La portada de mañana
Ver
Cinco reflexiones cruciales para la democracia a las que invita la carta de Sánchez (más allá del ruido)

Plaza Pública

Independentismo sin freno

Pedro Díaz Cepero

La sinrazón del discurso de los independentistas catalanes está llegando a límites inverosímiles. Lo último que he escuchado es la metáfora de un periodista ocurrente que argumentaba que no es lo mismo plantar una flor que arrancarla, en relación con la afición de invadir/retirar del espacio público (más grave en las sedes institucionales) los lazos amarillos. Pero casi todos los días hay cosecha de paradojas similares: una señora agredida que es denunciada por su agresor, o un error sin importancia en la traducción al francés de una querella. De la manipulación de las palabras, habitual en la clase política, estamos pasando a la alteración de los hechos: una doble mentira. La ausencia de argumentos desemboca en razonamientos absurdos.

Se puede o no estar de acuerdo con imprimir una nueva nación dentro de España, con abanderar una causa nacionalista divisoria en pleno siglo XXI dentro de un Estado integrado en la UE. Yo no lo estoy, creo que, de entrada, es un error y una anomalía histórica –y me considero tan republicano como algunos de ellos se puedan proclamar–, sin entrar en el mestizaje del supuesto “espíritu catalanista”, el revisionismo histórico, la legitimidad debida a una mitad contra absentista o el “derecho a decidir” del resto del país.

Los independentistas catalanes están en el vehículo de Thelma y Louis, la conocida road movie de Ridley Scott de 1991. El destino es el precipicio, y no importan las consecuencias para ciudadanos no afines, incluso para el hoy económico de muchas personas. Es igual, ellos van a seguir porque están investidos de todas las certezas. La suya es una cruzada sin armas, pero consciente de que esta guerra con el Estado español se puede ganar pisando el acelerador y con el

aparato de la propaganda controlado. Y a ello se pusieron hace tiempo, desde el héroe caído, Pujol, hasta el huído y molt honorable Puigdemont, en una calculada mundialización de la causa.

Para ello disponen de los mass media –etiquetados de neutrales– y han montado un auténtico think tank, porque saben que a profesionales no les gana nadie. El laboratorio de ideas no es una entelequia, funciona como centro de pensamiento del independentismo, directa o indirectamente subvencionado por el Govern de la Generalitat. Bajo los auspicios de determinados consellers hay un equipo de expertos en comunicación (idearium y briefing de acciones, creación de textos y consignas, simbología, cartelería, creación de PLV (o sea, merchandising) y product placement, o sea colocar el “producto” en un lugar adecuado para su promoción –¿qué otra cosa es el lazo amarillo?–. El trabajo de zapa de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, y más de una veintena de organizaciones menos conocidas, completan la brillante gestión del procès. Es un trabajo encomiable desde el punto de vista de la comunicación y el márketing.

En resumen, lo que quiero decir es que los independentistas catalanes tienen claro su objetivo, desde Prat de la Riba (1870-1917). Y van a continuar. Adoptarán estrategias variables en el tiempo, treguas incluso, según la evolución de las circunstancias lo aconsejen, pero la superestructura seguirá adelante con los relevos pertinentes, asistida por una plantilla cualificada en un permanente brainstorming.

Me gustaría terminar con un mensaje positivo, de consenso, de diálogo. En la decena de artículos que llevo escritos sobre la cuestión independentista catalana así lo he hecho, pero hoy creo que las cosas están alcanzando un cénit preocupante y mucho me temo que el desafío llegue a un punto de no retorno. El cruce de opiniones respetuoso entre ciudadanos está virando hacia posiciones irreconciliables y episodios violentos. Y aunque se intentan minimizar, especialmente por el lado nacionalista, recorren ya un camino peligroso de enfrentamiento, como siguiendo la traza histórica, no deseable, de otras comunidades. No me gusta nada esa buscada oposición independentista-españolista, menos si la última lleva implícito un cierto desprecio.

Me gustaría equivocarme, calmar los ánimos, como puede ser el deber de los que escribimos. Pero los mimbres que se están poniendo no son de recibo. El descrédito gratuito del Estado en provecho propio, de su democracia (por muy imperfecta que sea), de sus leyes y Estado de derecho en el exterior no puede favorecer a nadie, y sólo causar heridas y rencor. Tergiversar los hechos, retorcer los argumentos y el propio Estatut o investirse de legitimidad suprema sobre todo lo que hay sobre la tierra es querer ganar a cualquier precio. No todo debería valer en política. Un poco más de fair play y sentido común, por favor. ______________Pedro Díaz Cepero es sociólogo y escritor

Más sobre este tema
stats