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La fábula de Europa

Europa es un territorio abierto y de libertad, al menos sobre el papel y de forma teórica. No se concibe otro régimen que la democracia, y la solidaridad entre los pueblos es una bandera que se iza en todas las constituciones europeas y en los propios escritos de la Unión, basada “en los principios de libertad, democracia y respeto de los derechos humanos, deseando acrecentar la solidaridad entre sus pueblos”.

Se supone que esos son sus valores, no sólo la idea de un mercado único.

La crisis de los refugiados hace dudar seriamente sobre si los países de este club llamado Unión Europea, e incluso la propia Unión, lo tienen tan claro. Empezando por Hungría, donde se origina la historia que se ha convertido en imagen de la semana, pero sin olvidar que también se cierran los del antiguo bloque del Este y países supuestamente modernos y solidarios como Holanda, Noruega o Dinamarca.

Esa división entre las dos Europas se refleja en la historia que esta semana nos ocupa.

Un suceso casual, fruto de brutalidad del gobierno y la policía húngaros aderezado por la indecencia de la ya famosa reportera Petra, es el arranque de este relato hiperrealista que empieza en el miedo y termina en la incrédula alegría de la víctima. Y además en una suerte de singular justicia del destino, el agredido en triunfador y la agresora en perdedora, en la calle y sin trabajo.

El Gobierno húngaro, que lanza agua a presión y golpes a los refugiados dejando pequeña la hazaña de la Petra, no ha hecho el más mínimo movimiento para ocultar su miseria moral, su enorme distancia de esta idea de Europa libre. Y por si fuera poco, en una de las declaraciones públicas más miserables que se hayan difundido en las últimas semanas, su embajadora en España Enikó Gyóri ha acusado esta semana a los refugiados de utilizar a los niños para conseguir sus fines. Supongo que persuadida de que la huida del horror de estas legiones de desheredados es un plan urdido para acabar con la cultura europea en general y magiar en particular, y que ya puestos a emprender un largo viaje, mejor haber dejado a los niños en cualquier esquina a ganarse la vida como puedan, que para eso son árabes, cultura inferior destinada a la explotación y el sufrimiento.

Frente a esta miseria moral, resulta gratificante el contraste entre declaraciones, hechos e imágenes de Hungría, con Osama Mohsen abatido y su hijo menor llorando tras la caída, y la mirada entre cansada y sorprendida a su llegada a Madrid, junto a ese mismo niño al que una bufanda del Real Madrid adorna a modo de broche, de corona de una felicidad que quizá no sepa muy bien por dónde le viene, pero que disfruta y parece querer compartir.

Habrá que ver qué pasa en España cuando vengan los 17.000 que probablemente nos correspondan si es que al final se acepta lo de las cuotas. Pero antes incluso de un acuerdo en ese sentido, ya está claro que hay un bloque, los antiguos del Este y alguno hiperdesarrollado como Dinamarca, Noruega y Holanda, que no está por la labor de abrir la mano y aceptar gente en su casa, y otro, encabezado por Alemania y Francia,y en el que está España y hasta el Reino Unido, que tiene una idea más precisa de la solidaridad.

Estos últimos están más cerca de la idea de Europa que debería prevalecer en este caso.

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El problema es que ante la división, la Europa institucional parece paralizada o demasiado indecisa. Y eso, lo quieran o no, va contra el compromiso escrito de la Unión. Europa debe obligar a los países que se dicen europeos y no entienden lo que eso significa, a aceptarlo o en caso contrario empezar a pensar en medidas contundentes. No vale machacar a Grecia si no cumple con el déficit y dejar impune a Hungría que pisotea la esencia de Europa.

Porque si no se actúa, además de aumentar el sufrimiento de decenas de miles de personas, se nos estará diciendo a los europeos que por encima de los principios está el dinero, que el comercio es el valor supremo de esta Unión Europea, por encima de las personas y la política. Estaremos dando otro paso atrás en ese camino en el que algunos todavía seguimos creyendo. Esa hermosa idea de Europa.

Claro que siempre existe la posibilidad de que estemos ante una gran mentira y la idea de Europa sea sólo la excusa para mantener un cierto estatus internacional sin más intención que el beneficio económico. Pero no, ¿verdad?

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