DIARIO DEL ÁRTICO (4)

¡Hielo!

Imagen del Ártico.

CARLOS BARDEM

La proa del Esperanza rompe suavemente unas aguas oscuras, gélidas y profundas, siempre rumbo norte en busca de esos márgenes cambiantes del hielo marítimo. En el puente la carta naútica nos dice que nos deslizamos sobre 3000 metros de profundidad. Hay una extraña belleza en el paisaje neblinoso que nos rodea, fundiendo mar y cielo en un velo de grises infinitos, rasgado cada tanto por el vuelo de gaviotas o el surtidor lejano de una ballena. El barco dispone de unos potentes motores de gasoil, que solo usa para determinadas maniobras que requieren toda su fuerza. Para navegar usa de preferencia –esto es Greenpeace– un par de motores eléctricos. El Esperanza es el barco más rápido de todos los de Greenpeace, su misión primera fue dar caza a los veloces balleneros noruegos o japoneses. Ser la lanzadera de potentes lanchas que se interponían entre los cañones de los arponeros y uno de los más bellos e impresionantes animales del planeta. Fueron años duros, peligrosos, algunos oyeron silbar arpones sobre su cabeza antes de clavarse en los lomos de las ballenas. Pero gracias a esas acciones y al apoyo que lograron de la opinión púbica internacional hoy esa caza está limitada.

Las horas de navegación sirven también para ir conociendo más a la tripulación, oír historias que darían para muchísimos libros. Siempre es apasionante escuchar a quienes creen en lo que hacen y están dispuestos a arriesgar cosas por hacerlo. Sus vidas siempre se ven afectadas de la mejor manera: vivencias únicas que acaban por demostrarles que son útiles, que son necesarios. Esa es una razón para vivir con orgullo y con alegría. Según el barco avanza una línea blanca, cada vez más clara, se forma en el horizonte.

-¡Hielo!

Una línea blanca, cada vez más cerca, cada vez más grande. Ya antes de llegar a ese limite diáfano entre mar y hielo, nos cruzamos con trozos cada vez más grande y empiezan los matices. En esos bloques van del blanco más blanco a un azul purísimo, casi eléctrico.

-El hielo azul es el más compacto, el más antiguo de cada témpano o pequeño iceberg– me explican–. En efecto, hay algo primigenio e increíblemente puro en estas enormes placas de hielo que comienzan a rodear el barco como si quisieran cortarnos el paso. Pronto los novatos exclamamos con excitación al darnos cuenta de que la proa apunta directamente a una enorme placa que, definitivamente, por el rumbo de colisión no vamos a intentar esquivar. De repente me doy cuenta de que el Esperanza está definitivamente rodeado de enormes placas de hielo a proa y popa, a babor y estribor. Es entonces cuando recuerdo las palabras de Vladimir, el ruso que capitanea la nave: “el Esperanza no es propiamente un rompehielos ártico, es un rompehielos ligero diseñado para surcar el mar Báltico, donde el espesor del hielo nunca alcanza el grosor de aquí”. Bien, me digo, eso que tenemos a proa a mi me parece muy grueso. Busco la cara de los miembros de la tripulación. Todos están concentrados pero tranquilos, atendiendo las ordenes de Vlad y de Arne, danés con más de treinta años de navegación y más de mil historias que contar, el “piloto de hielo” del barco.

Los motores parecen aminorar pero no se detienen y entonces hago el descubrimiento del día: los rompehielos no chocan contra el hielo y lo parten, no lo cortan. Lo cabalgan, suben la proa y algo de la quilla sobre las placas hasta que el propio peso del barco –más de 2500 toneladas métricas en el caso del Esperanza– las quiebran, separan y abren el camino hasta la siguiente placa. En realidad un rompehielos tiene algo de gigantesco serrucho que ataca de manera oblicua el hielo.

¡Ooohs! y woows! se suceden de proa a popa. La vista de un mar de hielo infinito sobrecoge –no puedo evitar recordar a aquellos exploradores que se adentraban en él sin Gore-tex ni GPS– y fascina. Algunos nos colocamos a proa con las cámaras y nos quedamos sin palabras al ver quebrarse el hielo bajo nosotros. Al verlo pero también al oírlo. Un sonido áspero, ¡nunca había oído crujir algo y partirse de esta manera! Es impresionante. Yo soy un fantasioso, mi mente vuela directamente al sonido horrísono, aterrador que debió oír la gente del Titanic mientras un enorme iceberg rajaba su costado de acero de proa a popa como si fuese de papel… Vuelve, Carlos.

Pasamos varias horas adentrándonos en el hielo, sintiendo en la poca piel al descubierto como, pese a marcar el termómetro unos veraniegos 2 grados, la sensación térmica es de -15. La noción de estar asistiendo a algo único no se desvanece según pasan las horas y seguimos avanzando en el hielo. Va a más. Me digo que mirar pasar el hielo tiene algo que ver con mirar el fuego, nunca te cansa, siempre ves algo nuevo en las variables formas de las llamas o los témpanos.

Estoy sin palabras, emocionado de vedad. Agradecido a Greenpeace por haberme invitado a vivir esto. Sonrío, me siento feliz, testigo de algo único. Y súbitamente triste cuando recuerdo que, con toda probabilidad, este hielo desaparezca del todo en algunos días del verano ártico en la próxima década. Y al no mantenerse como base del nuevo hielo invernal, este será cada vez menor y más delgado. Tristeza e indignación, no es justo, ¡no es justo que futuras generaciones no puedan ver esto más que en grabaciones antiguas. No es justo que no reaccionemos, ahora o nunca, y convirtamos el Ártico en un Santuario ecológico para toda la humanidad!

Ayuda uniéndote a la cadena y firmando a través de Greenpeace para convertir el Ártico en santuario de la humanidad. 

Svalbard y el “Esperanza”

Svalbard y el “Esperanza”

Más información en:

El Ártico se derrite. ¡Salvemos el Ártico!

www.savethearctic.org/es

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