Qué ven mis ojos

1977+1982=¿2015?

“Desconfía de quien siempre que cuenta contigo a él le sale una suma y a ti una resta” 

Uno nunca sabe dónde va a despertar al día siguiente de unas elecciones. Al llegar el día-D, los ciudadanos echan sus papeletas en las urnas como quien frota una lámpara mágica, esperan a ver qué sale –el genio de los deseos o el hechicero malvado– y después de la cena se sientan frente al televisor a comprobar si era verdad eso que dijo Mark Twain de que hay tres tipos de mentiras: los embustes, las patrañas y las encuestas. Y cuando ya saben lo que ha pasado, se preguntan qué va a ocurrir.

¿El nuevo país será realmente otro? ¿Vamos a vivir mejor, peor o ninguna de las dos cosas? ¿Habrá más trabajo y será más digno? ¿Se cumplirá lo prometido durante la campaña o volveremos a descubrir que el mismo viento que movía las banderas se ha llevado las palabras de los discursos? ¿Los políticos dejarán de robarnos mientras claman contra los ladrones? ¿Se acabará la impunidad de quienes han conseguido que nuestra Justicia consista en que al que la hace, se la pagamos? ¿Tener una casa dejará de significar que un banco te tiene a ti? ¿La economía seguirá hablando sólo de números o empezará a hablar también de personas? ¿Si no ganan los mismos que las han dictado, serán derogadas sin contemplaciones la reforma laboral que ha atrasado el reloj de los trabajadores hasta el siglo XIX y una Ley de Seguridad Ciudadana que es propia de un país en el que el ministro de Interior alardea de ir a meditar al Valle de los Caídos, como si ocupar un cargo público en una democracia y rezarle a un dictador sanguinario fuesen actividades compatibles? ¿Seguiremos pagando justos por pecadores aunque las monedas lleven la cara de otro rey? ¿En qué país despertaremos quienes lo hagamos en España el 21 de diciembre?

La Navidad es siempre una época propicia a la hora de imaginar milagros, pero en ésta del año 2015 hay algo más que eso, las campanadas de Nochevieja y el sorteo de la Lotería: esta vez existe realmente la posibilidad de transformarlo todo, igual que en 1977 y en 1982. Pronto sabremos si la idea del cambio nos asusta más que nos ilusiona o al revés, porque de eso depende que ganen los que venden esperanza o los que venden miedo. Pero antes de que la incógnita se resuelva, hay más preguntas. ¿El bipartidismo se llevará otra vez el gato al agua o los nuevos partidos lo pondrán a cazar ratones? Los cuatro grupos que luchan por el poder, PSOE, PP, Ciudadanos y Podemos, ¿pelean de verdad todos contra todos, los de toda la vida contra los emergentes o los tres primeros contra el último?

Iglesias propone para el programa una renta mínima que oscilará entre los 600 y los 1.290 euros

La campaña va a tener caras distintas pero también oiremos lo de siempre: unos nos dirán que seguir por el mismo camino nos va a llevar a otro lugar y que pisotearnos era parte del baile; algunos se equivocarán si piensan que compartir los mismos enemigos te convierte en aliado suyo; otros van a seguir apelando a la memoria, siempre y cuando no sea memoria histórica; es decir, que podemos llegar hasta la Transición y ni un paso más allá, como demuestra la oda que le ha hecho estos días Albert Rivera a la España de los Pactos de la Moncloa para explicar por qué su formación no apoyaba que se le retire al siniestro Funeralísimo, como lo llamó Rafael Alberti, la medalla de oro de la ciudad de Calatayud. Mala cosa.

Rip van Winkle es el título de un relato de Washington Irving –el autor de los célebres Cuentos de la Alhambra– que acaba de sacar a la luz, en una hermosa edición ilustrada, la editorial Nórdica y que se considera el primer cuento de la literatura norteamericana, además de una obra que tuvo una influencia decisiva en el propio Mark Twain, en Hawthorne, Edgar Allan Poe o Ernest Hemingway. Su protagonista es un hombre de vida oscura que una tarde sale de caza, al sentirse cansado echa una cabezada en el bosque y cuando vuelve a su aldea todo ha cambiado; nota que la ciudad ha crecido y que ya no conoce a sus habitantes; descubre que su casa está en ruinas y que de sus tres mejores amigos uno murió, a otro lo mataron cerca de Nueva York, en la batalla de Stony Point, donde luchaba como soldado de George Washington, y el último ha llegado a general y está en el Congreso. Lo que para él fue una sola noche, para Estados Unidos han sido veinte años y en ellos la joven nación ha conseguido independizarse de Gran Bretaña. Ojalá el 21 de diciembre no haya aquí muchos como él, porque cuando no te gusta lo que ves, cerrar los ojos es la peor solución.

¿Qué lugar será éste el 21 de diciembre? No lo sabemos, pero estamos casi seguros de que en esta ocasión las promesas van a depender más que nunca de quién las haga y no va a ser tan sencillo engañarnos. Lo que se aprende a golpes te enseña a devolverlos. No creeremos a quien jure otra vez que va a crear un millón de empleos si antes ha destruido más de la mitad de los que había, unos facilitando el despido y otros haciendo que tener una nómina no dé para vivir; ni a quien pretenda hacer pasar las tijeras por una batuta; ni a quien defienda a muerte las primarias con la mano izquierda mientras nombra con la derecha y a dedo a la Irene Lozano de turno; ni a quien hoy hable de convivencia y ayer hizo de la desigualdad su vara de medir; ni a quien ha gobernado por decreto y ahora brinda pactos de Estado; ni a quien clame contra la corrupción ajena y tolere la propia; ni a quien amenace con el caos si pierde; ni mucho menos a quienes al ser pillados con las manos en la masa digan con otras palabras lo que dijo con las suyas Groucho Marx: ¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos…? La lista es larga y, al contrario que las suyas, está abierta. Tachar de ella a quienes no merecen seguir ahí, está en nuestra mano. Y eso hacía mucho tiempo que no pasaba. La fórmula está en la pizarra: 1977 + 1982 ¿es igual a 2015? La solución, dentro de 48 días.

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