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La gran paradoja del 21A: un Parlamento más soberanista, una ciudadanía menos independentista

Buzón de voz

De Doñana a Cataluña

Fuentes “bien informadas” contaron el martes a la agencia Servimedia que Mariano Rajoy se disponía a “descansar y pensar” estos días en el Palacio de las Marismillas del Parque de Doñana. Se trata del mismo lugar en el que anteriores presidentes de Gobierno tuvieron algunas ideas y unas cuantas ocurrencias. De allí salieron varios cambios de Gobierno en época de Felipe González o de Zapatero y allí hablaba Aznar a su caballo Figo, según relata en sus Memorias (Aznar, no el caballo). Cabe desear que las cavilaciones de Rajoy no se ciñan al nombre del sustituto o sustituta de Miguel Arias Cañete en el Ministerio de Agricultura. (Después de marear el cartel de las europeas durante meses para terminar colocando el primer nombre que todo el mundo daba por sentado, estaría bueno que no tuviera Rajoy decidida la sucesión en el ministerio).

Más incierto resulta que de las playas onubenses surja un plan político, una hoja de ruta sobre los retos políticos y económicos que afronta el país en los próximos meses. Y si en algo coinciden los observadores más respetables es en que España se juega una cuestión capital para su (nuestro) futuro: Cataluña.

El rechazo del Congreso a la petición del Parlament para que le cediera la capacidad de convocar una consulta estaba cantado. Lo importante radicaba en los detalles, en los matices, en el tono. Rajoy volvió a envolverse en la legalidad vigente, y Rubalcaba siguió también la senda del debate jurídico más que político, pese a plantear esa reforma constitucional profunda que propone una salida federal al actual bucle. Quien explicó con más claridad y contundencia la argumentación política del nacionalismo no fue un catalán sino el portavoz del PNV, Aitor Esteban: ¿que dicen ustedes que no pueden decidir solo los catalanes? Pues convoquen un referéndum en todo el Estado, y así comprobaremos que la inmensa mayoría de los ciudadanos que habitan España se oponen a la independencia de Cataluña, pero es probable que también se compruebe que la mayoría de los catalanes estén a favor de separarse de España. ¿Y entonces, qué?

El manual de Rajoy

Rajoy no quiso oír hablar de la reforma de la Constitución que el PSOE plantea como vía de solución al 'choque de trenes'. Y ese choque está más que garantizado, porque la hoja de ruta de CiU, ERC, ICV y las organizaciones civiles en las que se amparan ya tiene descontada la reacción de manual jurídico de Rajoy: si no hay posibilidad de hacer legal una consulta soberanista en Cataluña, irán a unas elecciones de carácter plebiscitario, que confían en ganar por goleada. El siguiente paso sería una declaración de independencia votada por una abrumadora mayoría del Parlament catalán. ¿Y entonces, qué? ¿Se suspenden las funciones del Govern? ¿Se sacan los tanques a pasear por la Diagonal? ¿Se nombra un delegado del Gobierno con las atribuciones de la Generalitat? ¿Cómo reaccionará la Unión Europea ante el hecho de que España no permita una votación popular en Cataluña mientras el Reino Unido acepta lo que decidan los escoceses en las urnas el 18 de septiembre?

Mariano Rajoy se ha encastillado en dar una respuesta jurídica, leguleya o reglamentista a un problema que es de naturaleza esencialmente política. Incluso cuando se argumenta que se trata de sentimientos, ni siquiera se hace el esfuerzo de responder con sensibilidad, sino enarbolando un ejemplar de la Constitución con el que atizar al prójimo con la misma energía con que ese prójimo rescata supuestos derechos históricos.

