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Tarde de toros

Juan Carlos I este miércoles en la plaza de toros de Las Ventas (Madrid).

El Gran Wyoming

El pasado miércoles 4 de junio se celebró la corrida de la Beneficencia en la Plaza de las Ventas de Madrid. La comitiva de bienvenida, a parte de la cual se la vio más tarde en el palco real, se componía de altas autoridades representativas de lo que hay.

Allí se dieron cita el rey don Juan Carlos I, que acababa de abdicar, sometido a una auténtica yincana moral y familiar precisamente cuando los achaques físicos no le daban tregua. En lugar de crecerle los enanos, le creció la familia política, que aun siendo un suceso natural, por culpa de una voracidad imprudente ha visualizado los métodos con los que las influencias de la Casa Real transforman su poderío en dividendos, comprometiendo la tradicional cautela y discreción monárquicas en un circo mediático que ha llevado a la calle a miles de españoles cuando el rey decidió cambiar la corona oficial por una del Burger King.

Sentado a su derecha en el palco estaba el presidente de la Comunidad de Madrid, don Ignacio González, implicado en casos turbios de espionaje y transvase de bolsas de plástico en Colombia, con un patrimonio de difícil justificación, y que no ha sido elegido por las urnas sino que heredó el cargo de la presidenta doña Esperanza Aguirre, quien, a su vez, llegó al poder gracias a una trama de sobornos esponsorizada por la mafia del ladrillo que la Justicia se negó a investigar. Se vetó a la Fiscalía de Madrid la posibilidad de investigar el caso; como es un orden jerárquico, pues a callar, sus razones tendrían.

También estaba la alcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, a la que tampoco eligieron los madrileños, y cuyos méritos políticos se reducen a ser la mujer del presidente don José María Aznar, quien, según la Justicia, fue el ideólogo de la financiación irregular de su partido, así como del cobro de sobresueldos del que él mismo se beneficiaba, y que la colocó de número dos en la lista por la Alcaldía del Partido Popular en Madrid, pasando a ser número uno cuando abandonó su puesto el entonces alcalde don Alberto Ruiz-Gallardón, al que la presidenta antes mencionada, la que llegó al puesto gracias a la mafia del ladrillo y que recientemente ha sido noticia al afirmar que la policía la trató como a una terrorista durante un pequeño percance de tráfico con resultado de atropello de la moto del agente de la autoridad, con posterior persecución automovilística por la Gran Vía madrileña, esta señora presidenta, decíamos, se refiere al alcalde electo, el que dejó el puesto a doña Ana, aun siendo de su propio partido, como “el Hijoputa”, por motivos que sólo ella conoce, apelativo a todas luces injusto, ya que en la actualidad ese exalcalde ostenta la cartera de Justicia, y alguien con esas características no parecería el más indicado para que un hombre cauteloso como Rajoy le pusiera en un puesto tan delicado, máxime si tenemos en cuenta que su característica más destacada, tal y como a él le gusta recordarnos, es hacer las cosas como dios manda, y no parece que esté de dios llenar los ministerios de hijos de puta, sino de gente responsable y cercana a los ciudadanos, como quien flanqueaba al monarca por la izquierda, el ministro de Educación y Cultura, don Ignacio Wert, autor de una reforma educativa que contempla los intereses de la jerarquía eclesiástica, representante máxima de la religión verdadera, de la que podemos afirmar con orgullo que somos fieles centinelas en el mundo, reserva espiritual, y que eliminó la asignatura de Educación para la Ciudadanía del temario de los niños ya que, por filtración de viejos tics marxistas impuestos por el radical antisistema Rodríguez Zapatero, se inducía a la infancia a la prostitución, la masturbación y la sodomía y, lo que es peor, se educaba a las criaturas en la lucha contra el machismo, el sexismo, y la xenofobia. La reforma del señor Wert, aunque en contra, suscitó una gran unidad, llevó a las calles, juntos, por primera vez, a los padres, a los alumnos y a los profesores mientras don Ignacio, el ministro, afirmaba en el Congreso que era la reforma más consensuada de nuestra historia y entendía que las protestas no tenían valor reprobatorio en tanto no se desarrollaban como las de, y ponía de ejemplo, México o Venezuela, caracterizadas por la violencia extrema con resultado de muertes, una intervención tan desafortunada como enigmática pues parece dar a entender que por las buenas no se consigue nada y que sólo llevando la sangre a las calles escuchan los gobiernos democráticos las demandas de los ciudadanos. Curioso planteamiento viniendo del ministro de Educación, que también lo es de la Cultura, a la que ha gravado con un impuesto que ha supuesto de hecho el mayor ataque que ha conocido, convirtiéndola en un ornamento ocioso de lujo, al tiempo que arruina a los ciudadanos y empresas que dependen de ella, disminuyendo, además, la recaudación fiscal al caer el número de consumidores de forma estrepitosa. Sólo desde la estrategia del exterminio de la cultura se puede entender tamaño despropósito. A pesar de ser reprobado por el 80% de los ciudadanos, incluida la mayoría de los votantes del Partido Popular, don Ignacio sonríe siempre de forma característica; no se sabe si por cinismo despótico o por el orgullo de haber llevado a cabo la enaltecedora misión de dar el golpe de gracia a nuestra maltrecha cultura y que tal fuera su intención. Tal vez esa actitud altiva no delate desprecio, como algunos interpretan, sino satisfacción por el deber cumplido.

A tan cualificada terna de políticos se sumaba Cristina Cifuentes, responsable del orden en nuestras calles, y de sujetar a los manifestantes con sanciones que en su comunidad han experimentado un espectacular incremento, cifrándose en 1.400 los expedientes abiertos, tal vez como anuncio de lo que nos espera si, como tienen previsto, llegan a aprobar esa ley de Seguridad Ciudadana que nadie demanda, pero que mantendrá a las ovejas en el redil porque dotará a las fuerzas represivas de lo necesario para poder trabajar con total impunidad, como hasta ahora pero con el respaldo de una ley, dejando al ciudadano indefenso al no tener que pasar por un juez las sanciones que se impongan a los que salgan a la calle para expresar su rechazo a ese mundo al que les llevan, sin entender el maravilloso abanico de oportunidades que el Sistema ofrece a los emprendedores. Grandes emprendedores como los que poblaban aquel palco de las Ventas en una radiante tarde de toros.

Al aparecer en el palco, puestos en pie, fueron ovacionados clamorosamente por los asistentes. Era la última corrida de don Juan Carlos como rey. De la Beneficencia, queremos decir, de las otras puede proceder como desee, que siempre será bienvenido por la afición; cualquier feria se dará por honrada con su presencia. Desde aquella altura saludaron al respetable que pierde tal condición cuando los vitoreados líderes toman decisiones en su nombre.

Una esplendorosa tarde de lidia. La apoteosis de la Fiesta Nacional.

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