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La juventud se ha vuelto loca

No aciertan ni una, Nostradamus a su lado era todo un modelo de predicción científica. Es lo que tiene analizar la realidad a partir del interés personal y el apoltronamiento intelectual.

Repasemos. Denostaban a Jeremy Corbyn como un trasnochado izquierdista que conduciría al Labour británico a la mayor derrota de su historia. No ha sido así, ha sido más bien lo contrario: Corbyn ha mejorado sustantivamente la posición del Labour y le ha arrebatado la mayoría absoluta a los tories de Theresa May.  Y esta es tan solo la penúltima de sus profecías no cumplidas. Antes, recordemos,  habían asegurado que Hillary Clinton suponía una alternativa mucho mejor que Bernie Sanders para frenar a Donald Trump –no sabemos si Sanders le hubiera ganado a Trump, pero sabemos que Hillary no lo consiguió-. Y también se habían hecho daño en las palmas de las manos de tanto aplaudir a Manuel Valls como la gran esperanza de la socialdemocracia francesa y europea –Valls mendiga ahora que Emmanuel Macron le de algún papelito en su función-.

Lo mismo al hablar de España. El 15-M era una gamberrada sin futuro –¿quiénes son los líderes, cuál es su programa, por qué no forman un partido y se presentan a las elecciones?– y lo mejor que podían hacer los progresistas era ponerse a las órdenes de ese valor seguro llamado Alfredo Pérez Rubalcaba. De Podemos ni hablaban hasta que dio la sorpresa en las elecciones europeas de 2014 y pasó a convertirse en la mayor amenaza para la paz, la libertad y la seguridad desde las incursiones de Atila en territorios romanos, allá por el siglo V. En cuanto al PSOE, Pedro Sánchez era un golfo, un aventurero y un perdedor, y lo mejor que podían hacer los socialistas era derrocarlo de cualquier modo y poner en su lugar a Susana Díaz. Ella sí que era una lumbrera y, sobre todo, una ganadora. Esta vez, sin embargo, ni tan siquiera la militancia socialista –su última parroquia fiel- les hizo demasiado caso en las primarias de mayo.

Hablo de cierto centro-izquierda celtibérico, el que tiene a Felipe González como una gran figura del pensamiento mundial, a la altura de un Voltaire o un Jefferson, y como tribuna al Titanic moral e intelectual que preside Juan Luis Cebrián. Es como si a ese centro-izquierda –soy generoso poniendo lo de izquierda, ahora es más bien un centro-derecha emparentado con Albert Rivera y Macron– se le hubiera parado el reloj en la última década del siglo XX, aquellos tiempos felices en que, ya sin el estorbo del comunismo, la Historia había alcanzado su cénit y el futuro sería un milenio glorioso de globalización, privatización, desregulación y bonos sustanciosos para los ejecutivos y los directivos.

No dan ni una porque no se han querido enterar de lo ocurrido en las últimas dos décadas. El tipo de globalización dominante –capitalismo salvaje– ha dañado a las clases populares y medias de Occidente. La Unión Europea ha ido pasando de ser la esperanza de un marco común solidario a convertirse en la madrastra de Cenicienta, siempre imponiéndoles recortes a los meridionales sociales y geográficos, siempre derrochando generosidad con los bancos y las grandes empresas. La Gran Depresión se ha ido saldado con ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más numerosos y más pobres. La complacencia de las socialdemocracias oficiales antes esas evoluciones les ha hecho perder millones de votos.

Conducir con unas gafas graduadas hace un cuarto de siglo puede llevar al miope a no leer bien las señales de tráfico y darse un castañazo monumental. A ellos les pasa todas las semanas.

Viven en un mundo de wishful-thinking: lo que desean es lo que debe ocurrir. Y si sus ilusiones no se materializan es por culpa de internet, que ha roto el monopolio de la información y la opinión detentado por los que de veras saben, aquellos que se sientan una horita en consejos editoriales y de administración antes de dar cuenta de un buen almuerzo.  También, añadía este lunes uno de ellos, por culpa de la generación de los millennials, esos “dueños de la nada” que, en vez de callarse, escucharles y seguir sus instrucciones a pie juntillas, se empeñan en contar sus penas y alegrías a través de las redes sociales.

Cada vez más 'noir'

Y, por supuesto, por culpa del populismo, una palabra que les sirve de cajón de sastre para estigmatizar a todo aquel que no piensa como el Club Bildeberg, sea la familia coreana Kim o Donald Trump, sea Nicolás Maduro o Marine Le Pen. ¿Varoufakis, Podemos, Sanders, Mélenchon, Corbyn, los militantes del PSOE que votaron a Pedro Sánchez? Todos tan populistas como Geert Wilders. ¿Para qué darle vueltas a la mollera analizando caso por caso si lo que me pide el amo es que repita el mantra en todos y cada uno de mis artículos? ¿Para qué pensar si la transferencia me llega de todas maneras a fin de mes?

En sus Siete pilares de la sabiduría, T. E. Lawrence escribió: “No había excusa o razón, excepto nuestra pereza e ignorancia, para llamarles inescrutables o orientales, o para no intentar comprenderlos”. Lawrence lo decía a propósito de los rebeldes árabes de su tiempo, pero su reflexión puede aplicarse a otros fenómenos, por ejemplo, los actuales indignados de aquí, de Francia o de Estados Unidos. Pereza, ignorancia y, añado yo, mero interés personal son las causantes del sectarismo y el dogmatismo.

Envejecer físicamente es algo natural y mucha gente lo hace manteniéndose joven de corazón y cerebro. Esclerotizarse espiritual y mentalmente es harina de otro costal. Conduce a no entender nada de lo que ocurre y suele culminar convirtiéndote en un fracasado que va gruñendo por las tabernas la cantinela de que cualquier tiempo pasado fue mejor y la juventud de ahora se ha vuelto loca.

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