El hombre moderno

Un crucifijo y dos estacas

Esta semana, puedes leer o también escuchar a Toni Garrido.

A Aznar no se le entrevista con escaleta y argumentos. Para entrevistar a Aznar se necesitan un crucifijo y dos estacas. Suya es esa actitud tan encantadoramente amarga de quien cree que toda cuestión tiene dos puntos de vista: el equivocado y el suyo.

Lo dice todo con la boca pequeña, pero su físico demuestra que Aznar quiere abdominar el mundo. abdominar

Convencido de que el odio es la máxima muestra de respeto, muestra un desprecio total hacia el otro, hacia todos los otros. La historia nos demuestra que para afirmar una identidad tribal o consolidar el poder entorno a un líder no hay nada mejor que tener a otro al que odiar. Nosotros somos los otros para Aznar.

¿De qué sirve el poder si no puedes abusar de él?, masculla entre dientes conocedor de que perder es la forma menos grata de jugar. Él juega como si fuera suya la pelota, juega a ser estadista, juega a ser estratega sin pasar del 4-4-3.

Con letra de médico extiende recetas en papel mojado, sabedor de que la situación a la que él mismo nos abocó es tan compleja que si finalmente encontramos una luz al fondo, será la de un club de carretera.

Es como los toreros, que se van, pero luego vuelven.

Capaz con sus pulmones de inflar un diccionario, articula frases que no conducen a nada, que no dicen nada, que ni calientan ni abrigan, Aznar es la costura de atrás de una media de rejilla.

Cree que todos le necesitan, pero nadie le quiere.

Insinúa que vuelve, pero no se presentará. Aznar sabe que da igual quién gane, todos perdemos.

Como planteaba el Perich, Aznar, a diferencia de un especulador inmobiliario, construye castillos en el aire, pero él los vende.

Total, que día que amanece, día que pasa algo.

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