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Desde la tramoya

Elogio de los burócratas de Bruselas

La Unión Europea no se la han cargado ni Merkel ni Hollande ni los miles de funcionarios que trabajan en Bruselas en las instituciones comunitarias. El sueño europeo lo estamos liquidando quienes depositamos en la Unión todas nuestras frustraciones colectivas, por una crisis de la que habríamos salido infinitamente peor parados si no hubiéramos tenido el apoyo de nuestros socios.

Ahora que se cumple el 60 aniversario de los Tratados de Roma, firmados el 25 de marzo de 1957, convendría revisar los trazos gruesos de lo que nos ha pasado, y que en los libros de historia breve, más o menos, podría transcribirse así.

En 2007 una fortísima crisis económica sacude al mundo. Tiene origen en una enorme burbuja inmobiliaria y financiera en Estados Unidos, que repercute de manera grave en Europa, pero especialmente en los países más vulnerables del Sur, España entre ellos. Aquí teníamos nuestra propia burbuja, asentada en la creencia absurda de que los precios de la vivienda no bajarían nunca, y que era bueno que la gente se hiciera propietaria de millones de inmuebles que estaban definitivamente sobrevalorados. Cuando los bancos deciden de la noche a la mañana que es necesario detener el crédito desaforado, el sector de la construcción deja en el desempleo a cientos de miles de trabajadores y a millones de españoles con propiedades que de pronto valen mucho menos de lo que deben al banco. Si compraste un piso por cien mil, ahora cuesta 70.000, pero el banco no va a perdonarte los cien que te prestó.

La Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (la conocida “Troika”) activan herramientas para poner dinero en el sistema y que la economía europea no colapse. El procedimiento es muy sencillo en sus fundamentos: prestamos el dinero al gobierno en dificultades, pero a cambio ese gobierno tiene que cumplir con ciertas condiciones, como no elevar el déficit público por encima de un 3% del Producto Interior Bruto y, por tanto, recortar en subvenciones, ayudas, inversiones no urgentes, etcétera En algunos casos, intervenimos directamente en la gestión de ese gobierno, para que las condiciones se cumplan. Eso provoca la indignación de millones de ciudadanos que ven cómo se congelan las pensiones de los mayores, las ayudas a los desempleados o las inversiones en educación y sanidad, mientras lo cierto es que las grandes empresas y sus ejecutivos sobrellevan la crisis sin grandes dificultades, incluso aumentando salarios e indemnizaciones millonarias. Surgen los populismos de diversa condición. Los nacionalistas de derechas desprecian la Unión en virtud de una supuesta superioridad nacional. Los populistas de izquierda reniegan del sadismo de los “burócratas” conservadores de Bruselas, con idéntico resultado: la Unión Europea se convierte en el enemigo público número uno. Los ingleses terminan por irse, los griegos se indignan con las imposiciones, y el Norte se harta de tener que prestar dinero a los vagos del Sur. Todos los arquetipos negativos se activan en medio de las dificultades económicas.

Se puede cuestionar que la política de “austeridad”, es decir, de recortes, haya sido la más adecuada. Estados Unidos, con Obama, optó por inyectar más dinero a su economía, aunque aumentara la deuda, y ha salido antes y mejor de la crisis. Pero es injusto culpar “a la Unión Europea” de lo que ante cualquier analista sosegado ha sido culpa del egoísmo de los socios, y no de la impericia de la dirección del Club. Que Reino Unido haya abandonado la Unión ha sido culpa de la torpeza de Cameron, que convocó un referéndum que nadie le pedía. Que en Francia pueda ganar el antieuropeísmo nacionalista y casi fascista de Le Pen es resultado de la degradación de los socialistas y los conservadores franceses, no de Merkel ni de Juncker. Que los griegos amenazaran con irse fue un acto de fanfarronería de Txipras, que sometió a un referéndum el rechazo a las medidas del rescate, ganó, y luego se vio obligado a aceptarlas bajándose los pantalones ante sus socios. En cualquier club algo más exigente les habríamos enviado al carajo.

La Unión Europea no merece estar como está. Con todas sus debilidades, es el mayor espacio mundial de prosperidad, libertad y progreso. Un modelo universal en creatividad, respeto a los derechos humanos, progreso social y convivencia. Es una entidad real con fuertes lazos comunes entre sus partes. El pensamiento, la cultura cívica, el arte, las costumbres y la tradición humanista son muy parecidos en Bucarest y en Lisboa, en Helsinki y en Nicosia. El sueño europeo que dio título al excelente libro de Jeremy Rifkin se está desvaneciendo para satisfacción de Estados Unidos, de Rusia y China, pero que eso suceda no es culpa de quienes en Bruselas se afanan en mantenerlo vivo, sino de los socios que, ante la dificultad, han decidido echarle la culpa al administrador del club en lugar de aceptar que hay que pagar la cuota correspondiente.

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