Plaza Pública

Una vida palestina

Teresa Aranguren

Cuanto más viejo se hace más recuerda el día en el que los soldados del Haganah llegaron a su pueblo. Era junio de 1948. Recuerda el espanto en los ojos de su madre cuando se llevaron a su hermano Ahmad y a su tío Murid, todos sabían lo que había ocurrido días antes en la vecina Tantura, habían juntado a todos los hombres en una calle del pueblo y los habían ametrallado allí mismo, después habían metido a las mujeres, a los viejos y a los niños en camiones y los habían llevado hacia el este. Por eso su padre y el resto de los hombres de la aldea habían huido hacia las montañas del interior. Entonces aún pensaban que podrían volver.

El anciano palestino ve la imagen de su casa perdiéndose tras el polvo que levanta la camioneta en la que van todos apilados. Esa es la imagen que le viene recurrentemente a la cabeza. Y cuanto más viejo se hace, más veces la recuerda. Entonces tenía trece años, su hermano Ahmad y su tío Murid ya habían cumplido los dieciséis. Nunca los volvió a ver. Nunca volvió a ver su casa. Ni su pueblo. Ni el paisaje de su infancia.

Abu Maher, digamos que se llama Abu Maher, se hizo hombre en el campo de refugiados de Ain el Helue en el sur de Líbano, allí conoció a su esposa cuya familia era de la ciudad de Lydda y había sido una familia relativamente acomodada antes de convertirse como todos los demás en refugiados (la expulsión de la población de Lydda, unas 50.000 personas se llevó a cabo entre los días 9 y 13 de julio de 1948). Allí, en Ain el Helue, se casó y tuvo a sus siete hijos de los que solo quedan tres.

Su esposa y sus dos hijas pequeñas, murieron bajo los escombros de su casa, cuando la aviación israelí bombardeó durante varios días el campo de refugiados de Ain el Helue, antes de invadir por tierra el Líbano. Eso fue en junio de 1982. El resto de la familia huyó hacia el norte hacia Beirut. Él y el hijo mayor, Maher, eran miembros de Al Fatah y se sumaron a los comandos que preparaban la defensa de la ciudad. Los demás se instalaron en el barrio de refugiados palestinos de Shatilla. En la tarde del jueves 16 de septiembre comenzó la matanza. Duró tres días con sus noches, mientras el ejército israelí iluminaba con bengalas las callejuelas del campamento para facilitar el trabajo de sus aliados falangistas. Allí, en Shatilla, murieron la abuela y los dos pequeños, Omar y Tarek.

Abu Maher tiene ahora 79 años. Vive en Nablus con su hija mayor. Tiene otra hija casada en Amman. Y luego está Maher que es médico y vive en Gaza.

El anciano palestino tiene la mirada fija en la pantalla del televisor que transmite constantemente imágenes de los bombardeos sobre Gaza, los gritos de las mujeres que levantan los brazos al cielo, el gesto desesperado del hombre con un pequeño bulto ensangrentado entre sus brazos, el horror en los ojos de los niños …El anciano palestino piensa que lo que está mirando, lo ha visto otras veces y quizás no está ocurriendo ahora, quizás es un recuerdo, como la imagen de su casa perdiéndose tras el polvo de la carretera, un día de junio de 1948.

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(En esta historia solo los nombres de sus protagonistas son inventados. )

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Teresa Aranguren es periodista

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