Muros sin Fronteras

“Venezolanos, Chávez ha muerto (tal vez)”

Hugo Chávez no era Franco, situado en la primera división de los Mussolini o Hitler. Su caso entronca más bien con el caudillismo latinoamericano del siglo XIX y principios del XX. Fue un soñador, como le definió el uruguayo José Mujica, que pudo soñar cuando el precio del petróleo cabalgó por encima de los 100 dólares el barril y el maná del dinero caía sobre Venezuela. Chávez tenía un gran carisma, era un tipo que magnetizaba a las masas que aún lo adoran. Como un verdadero caudillo –la revolución mexicana fue un vivero de este tipo de líderes populares– estaba por encima del bien y del mal, de la corrupción y los errores de su Gobierno. Chávez estaba más cerca de un santo que de un gobernante.

Chávez trató de envolver a Nicolás Maduro, su sucesor designado, de un aura carismática pese a no tener carisma alguno. El truco de magia no le sobrevivió. Sin la protección activa de su benefactor, Maduro ha resultado ser un hombre común, un poca cosa. Ya demostró sus limitaciones en la campaña electoral que lo aupó en abril de 2013 a la presidencia por una diferencia de 1,49% de los votos en medio de acusaciones de fraude por parte de la oposición. Esta vez, en las elecciones legislativas, la diferencia no deja dudas: la oposición ha aplastado al chavismo pese a que las condiciones no eran de igualdad democrática.

No fue solo el asunto del pajarito que le hablaba desde el alma de Chávez, sino la utilización machacona y burda del "Chávez vive", que ha terminado por ser lema en esta desastrosa campaña. Apelar al santo como único programa de futuro no ha funcionado en país hundido económicamente, en el que el PIB se contraerá un 10% a final de este año y está previsto otro 6% para el próximo. Maduro ha subido cuatro veces el sueldo mínimo (que está por debajo del cubano) y otras tantas quedó devorado de inmediato por la hiperinflación, que roza el 159% en 2015. Venezuela ha logrado el título de campeón del mundo en desastre económico. Solo le supera Siria.

El hundimiento electoral del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el de Chávez, es un síntoma de un hartazgo evidente y masivo. Maduro ha perdido gran parte del voto chavista que, sin sin fundador vivo, han dado la espalda al impostor. El aplastamiento ha sido de tal magnitud que la oposición unida bajo la denominación de Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha conquistado la supermayoría, es decir, los dos tercios de la Asamblea. Puede (según las mismas leyes chavistas) cambiar la Constitución, destituir altos cargos, nombrar jueces y, lo más importante, promover un referéndum revocatorio para destituir a Maduro, si así lo deciden los votantes. El proceso de esta revocación será posible a partir de abril de 2016, cuando se cumpla la mitad del mandato.

La derrota ha noqueado al oficialismo, le dejó sin respuesta; ni siquiera brotaron bravatas ni amenazas de los sectores próximos a Diosdado Cabello, el hombre fuerte y presidente de la Asamblea saliente. Maduro acató el resultado y culpó del descalabro a la contrarrevolución y a la guerra económica. Suena a verbo encendido dedicado a sus seguidores; la aceptación tiene que ver con la cúpula de las Fuerzas Armadas, que no acepta otra solución que no sea el respeto al dictamen de las urnas. Los militares también viven en Venezuela.

En la MUD hay democristianos, liberales, centristas y socialdemócratas como Henrique Capriles, dos veces candidato presidencial y el hombre que sale más reforzado. Él condujo a la oposición de la insignificancia electoral a convertirse en una alternativa de poder. Fue el primero que se enfrentó a Chávez políticamente, lejos del desprecio de clase, casi racista de los primeros líderes opositores.

Capriles encabeza la oposición que está dispuesta a jugar dentro de las normas democráticas. Hay otra, la de Leopoldo López, que hace tiempo saltó a la calle. La respuesta del chavismo a medio plazo dará alas a una u otra oposición. Si hubiera enroque, más allá del anunció de que no aceptará una amnistía política, habrá violencia.

La MUD ha sabido sacarse de encima la pesada herencia de los 40 años de alternancia entre COPEI y Acción Democrática, ahora diluidos en la MUD; ambos saquearon las riquezas del país y condenaron a la pobreza a millones de venezolanos. Fue Chávez quien los rescató de esa pobreza y del analfabetismo. Muchos de ellos han dado la espalda a Maduro. Cuando Felipe González aparece a para dar lecciones debería recordar sus tiempo de amigo de Carlos Andrés Pérez, el más corrupto, el que generó el péndulo del chavismo.

La MUD tiene un único punto en común: derrotar a Chávez y sus sucesores. Logrado el primer paso en su objetivo, veremos cómo gestionan estrategias, siglas y egos. La gran victoria del domingo se debe a la hartura ciudadana con un gobierno incapaz y será difícil que la MUD, empeñada en desalojar a Maduro de la presidencia, pueda obrar milagros en el día a día de millones de venezolanos.

Aquí dos vídeos, dos visiones.

Sin milagros puede que los votos, o una parte de ellos regresen al PSUV. Esto es algo que Capriles tiene claro: la cascada de votos es la expresión de una protesta contra la ineficacia; ahora les toca convertir el cabreo en ilusión. La oposición cometería un grave error si da por muerto el chavismo o lee este resultado como un cheque en blanco para liquidar la herencia de Chávez. La gente ha votado eficacia, cansancio, no una revolución.

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El chavismo ya no es invencible, ese es el aspecto más peligroso de su derrota. Chávez no es un émulo del Cid Campeador: no gana más elecciones después de muerto; esa es una tarea que le toca a los vivos. En las 19 elecciones anteriores, el chavismo solo perdió el referéndum de 2007 para la reforma constitucional.

El lento escrutinio, el temor a que se impidiera que la oposición lograra la supermayoría que puede sacar del poder al chavismo, ha debido generar numerosas batallas subterráneas de las que ahora tenemos pocas noticias. ¿Cuál fue el papel de las Fuerzas Armadas? ¿Existen divisiones dentro del chavismo? Se abre un periodo nuevo, peligroso, en el que el principal trabajo de la MUD será tender puentes, evitar la sensación de revancha.

Las revoluciones son higiénicas, traen aire fresco, por eso Trotsky las quería permanentes. Las revoluciones suelen durar poco: días, semanas. En poco tiempo copian los defectos del poder desalojado y se suben a sus mismos zapatos. No se salva nadie, ni siquiera el personaje central de Woody Allen en Bananas.

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