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Centroizquierda

Pedro Sánchez se ha presentado a la investidura para la Presidencia del Gobierno sin que el PSOE fuera la primera minoría en los comicios del pasado 20 de diciembre, ni tener garantizados con acuerdos posteriores los votos necesarios para conseguirlo. Me parece meritorio: este ejercicio debería contribuir a europeizar –en el buen sentido de la palabra– nuestra democracia, que, en contra de lo que cree mucha gente, es parlamentaria y no presidencialista.

En las democracias parlamentarias, preside el Ejecutivo aquel que obtiene en el hemiciclo más votos positivos que negativos; no lo hace de oficio la primera minoría electoral (el PP en la actual situación española). Las negociaciones de dos, tres o cuatro fuerzas, los intentos fallidos de investidura y, cuando el barco llega a buen puerto, los gobiernos de coalición, son moneda corriente en Europa. Es bueno que la democracia española, demasiado acostumbrada a mayorías rotundas y hasta autoritarias, a investiduras bien amarradas, a liderazgos indiscutibles, vaya conociendo esa dosis de incertidumbre razonable que conlleva una correcta expresión de la pluralidad ciudadana.

Sánchez ha llegado a esta situación bailando la yenka: izquierda, izquierda; derecha, derecha; delante, detrás; un, dos, tres. Es normal que mucha gente se haya mareado y que incluso alguna se haya cabreado. No obstante, el otro día, al justificar su acuerdo con Ciudadanos, tuvo un momento de manifiesta sinceridad: el PSOE, dijo, es un partido de centroizquierda y es normal que se entienda con uno de centroderecha. No puedo estar más de acuerdo: el PSOE que refundara Felipe González es un partido de centroizquierda, un partido que ni borracho pone en cuestión lo esencial del sistema capitalista.

El centre-gauche fue la principal fuerza ideológica y política en la III República francesa (1870-1940). En lo político era laico y republicano; en lo social y económico, inequívocamente burgués. Defendía las libertades: las de asociación, expresión y costumbres, pero, sobre todo, la de hacer negocios. Protagonizó sonados escándalos financieros como el del Canal de Panamá y el affaire Stavisky. En su última etapa estaba encarnado en el llamado Partido Radical.

El Partido Socialista de Jean Jaurès emergió a comienzos del siglo XX porque el centre-gauche no colmaba, ni de lejos, las aspiraciones de las clases trabajadoras francesas. Los socialistas de Jaurès se situaron desacomplejadamente a la izquierda, y, luego, tras la Revolución Rusa, vieron como parte de los suyos se escindían, formaban el Partido Comunista y ocupaban el espacio de la extrema izquierda.

Siempre he pensado que el PSOE felipista tiene más parentesco con los partidos radicales europeos de las primeras décadas del siglo XX que con los que fundaran Jaurès y Pablo Iglesias. Es indudablemente progresista en cuestión de libertades, derechos civiles e igualdad de géneros, pero institucionalista respecto al sistema político (monarquía, Constitución del 78, unidad tradicional de España) y muy comprensivo con los intereses de los grandes banqueros y empresarios. Si se piensa bien, el Zapatero del matrimonio gay y el indulto al banquero Alfredo Sáenz era todo un modelo de político radical.

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Me parece necesario que exista una fuerza así en nuestra democracia, como me alegra que Ciudadanos se haya decidido a ocupar ese espacio de centroderecha que el PP suele abandonar cuando obtiene mayoría absoluta y se entrega sin tapujos al neofranquismo de cuello blanco. Ahora bien, lo que no me parece de recibo es que mis amigos del PSOE se pongan como una hidra cuando otra fuerza aspira a ocupar el espacio de izquierda que ellos llevan cuatro décadas dejando desierto. Hablo de la izquierda sin prefijos, sufijos o adjetivos.

Francamente, no encuentro saludable esa vocación de monopolio, esa aspiración glotona a ser el partido único desde el centro a la extrema izquierda, tan semejante a la del grupo Prisa en lo periodístico y cultural. El progresismo español es mucho más amplio y plural: si ustedes no satisfacen los intereses de algunos de sus componentes, no se enfaden tanto si otros intentan hacerlo.

Dicho lo cual, Sánchez tiene razón cuando afirma que es natural que el centroizquierda pacte con el centroderecha. Aunque tampoco debiera estarle prohibido que lo hiciera con la izquierda, máxime cuando así obtendría más votos para la investidura. ¿O es que sí lo está?

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