Desde la tramoya

Se acabaron las bromas

Parece mentira, pero las elecciones generales están aquí encima. Según parece, Rajoy prevé convocarlas a finales de noviembre, cumpliendo su palabra de no adelantarlas y agotar la legislatura. Es decir que llega el verano, esa suerte de “elecciones plebiscitarias”, y toda España a votar, antes de comernos las uvas.

El panorama político que ha quedado después del 24 de mayo obliga a todos ahora a la política real. Digamos que las urnas han dicho que se acabaron las bromas. Si el PP se empeña en decir “nosotros o el caos”, resulta que la suma de votos de la gente (un magma mucho menos previsible, racional y compacto que eso que algunos creen que es “la voz del pueblo”), ha dicho que mejor un cierto punto de caos.

Temporalmente algunos en el PP se rasgarán las vestiduras y pedirán cambios, incluso de candidato presidencial. Rajoy ha dicho ya que modificará la cúpula del PP. Pero ya sabemos cómo son Rajoy y su estrategia, de manera que haría falta una cataclismo para que el presidente no se presentara, para que los cambios no sean completamente irrelevantes y para que el Gobierno y el PP no insistan en el mensaje único que nos han dado en los últimos cuatro años: que sólo ellos garantizan la recuperación económica. Sería probablemente suicida hacer cambios de cartel electoral ahora, porque eso contradiría años de una narrativa tenaz y poderosa. Poco importa que Rajoy parezca un abuelo al lado de los otros tres previsibles candidatos estatales. De hecho, cuando quieres trasladar la idea de solvencia y estabilidad, mejor 60 años de edad que 40.

El PSOE disfruta ahora de la dulce oportunidad de recuperar poder tras haberlo perdido casi todo en 2011. Pero se engañaría si menospreciara la fuerza de Podemos y de Ciudadanos. Si antes podía apoyarse en Andalucía (y Asturias) para demostrar que es posible hacer las cosas de otra manera, ahora tendrá que constatarlo también en tiempo record en Castilla-La Mancha, en Extremadura y quizá en Valencia y Aragón y un puñado amplio de municipios. Sería desconocer al PSOE pensar que los arreglos podría hacerlos en forma de “gran coalición” con el PP. El PP hace tiempo que resulta tóxico, y el PSOE contará con los nuevos para constatar de una vez por todas que es la oposición más rotunda y experimentada a los conservadores.

Hace unos meses, Pablo Iglesias afirmó que el PSOE estaría en una posición imposible porque tendría en su momento que decidir entre apoyar a Podemos o apoyar al PP. Se pasó en el pronóstico. Ha resultado más bien que es Podemos quien, como “tercera fuerza política” (Rivera dice que la tercera es Ciudadanos, porque Podemos no se presentó a las locales con su marca), deberá decidir si apoya al PSOE o deja que gobiernen los conservadores. Por eso, Podemos y Ciudadanos lo tienen paradójicamente más difícil, a mi modo de ver. Sí, es cierto: tienen aún un gran potencial de crecimiento aun siendo ya fuerzas políticas consolidadas en el mercado político.

Pero ahora ya no son, como decía el otro día en la radio Joaquín Estefanía, “estados de ánimo”. Son partidos políticos en las instituciones. Ocuparán sus escaños y tendrán que asumir las limitaciones de la política real: los frenos de los muy conservadores funcionarios, las intricadas normas administrativas, las exigencias legales nacionales y europeas, el límite presupuestario. Está bien decir que vas a acabar con los desahucios cuando estás en plataformas ciudadanas, pero siendo alcaldesa además tienes que hacerlo. Y no puedes saltarte una sentencia del Constitucional ni una orden judicial. Suena bien exigir primarias en todos los partidos (aunque esa sea una decisión interna de cada partido), pero al final debes decidir si dejas que el PP gobierne la Comunidad de Madrid o no.

Los meses que quedan, por tanto, serán probablemente caóticos en muchos sentidos, pero apasionantes para medir hasta qué punto los cambios políticos se producen de verdad en el día a día de la gente. Para comprobar el nivel de resiliencia de Rajoy y de nuestra economía. Para observar si el PSOE se recompone finalmente. Para medir recorte metafórico de la coleta de Pablo Iglesias. Y para testar si realmente Ciudadanos es la marca blanca del PP. Y todo ello en un verano y un otoño de campaña.

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