Buzón de Voz

PSOE: entre promesas y bandazos

“En esa casa todos hablan mal de todos y todos tienen razón”. Lo decía el malvado de César González-Ruano sobre la familia Sánchez Mazas, y sería aplicable al debate interno que vive el PSOE, condensado este lunes en una confrontación de relatos y mensajes polarizada entre Susana Díaz y Pedro Sánchez, con un Patxi López en el centro (físico y discursivo) que resultó convincente cuando lanzó la voz de alarma: “Si no arreglamos esto podemos desaparecer como están desapareciendo otros partidos socialistas europeos”. Bien, ¿pero cómo se arregla “esto”?

Susana Díaz llegaba al debate buscando un titular que recoge un compromiso con la militancia: “Si el PSOE no remonta electoralmente, yo me marcharé sin hacer ruido, sin romper nada”. Le faltó añadir… “no como otros”, aunque se la entendió perfectamente, porque el hilván de su discurso quedó claro: “Estamos aquí porque hemos sufrido el mayor desastre electoral de nuestra historia, y Rajoy gobierna porque nosotros sólo tenemos 85 escaños”. ¿Por qué se ha llegado a ese suelo (de momento)? Según Díaz, porque “los votantes ya no sabían a qué PSOE estaban votando”, por culpa de los “bandazos” de Pedro Sánchez. “No se puede tener cada día de la semana una visión de España”, denuncia la presidenta andaluza, que reprocha al madrileño, por ejemplo,  sus vaivenes sobre el modelo de Estado, o su defensa de un gobierno “a la portuguesa” para abrazarse semanas después a un pacto con Ciudadanos que además no alcanzaba para gobernar.

En realidad Díaz lo que ha procurado es insistir en el mismo clavo en el que asienta su campaña: para recuperar al PSOE la solución consiste en ganar al PP, y ella presume de haber demostrado esa capacidad en Andalucía, mientras Sánchez ha seguido excavando el agujero de la pérdida de votos y escaños en las dos últimas elecciones generales. Se produce así la paradoja de que Díaz se dirige a cuadros y militantes utilizando la baza de anticipar la supuesta confianza del electorado, cuando las encuestas conocidas aducen precisamente lo contrario, es decir que Díaz tendría más apoyo entre las bases del PSOE que entre sus votantes.

Pedro Sánchez sigue aferrado a un relato tan sencillo como eficaz: el PSOE está al borde del abismo porque se forzó el “derrocamiento” de su secretario general para facilitar una abstención que ha permitido la continuidad del PP en el Gobierno, que “no ha servido para cambiar el país”, anegado por la corrupción. Muy al contrario, denuncia Sánchez que Rajoy es “una manzana podrida” en el sistema, y busca su titular proclamando el compromiso de que la primera medida que tomará si recupera el liderazgo socialista será “exigir la dimisión del presidente del Gobierno”.

Si Díaz dibuja a Sánchez como un oportunista del que “ya no se fían ni Zapatero ni Felipe González…”, Sánchez se ha encargado de definir a Díaz como la representante genuina de “los notables del partido” que él promete convertir en “el PSOE de los militantes”, a los que consultaría cualquier decisión trascendente. Sin duda el modelo de partido y el modelo de Estado son los dos asuntos de mayor divergencia interna. Y no son cualquier cosa.

La galopante polarización del debate ha permitido asomar a Patxi López con más fuerza de la que se podía pronosticar, huyendo del abrazo de Sánchez tanto como de los guiños de Díaz, y autodefiniéndose como posible “pegamento” capaz de sellar las enormes grietas entre partidarios del uno y de la otra: “Estamos así porque en lugar de enfrentarnos con el PP nos hemos enfrentado entre nosotros”. Puso López en apuros a su exjefe Sánchez al forzarle a definir su concepto de “nación”, y al reprocharle la apertura de un debate que según el vasco “no corresponde a los socialistas: no somos nacionalistas, sino internacionalistas. Quiero construir otra Europa, y ceder soberanía a una Europa de los derechos sociales y de la libertad y la justicia”.

Como advertía en infoLibre hace unos días José Miguel Contreras, el mayor dilema previo al debate consistía en decidir a quién se debía dirigir cada candidato. Conviene no olvidar que no estamos en una campaña electoral de competencia entre partidos, sino en un proceso democrático de elección interna. Y que teóricamente ya han indicado su opción a través de los avales siete de cada diez militantes socialistas. De modo que el objetivo principal de los candidatos es captar votos de indecisos o cambiar el voto de la franja presuntamente más frágil, la que avalaba a Patxi López, susceptible de perder adeptos redirigidos a un “voto útil”. Ninguno de los tres ha cometido un error letal que dinamite sus posibilidades en la recta final de la campaña. La incógnita no se resuelve tampoco a través de encuestas mediáticas en las que la inmensa mayoría de los opinantes trasladan el refuerzo de sus propias posiciones. Sólo se despejará el domingo en las urnas instaladas en las sedes del partido. ¿Se cerrará entonces la fractura socialista? No. Gane quien gane, la brecha abierta en sus propia filas y la distancia entre el partido y amplias capas de su electorado exigen la recuperación de una credibilidad muy deteriorada, y para ello se precisan tiempo y liderazgos sólidos, probablemente más colectivos que basados en nombres excesivamente marcados por una batalla interna tan cruel como personalizada.

Han mantenido las formas en el debate, aunque la gestualidad delata. El desprecio mutuo se refleja en las miradas de Sánchez a Díaz y viceversa, pero habrá que reconocer a los tres, y al PSOE como partido, la virtud de ser el único que emite un debate abierto y crudo entre sus candidatos, como si pertenecieran a fuerzas distintas. Debería ser una fortaleza, aunque ahora aparente más bien debilidad. 

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