Muros sin Fronteras

Un papa entre lobos

A los que no somos argentinos ni creyentes nos gusta el papa Francisco, quizá porque transmite humanidad, algo infrecuente. Un número elevado de católicos se sienten felices con cualquier papa porque en la base de su fe no está la duda ni el cuestionamiento del poder religioso, y menos aún si este procede de su Vicediós, es decir, de su representante en la Tierra. Por si hubiera tentaciones, el Papa IX se inventó a finales del XIX su infalibilidad y la de sus sucesores.

Decía que no somos argentinos, porque allá hay más dudas, sobre todo en la izquierda que aún le afea su silencio durante la dictadura militar. Pero este pero también está en revisión, como prueba la reunión que mantendrá el 5 de noviembre con Estela de Carlotto, una de las líderes de las Madres de mayo, y una crítica de su actitudes en el pasado.

También hay católicos, menos visibles pero organizados, que trabajan contra Francisco. Son los grupos tradicionales de poder, los que han controlado la Curia romana, los que deciden qué esta bien y qué mal. Estos son los que tratan de boicotear sus iniciativas más renovadoras, como sucedió en el último Sínodo.

En aquella reunión, el papa no obtuvo los dos tercios necesarios para modificar la visión de la Iglesia Católica sobre los homosexuales ni la aceptación en su seno de los divorciados que, de momento, siguen excomulgados. Solo era insuflar un poco de aire a unas posiciones arcaicas, acercarse a la realidad en la que viven sus fieles. Ese pequeño paso resultó demasiado para los príncipes de la Iglesia, pero la semilla del cambio está echada, el debate sigue abierto.

El papa trata de insuflar vida a la doctrina de la Iglesia, una institución especialmente lenta. Tardó, por casi 200 años, en reconocer los derechos obreros, y algo menos en aceptar los derechos humanos, la democracia. Los homosexuales, sus derechos, como el mismo matrimonio, son uno de los caballos de batalla. Lo es en los países más conservadores, que blanden la religión como un arma arrojadiza, y lo es en el seno de la Iglesia.

Francisco trata de restar dramatismo al debate y reconocer que los homosexuales son portadores de virtudes y defectos, de derechos y obligaciones, como los heterosexuales. Trata de romper barreras. El diario conservador británico The Daily Telegraph destacó su posición favorable a los matrimonios gays, un anatema para muchos cardenales y políticos. La Red está plagada de vídeos que sostienen que Francisco es el Anticristo, es decir, el diablo. No cuelgo ninguno porque solo son basura fanática. Si no creemos en Dios tampoco nos vamos a preocupar por Belcebú.

El papa Francisco ha vuelto a dar un paso, que parece sencillo, pero no lo es tanto. Ha asegurado que la teoría del Big Bang es compatible con la existencia de dios, de su dios, y que este no era un señor con un dedo mágico que se dedicó a crear cosas en seis días enloquecidos de talento hasta descansar el séptimo. En el fondo de esta declaración subyace la compatibilidad de la ciencia con una idea de dios.

La Biblia es un compendio de tradiciones, es un copia-pega de la época mal editado después porque está plagada de contradicciones. Su lenguaje es metafórico, como corresponde a los mitos. Durante siglos, los dirigentes religiosos, poco dados a la poesía, tomaron cada palabra al pie de la letra y prohibieron toda interpretación que no fuera la oficial. Era un asunto serio en los tiempos de la hoguera.

Los constantes avances del pensamiento y de la ciencia liquidan mitos, uno u otro, explican lo que hasta ese momento era inexplicable y obligan a regresar a lo metafórico para salvar los muebles. Este papa, pese a su edad, es moderno, es decir, vive en su época y busca la sostenibilidad de su creencia. Creer en algo que te hace menor siempre es bueno, que es útil para navegar por un mundo complejo y hostil. El gran reto es convivir con otras creencias, algunas de ellas en fase expansiva, como el Islam, y poco dadas a los grises, de momento, y con una sociedad laica.

Cae el número de matrimonios eclesiásticos, de bautizos, las iglesias están semivacías, pero la palabra de un hombre como Francisco tiene eco. Se le escucha. Es un referente ético al que se le puede seguir o no. En eso consiste la laicidad: en la convivencia y en el respeto.

El cambio ha llegado a España, tarde, pero ha llegado. La salida de Rouco Varela, representante tardío de lo que fue en este país el nacionalcatolicismo, es un avance. Ahora habrá que rezar para el nuevo espíritu franciscano, por Francisco, alcance a los partidos políticos, sobre todo al PP, y le dote de algo que la Iglesia y muchos de sus seguidores, que no todos (los misioneros/as) habían olvidado: la misericordia, es decir, una cierta empatía con el sufrimiento de los demás, sobre todo cuando ese padecimiento obedece a la acción fría y distante de la acción de Gobierno. Amén.

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