Verso Libre

Todos náufragos

Luis García Montero

El periodista Ramón Lobo ha vivido como corresponsal de guerra casi todos los conflictos de la historia reciente. No hay una balacera que se haya perdido. Los Balcanes, Sierra Leona, Irak, Siria, Nigeria… Sin embargo nunca había asumido una tarea tan peligrosa como la de escribir la crónica de su familia. Eso es lo que ha hecho en Todos náufragos (Ediciones B, 2015), la historia de su vida enredada con la evocación de varias generaciones de Lobos y de otros animales domésticos.

La confesión, los retratos y las meditaciones sociales se mezclan en un libro que es el dibujo íntimo del tiempo colectivo, un mundo de herencias sentimentales que nacen en los sueños republicanos, se cortan en la Guerra Civil, fermentan como un moho tóxico en la posguerra y desembocan en una democracia imperfecta. Ramón Lobo habla de su padre y de su abuela Pilar con el realismo descarnado que usa al describir un genocidio.

La literatura tradicionalista del siglo XIX hizo de la familia el refugio de los buenos sentimientos, esas verdades del corazón alejadas de la mezquindad de la vida pública. Por eso la literatura rebelde tomó entre ceja y ceja a la familia y denunció la microfísica del poder y la violencia escondida en los salones de estar y en las alcobas. Federico García Lorca ajustó cuentas con la represión en La casa de Bernarda Alba. Su amigo Luis Cernuda escribió uno de sus poemas más duros, “La familia”, para definir un ambiente de rutinas basadas en la incomprensión y en el dogma: “Con Dios y con moral te proveyeron / recibiendo deleite tras de azuzarte a veces / para tu fuerza tierna doblegar a sus leyes”.

Ramón Lobo no se queda atrás al evocar las bofetadas de su padre, el autoritarismo desquiciado de la abuela Pilar y la avaricia miserable de la tía Josefina, un ser roído por el resentimiento, el odio y la ignorancia. Los hijos de esta tía paterna acudieron al entierro de su madre para brindar con champán y asegurarse de que estaba muerta.

No se trata sólo de un testimonio personal, sino del relato de unas generaciones marcadas por el dogma autoritario y clerical del franquismo. La ética republicana del bisabuelo Ramón y del abuelo Ramón, se deshizo en manos del golpe de Estado de 1936 y abrió el camino para que el padre Ramón impusiese el paso militar de la División Azul sobre la infancia, adolescencia y primera juventud del nieto Ramón. Los silencios, tristezas, gritos, castigos, guantazos y rebeldías privadas tienen su historia social.

Parece ser que los mejores corresponsales de guerra se forman en los conflictos familiares y viven su vocación como un modo de huir de una historia privada difícil. Los tiroteos balcánicos suavizan el fuego amigo del hogar. Pero esta crónica de guerra familiar sólo funciona como ajuste de cuentas en un primer término. En lo profundo, tiene mucho más de ejercicio de conciencia, de búsqueda, de deseo de entender y de entenderse. La literatura suple aquí una conversación de verdades y reconciliaciones que el hijo no pudo tener con el padre por culpa de una muerte prematura.

No se debe santificar a la familia por dogma, ni se la puede demonizar. Las primaveras son imposibles sin el invierno. Es verdad que hay hijos que tienen derecho a romper con el padre y padres que acaban con toda razón hasta las narices de sus hijos. Entre los Ramones de la crónica se encuentran ejemplos para todo. Pero la realidad final es que nuestra identidad depende de la relación con las personas que tenemos más cerca, que la solidez sentimental y la identidad necesitan del amor. Sólo nos forma y nos transforma la convivencia. Los hijos educan a los padres tanto o más que los padres a los hijos. La lección de que el mundo es frágil, la lección más verdadera, se aprende en familia por un desamor, un abuso o por un hijo que sale de forma muy diferente a la esperada. Todos somos náufragos.

Palestina

Los esfuerzos por conocer y comprender de Ramón Lobo no significan una renuncia a las ideas y a los afectos propios, pero ayudan a descubrir matices que hacen menos malos a los enemigos y ponen en su lugar a algunos personajes mitificados. También los parientes del exilio mexicano o de la civilizada democracia británica esconden sus secretos. Esta crónica íntima, escrita con la dinámica circular de las obsesiones, demuestra que nada nos hace madurar más que el esfuerzo por conocer la verdad.

Ramón Lobo ha hecho en este libro lo que la democracia española no se atrevió a hacer ante el pasado franquista. El silencio y el engaño no son una solución. El deseo de saber no supone un esfuerzo para abrir heridas. Sólo la verdad es higiénica, justa y reparadora.

Enhorabuena, querido Ramón, compañero de infoLibre. Sólo te hago una precisión: Rafael Alberti permaneció en Madrid y vivió hasta el final su defensa. A Valencia fue por unos días en 1937 para participar en el Congreso de Intelectuales Antifascistas. Siento ponerme redicho en este punto, pero es que Rafael pertenece a mi historia familiar.

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