Depresión, testosterona, inmigración

El peso de la construcción cultural androcéntrica, o sea, del machismo, es tal que es capaz de ocultar detrás de una sola palabra el significado de hechos, acontecimientos y conductas cuando estos representan una crítica a su modelo. Se observa en cualquier ámbito con un triple objetivo, presentar a los hombres como víctimas, representar a las mujeres como culpables y eximir de responsabilidad a los hombres cuando las mujeres no pueden ser culpadas.

Un ejemplo lo tenemos en el suicidio. Los hombres se suicidan más que las mujeres, y lo hacen más en las edades donde los conflictos y problemas potencian circunstancias que inciden en lo personal, familiar, laboral y social, ocurre en España y en cualquier otro país, pero en lugar de analizar esos factores para ser eficaz en su prevención y atención, desde el machismo dicen que se debe a los “divorcios culpables” que, como consecuencia de la ley integral contra la violencia de género y las políticas de igualdad, se producen a través de denuncias falsas. Recordemos que según el CIS un 44,1% de los hombres se consideran “víctimas de las políticas de igualdad”. De manera que un problema tan grave como el suicidio se presenta como culpa de “malas mujeres”, cuando la mayor incidencia en hombres está relacionada con la construcción de género que lleva a que estos no pidan ayuda ni busquen medidas psicológicas o psiquiátricas ante los problemas que viven y conducen al suicidio, tal y como recoge la OMS.

Al final la responsabilidad de los hombres se pasa a las mujeres como culpabilidad.

Con la violencia de género ocurre lo mismo. La construcción cultural androcéntrica la presenta como consecuencia del consumo de sustancias tóxicas (alcohol o drogas) y de trastornos mentales, generalmente relacionados con la pérdida de control y la impulsividad, pero si no hay un trastorno o enfermedad en el agresor que pueda explicar la conducta bajo esos patrones, da igual, se utiliza otro que justo se caracteriza por lo contrario, como es la depresión. Lo importante es que la responsabilidad del hombre que agrede o asesina quede diluida, y con ella protegido el modelo machista que crea la violencia de género más allá del consumo de sustancias tóxicas o el padecimiento de trastornos mentales.

Esa es la evidencia científica y social, que los hombres maltratan, violan y asesinan a las mujeres con plenitud de conciencia y condiciones psicológicas, y que eso ocurre como consecuencia de la cultura machista que presenta a las mujeres como propiedad de los hombres que pueden dominar y controlar, o como objetos que pueden usar. Que en ese escenario social pueda haber algún hombre que sobre esas referencias machistas actúe bajo la influencia de una sustancia tóxica o algún trastorno es posible, pero lo que no se puede es reducir toda la construcción social de la violencia contra las mujeres a esas circunstancias puntuales, ni cuando alguna de ellas está presente reducir toda la elaboración del asesinato a ellas.

La conducta humana, y dentro de ella la conducta violenta, se elabora por la interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales. Y cuando se trata de una violencia estructural, como es la violencia de género, los factores que más influyen son los socio-culturales y todo el aprendizaje que conlleva el desarrollo de la identidad y la socialización en un contexto de desigualdad sobre las mujeres, y la normalización de la violencia contra ellas bajo los argumentos más variados y a través de las formas más diversas.

La enfermedad no es una explicación cuando se observa cada año que la inmensa mayoría de los hombres que asesinan a mujeres lo hacen con plena capacidad psicológica

La violencia de los hombres contra las mujeres parte de lo individual, social y contextual, la violencia de las mujeres contra los hombres y sus seres queridos no cuenta con un contexto social que les haga aprender a usar la violencia como un factor que refuerce su identidad femenina. Un hombre es reconocido como hombre por resolver las cosas como hacen los hombres, y entre esas formas está el uso de la violencia. Mientras que una mujer no es reconocida como más mujer por usar la violencia, todo lo contrario, la crítica es mucho mayor.

Para que los hombres no sean responsables de una conducta violenta en el contexto de la violencia de género no basta con demostrar que tiene una depresión o un trastorno mental, sino que hay que demostrar que esa alteración ha afectado a la conciencia de lo que hacía, y eso exige poner en relación lo individual con lo social y cultural. La enfermedad no es una explicación cuando se observa cada año que la inmensa mayoría de los hombres que asesinan a mujeres lo hacen con plena capacidad psicológica. Como decía un compañero psiquiatra sobre el tema, al final cuando se estudian estos casos lo que se demuestra es que el asesino es un machista esquizofrénico o un machista depresivo, nada más.

En los estudios sobre las sentencias por homicidios en violencia de género dictadas en los últimos 5 años (2018-2022) que realiza el CGPJ, sólo en el 5,2% se ha reconocido algún tipo de alteración psicológica que afectó a la conducta criminal, la mayoría por alteraciones transitorias durante los hechos (obcecación, arrebato, trastorno mental transitorio…), y cuando se trató de una enfermedad mental fue por esquizofrenia y retraso mental, a veces uniendo el consumo de cocaína. En ninguno de los homicidios hubo una alteración psíquica relacionada con la depresión.

La cultura androcéntrica tiene una serie de clichés preparados para dar a entender qué es lo que pasa cuando las conductas escapan al control social que ella misma establece con su normalidad, por eso cuando se habla de violencia contra las mujeres, según las circunstancias de cada caso, se recurre de inmediato al argumento de la testosterona, la inmigración, la depresión, el alcohol… o a cualquier otro de los muchos que hay. Lo importante es ocultar las referencias sociales que dan lugar a esta violencia que contribuye a mantener el orden definido por el propio machismo.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género

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