"¿Quién va a regar la menta?": cuando las bombas de Israel deciden dónde duermes cada noche
Después de perder nuestra casa en Gaza y de sufrir mucho viviendo en una tienda de campaña, nos mudamos a un piso dañado en el barrio de Bani Suhaila, en Jan Yunis.
El 14 de abril, estábamos plantando menta detrás del edificio. Mi madre y yo regábamos lo que ya había brotado: albahaca, tomates, cilantro, pimienta. Estábamos felices viendo cómo crecían. Lo habíamos plantado debido a la rápida propagación de la hambruna.
De repente, oímos el sonido de una explosión: provenía de las octavillas lanzadas por los aviones del ejército de ocupación. Ese sonido es el que más odiamos, incluso más que el de los misiles. Las octavillas suelen significar una nueva evacuación, un nuevo desplazamiento.
Mi hermano Zakaria fue a ver qué decía la octavilla. Anunciaba que varias zonas de Jan Yunis, incluida la nuestra, debían ser evacuadas.
No sabíamos qué hacer. Estábamos cansados de todo. Desplazamientos, viajes incesantes, caminatas de horas en busca de un nuevo lugar donde encontrar comida o agua.
El dilema
¿Debíamos quedarnos o irnos? Miramos a nuestros vecinos. Todos querían quedarse, pero sus rostros reflejaban confusión. Al igual que los signos de agotamiento provocados por los numerosos traslados y la vida en tiendas de campaña.
Había quienes decían que se quedaban y quienes decían: “Basta ya de todo lo que nos ha martirizado, basta ya de todo lo que hemos perdido: tenemos que irnos”. Era lógico: habíamos perdido a tantos familiares, amigos, hogares, recuerdos, incluso de nosotros mismos, y nuestro futuro.
Llamamos a la casa de mi tío, en Hamad City, en Jan Yunis, para avisarle de que nos íbamos a quedar temporalmente en su casa. El tiempo necesario para pensar qué hacíamos y buscar un nuevo lugar.
Empezamos a hacer las maletas: cada uno tenía una bolsa para la ropa y los documentos importantes, así como su propia botella de agua. En cada desplazamiento mi madre también nos dice que metamos nuestro documento de identidad en el bolsillo delantero de los pantalones: si alguno de nosotros muere, así nos podrán identificar fácilmente.
También ella se ha ido a amasar pan para llevar. Nunca sabemos lo que puede pasar o a qué nos tendremos que enfrentar.
En cada desplazamiento mi madre nos dice que metamos nuestro documento de identidad en el bolsillo delantero de los pantalones: si alguno de nosotros muere, así nos podrán identificar fácilmente.
Recuerdo que una vez dormimos toda la noche en la calle, junto a los coches aparcados a lo largo de la carretera. Fue una de las noches más horribles de mi vida. Solo teníamos pan, dos botellas de agua y una manta. Éramos nueve con la familia de mi tío Yacoub.
Esta vez, ya preparados, mi hermano y yo salimos a buscar un medio de transporte. Encontramos una carreta tirada por un burro. La cargamos con un colchón y las bolsas de cada uno y pusimos destino a casa de mi tío. Él y toda su familia nos recibieron con los brazos abiertos. Habían preparado pasteles de zaatar y pan caliente.
Pero mi madre no quería quedarse mucho tiempo. La casa está cerca de la calle Salah-ad-Din. Demasiado peligroso. Las fuerzas de ocupación podían entrar en la ciudad en cualquier momento.
Al día siguiente, nos fuimos de nuevo, siempre en busca de un nuevo lugar donde vivir. Caminamos durante horas, por la calle 5, luego por la calle Al-Rasheed, la calle Al-Nus y luego por el barrio de Fesh Fresh. Después de siete u ocho horas no habíamos encontrado nada: no había agua en ninguno de los lugares donde podíamos habernos instalado.
Agotados, volvimos a casa de mi tío. Yo no tenía hambre. Solo quería dormir. Me lavé la cara y los pies y me fui a la cama.
A las 3 de la madrugada, nos despertó un círculo de fuego: muchos misiles lanzados desde varios aviones al mismo tiempo. Por lo general, se lanzan entre ocho y doce misiles, a veces más. Depende del número de aviones que participen.
La camioneta de Abu Ahmed
Esperamos hasta el amanecer. Mi tío preguntó si podíamos encontrar un lugar para él también. Quería abandonar su casa y unirse a nosotros.
Llamamos a mi tía Intisar, que se había desplazado a Deir al-Balah. Dijo que preguntaría en el campamento donde vive. Allí se está bien. Hay una planta desalinizadora a dos calles y está cerca del mar. Podríamos usar el agua de la planta o directamente del mar.
Mi tía volvió a llamar. Nos había encontrado un sitio. Fuimos a verlo y empezamos a preparar el terreno para montar dos tiendas de campaña. Esa noche volvimos a casa de mi tío: estaba decidido, al día siguiente por la tarde nos mudaríamos. Solo teníamos que encontrar un camión para transportar nuestras cosas.
Mi tío conocía a un amigo, Abu Ahmed, que tenía una pequeña camioneta.
Preparamos todo lo que necesitábamos: colchones, mantas, alfombras, leña y un cubo con una reserva de agua. Mi madre, mi tía y las niñas prepararon pan, guisantes y arroz para llevar.
Abou Ahmed llegó a la una de la tarde. Cargamos el camión y nos dirigimos a Deir al-Balah. Pero una pregunta me rondaba la cabeza: ¿quién regaría nuestras plantas?
Caja negra
Este texto ha sido confiado a Gwenaëlle Lenoir y traducido del inglés por Lénaïg Bredoux.
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Ibrahim Badra es periodista y defensor de derechos humanos. Este joven de 23 años es licenciado en Literatura Inglesa y Traducción por la Universidad Islámica de Gaza. Debería haber recogido su título el 7 de octubre de 2023. Nació en una familia originaria de Jaffa y refugiada desde 1948, instalada en el barrio de Sabra, no lejos de la ciudad vieja de Gaza. Él mismo ya ha vivido siete guerras antes de la que estalló en octubre de 2023. Ha sobrevivido a ellas, al igual que sobrevive al genocidio.
Ibrahim está interesado en la traducción, la literatura, los textos políticos y la educación. Su trabajo desde hace año y medio consiste en documentar la realidad de los gazatíes, defender los derechos humanos y dar voz a los palestinos.
Traducción de Miguel López