Verso Libre

Furias divinas

Quizás el cardenal Cañizares acababa de leer Furias divinas (Tusquets, 2016), la última novela de Eduardo Mendicutti, cuando responsabilizó al imperio gay del deterioro de la familia cristiana. Incómodo por las celebraciones del Día contra la Homofobia, Monseñor quiso dejar claro en su homilía el carácter pernicioso de algunos políticos sometidos al veneno feminista y al imperialismo homosexual.

Lo más parecido al imperio gay que he descubierto en las últimas semanas es la conspiración radical que unos trasformistas, reunidos en un local nocturno de La Algaida, preparan para boicotear una fiesta de alta sociedad. La Furiosa, la Tigresa de Manaos, la Marlon-Marlén y la Canelita irrumpen al grito de “¡Sí se puede!”, ayudadas por el escritor maduro Ernesto Méndez y por otras amigas, en la casa-palacio de los Marqueses de Pontebianco. Quieren romper la impunidad del lujo en una población muy afectada por la crisis económica.

Eduardo Mendicutti construye una fábula política dibujada –como suele ocurrir en todas sus narraciones– por el humor, la imaginación y una energía creativa que se apodera del lenguaje para configurar personajes populares que sufren la marginación y utilizan la libertad impertinente de las palabras como una estrategia defensiva.

El mundo homosexual que aborda en su literatura Eduardo Mendicutti puede engañar a los críticos literarios con prejuicios y a los lectores desatentos que consideren la materia de sus libros como una limitada experiencia de gremio sexual anecdótico. El humor deslenguado de los personajes puede llamar a engaño, reduciendo el calado político de las Furias divinas a una broma coyuntural.

Conozco a pocos escritores tan formados políticamente como Eduardo Mendicutti. Formado en los libros, formado en la calle, formado en el conocimiento diario de la realidad, la discriminación y la solidaridad. Debajo de cualquier injusticia concreta, late la dignidad general de todos los seres humanos. Pero conviene conocer la singularidad de los derechos y sus posibles violaciones para tener una idea exacta de lo que significa la dignidad general.

La novela de Eduardo es política porque las transformistas viven una historia en la que el comunismo de siempre se ve desbordado por el nuevo espíritu de Podemos. Tiene gracia la caricatura del mundo político nacional presentada en clave transformista entre las Furiosas y las Canelitas. Pero la novela es política también porque sirve para recordarnos el paisaje habitado por travestis, transexuales y drag queens. Es un recuerdo elegido.

Cuando se intentan socializar los discursos alternativos, surge siempre la tentación de normalizar o adecentar la propuesta. Muy ruidosa fue la denuncia que Federico García Lorca hizo en la Oda a Walt Whitman contra los maricas de la ciudades, las locas, los Fairies de Norteamérica, los Pájaros de La Habana, los Sarasas de Cádiz, los Apios de Sevilla, los Cancos de Madrid, las Floras de Alicante y las Adelaidas de Portugal, personajes de carnes tumefactas y pensamientos inmundos.

Eduardo Mendicutti: "¿Que lo que escribo es gay? Pues sí, qué pasa"

El deseo de legitimar una homosexualidad decente y de prestigio a la sombra de Walt Whitman provocó en el poeta un desprecio clasista muy poco justificable. Ahora que celebramos con orgullo bodas entre personas del mismo sexo y que conocemos parejas homosexuales con hijos, suegras o yernos, es conveniente no confundir la conquista de derechos con una nueva forma de segregación. Eduardo Mendicutti nos recuerda en su novela que travestis, transexuales y drag queens están en los orígenes de las movilizaciones del colectivo LGTBI, cuando los clientes de bar Stonewall, en Nueva York, iniciaron la protesta contras las redadas de la policía.

Pero la novela es política, sobre todo, porque más allá de las anécdotas y del humor, del lujo y del boicot disparatado, la literatura llega a la soledad de los seres humanos, a la incertidumbre de las personas que conviven con su propia debilidad, con su desahucio particular, sus problemas económicos, sus miedos familiares, su experiencia de silencio, dolor y represión. La novela es un testimonio humano de la dignidad y el respeto que merecen todas las personas maltatadas por las furias diabólicas de gente como el cardenal Cañizares y su sermón militante en la barbarie.

Después de las Furias divinas me quedo atento al futuro de un personaje como Ernesto Méndez, un hombre que empieza a vivir su retiro. El escritor que fundó de manera admirable la iniciación a la vida del muchacho protagonista de El palomo cojo tiene delante de sí el reto de contarnos, desde su mundo, la historia de los pasos singulares y colectivos que conducen al invierno.

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