuidado, España, que sabremos defendernos... No se metan con nosotros. Cuidado con Venezuela que derrotamos al rey hace tiempo!!". Margallo debería estudiar algo de ecología humana, o algo de sociología, para aplicarse con la misma inteligencia con que Henrique Capriles, el líder de la oposición, supo entender las dinámicas animales de los humanos, al retirar su convocatoria de manifestación masiva en Caracas, que podría haber terminado en tragedia.

Claro que nada dice que en la evolución de las especies triunfen siempre las pulsiones solidarias y unificadoras. No habría guerras ni conflictos. Al contrario: cuando los recursos son escasos y el enfrentamiento de grupos enemigos es muy enconado, se producen fenómenos disgregadores y conflictivos. Si la búsqueda de la energía que en última instancia nos guía no encuentra satisfacción, se forman coaliciones que terminan por enfrentarse entre sí, a veces a muerte. Se deponen líderes y se subvierte el orden establecido. Esta persistente crisis institucional, social y política que asuela España podría crear una gran coalición “del pueblo frente a los poderosos”.

Quizá cuando Felipe González advierte de que esto está a punto de estallar se refiera a eso. Porque desde el rey hasta Isabel Pantoja, desde los escraches a las manifestaciones en el hemiciclo del Congreso o unos metros más allá de sus muros, todas esas personalidades y personajes acosados son el poder. Por eso, con permiso, también se equivoca Rubalcaba cuando dice que los españoles no están preocupados por quién lidera el PSOE. Lamentablemente, esas siglas hoy no importan mucho a la mayoría, es cierto. Pero también lo es que, como las hormigas desorientadas tras el pisotón, muchos españoles quisieran encontrar un liderazgo en la izquierda que fuera capaz de renovar la esperanza de millones que están cansados de que unos cuantos, en la peor de las crisis, se lo lleven crudo.

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