El cura de la extremaunción

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Feijóo es clavado a un cura de pueblo que da la extremaunción a un agonizante en un cuadro tenebrista de Gutiérrez Solana. Siempre atildado como un coadjutor, siempre expresando profunda tristeza en su rostro caballuno, siempre moviéndose con manifiesto empalago, Feijóo solo puede ser portador de malas noticias: el Gobierno está en llamas, España se va al carajo y un descomunal meteorito impactará en el planeta en los próximos días. Arrepentíos, pecadores, y poned vuestra salvación en las manos del apóstol Santiago.

Ay, don Feijóo, lamento decirle que el suyo es un papel condenado desde el principio al fracaso en la tan jacarandosa como navajera Villa y Corte. Si tuviera usted algún verdadero amigo, este le habría recomendado no abandonar las brumas de su tierra natal para intentar torear políticamente en Las Ventas. Aquí se lidia con miuras y no vaquillas resabiadas en capeas de pueblo. Peor aún, don Feijóo, no son las astas del morlaco el único peligro del diestro, no. Aquí el maestro tiene que vigilar continuamente su espalda: alguno de su cuadrilla puede darle una zancadilla y hasta una puñalada trapera en cualquier momento.

Intuyo que Ayuso se está relamiendo con los batacazos de Feijóo en la Villa y Corte. Tras cargarse aviesamente a su predecesor, el insustancial Pablo Casado, Ayuso aceptó de buen grado que el gallego fuera proclamado apresuradamente cabeza de cartel del PP para la temporada 2022-23. Sabía que esto la dejaba a ella en la posición de la gran esperanza blanca de todas las derechas y ultraderechas, su último recurso para intentar sacar a Sánchez de La Moncloa. Porque puede que Ayuso no termine triunfando en las plazas de provincias de la plural y complicada España, pero el coso de Madrid se lo conoce requetebién. Sabe cómo gustar a su público cervecero y sabe cómo comprar a la crítica con unas entradas y un puñado de billetes.

Hoy tienes que ser implacable, le prescriben, y él se va al Senado memorizando las consignas: Gobierno en llamas, España arruinada, meteorito a la vista

Feijóo no tiene pajolera idea de economía, esto ha quedado comprobado en los últimos meses. Confunde los tipos de interés del BCE con la prima de riesgo de los mercados. Se cree que el Gobierno de España fija los precios del gas, el petróleo, la electricidad y los productos de los supermercados, algo que, si este hiciera, tildaría, por cierto, de bolchevismo. Piensa que, bajándole los impuestos a todo el mundo, y en particular a las grandes fortunas individuales y empresariales, se solucionan de un plumazo los problemas económicos. Y pone cara de pasmo cuando lee en los periódicos que el Reino Unido ha estado a punto de entrar en bancarrota cuando Liz Truss quiso hacer precisamente eso al otro lado del Canal de la Mancha.

De todo esto ya nos fuimos dando cuenta a lo largo del verano y, sobre todo, en su primer cara a cara con Sánchez en el Senado. De lo que nos hemos percatado este otoño es de que ni siquiera las jeremiadas de Feijóo son de su propia factura. Como buen párroco rural, Feijóo escucha atentamente por las mañanas el sermón radiado del obispo Federico y lee cual si fueran el Nuevo Testamento las homilías impresas en el diario del presbítero. Hoy tienes que ser implacable, le prescriben, y él se va al Senado memorizando las consignas: Gobierno en llamas, España arruinada, meteorito a la vista. Luego se sube al estrado y las repite con la gravitas del que unge con los santos óleos a un cristiano próximo a la muerte.

Me divierte mucho ver a Feijóo cuando Sánchez le zurra tan merecidamente en sus réplicas en el Senado. Se hunde en la contemplación de sus papeles —es de los tipos que nunca miran a los ojos— y su rostro se ve invadido por sentimientos de sorpresa, pena y, finalmente, martirio, los trucos que aprendiera en el seminario. Pero lo siento, don Feijóo, usted nunca logrará alcanzar el arte de doña Ayuso cuando pone cara de Mater Dolorosa.

En su Galicia natal, usted, don Feijóo, era un tipo de semblante avinagrado, con gafas y corbata, que gustaba a muchos de sus parroquianos. En Madrid lo está bordando como el payaso triste de todas las derechas. Es previsible, muy previsible. Ni tan siquiera tiene la retranca gallega de su paisano y correligionario don Rajoy. Me temo que, salvo catástrofe descomunal, su principal activo para llegar a La Moncloa sea el carajal que tienen montado los tenores y las sopranos a la izquierda del PSOE. Esto huele a gol en propia puerta en la final del Mundial. Pero, en fin, lo de Sumar, Podemos, Más País y los demás es otra triste historia.

Feijóo es clavado a un cura de pueblo que da la extremaunción a un agonizante en un cuadro tenebrista de Gutiérrez Solana. Siempre atildado como un coadjutor, siempre expresando profunda tristeza en su rostro caballuno, siempre moviéndose con manifiesto empalago, Feijóo solo puede ser portador de malas noticias: el Gobierno está en llamas, España se va al carajo y un descomunal meteorito impactará en el planeta en los próximos días. Arrepentíos, pecadores, y poned vuestra salvación en las manos del apóstol Santiago.

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