Frente a quienes desde el entorno de Rajoy confían en su presunta habilidad para el manejo de los tiempos, se extienden las voces institucionales preocupadas por la convicción de que no se trata de un manejo de tiempos sino de una incapacidad para responder. Fuentes conocedoras del proceso sostienen que ha habido más de un momento en que Rajoy estuvo a punto de abrir un diálogo o de hacer un gesto hacia los nacionalistas, con el apoyo de Rubalcaba, pero no se ha atrevido. En su círculo hay quien argumenta que la tensión con Cataluña siempre le ha ido bien electoralmente al PP, y recomiendan al líder esperar para compensar en 2015 parte del voto perdido por los recortes con lo que pueda atraer la defensa de la “unidad de España”.Se necesita liderazgo

Se trata de un análisis muy arriesgado, porque cada día son más numerosas las voces institucionales que ya han asumido que el problema catalán no se soluciona con cesiones sobre financiación autonómica o negociaciones al estilo de las del Majestic en 1996 o las escenas del sofá en Moncloa en la etapa de Zapatero. Pocos observadores niegan ya que la reivindicación del llamado derecho a decidir está tan extendida en Cataluña que incluso los líderes de CiU y de ERC se verían arrasados por sus bases si dieran marcha atrás en el planteamiento. “Algún tipo de consulta tiene que haber o la calle no aceptará ninguna solución que huela a apaños o componendas”, sostiene hoy uno de los protagonistas principales del proceso que llevó al Estatut de 2006.

La vía del diálogo, con el protagonismo de los máximos interlocutores, con reformas constitucionales incluidas y con una consulta popular que no pueda ser luego corregida por el Tribunal Constitucional, exige un liderazgo político capaz de generar consensos pero también de asumir riesgos. Y con credibilidad a la hora de explicar y convencer a muchos catalanes de algo que ofrece también pocas dudas: un proceso unilateral de independencia perjudica mucho a España pero también supone al menos una o dos décadas de aislamiento de Cataluña respecto a la Europa del euro.

La excusa de que los sectores más conservadores del PP presionan a Rajoy para no ceder pierde fuerza cuando ya han surgido nuevos partidos a su derecha en esta campaña para las europeas, fundamentalmente Vox. Al menos sabe que ahora no sería el principal partido de la oposición quien convocaría manifestaciones acusando al Gobierno de “romper España”, como hizo el PP frente al intento de solución de Zapatero y Maragall o ante el proceso para el fin del terrorismo. De eso se encargarían UPyD, Vox o Ciudatans.

La barra libre de agua toca a su fin en Doñana

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Quienes presionan a Rajoy para que abra cuanto antes el diálogo con Cataluña y busque un consenso para una revisión de la Constitución confían en que sigue habiendo un 30% de independentistas “puros” en Cataluña, mientras en torno a otro 25 o 30% de la ciudadanía está fundamentalmente “cansada” de España y se “siente” maltratada e incomprendida en el resto del Estado. Lo que necesita es argumentos convincentes para seguir en España, y para matizar o suavizar el sentimiento de decepción surgido con el “cepillado” del Estatut y la posterior sentencia del Tribunal Constitucional.

Durante sus últimas vacaciones veraniegas, Rajoy dijo haber leído con mucho interés Víctus, la exitosa novela de Albert Sánchez Piñol sobre la toma de Barcelona en 1714 por las tropas de Felipe V. Ojalá en Doñana haya completado sus lecturas con textos más actuales sobre el problema. Por ejemplo, Cuando se jodió lo nuestro. Cataluña-España: crónica de un portazo, de Arturo San Agustín; o El oasis catalán, de Xavier Casalls; o Una comunidad ensimismada, de Manuel Cruz; o La rebelión catalana, de Antonio Baños; o ¿Cataluña independiente?, de Xavier Vidal-Folch; o los textos editados por la Fundación Diario Madrid sobre los encuentros de debate ‘España plural, Catalunya Plural’ que se vienen celebrando alternativamente en Madrid y Barcelona.

Tenía Rajoy la obligación de pensar en Doñana mucho más que el nombre del sucesor o sucesora de Arias Cañete. El supuesto arte de dominar los tiempos en política o ese instalado mito de los ‘silencios inteligentes’ ofrece otras caras menos gratas: la sospecha de que en realidad se trate simplemente de “esperar a que escampe” o la convicción de que quien calla es porque no tiene nada que decir.

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