Trump-Netanyahu, la farsa continúa Jesús A. Núñez Villaverde
Donald Trump y Benjamin Netanyahu se han reunido cara a cara por quinta vez en lo que va de año. Y, como viene siendo habitual en sus encuentros, ambos se han encargado de intercambiar alabanzas personales sin límite —“el mejor amigo de Israel”, “un primer ministro convertido en héroe de guerra”— y de alimentar una farsa de la que son los principales protagonistas desde hace tiempo. Una farsa con connotaciones muy trágicas para los que son objeto de sus diatribas o, peor aún, de sus flagrantes violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos.
La puesta en escena es también habitual, con el mandatario estadounidense aparentemente enfadado por alguna “travesura” de Netanyahu, como si en el fondo no compartieran visiones, métodos y objetivos. En esta ocasión Trump aparecía como descontento por la lentitud a la hora de pasar a la supuesta segunda fase del plan diseñado por ambos para Gaza. Pero era el mismo Trump que sigue protegiendo a quien la Corte Penal Internacional persigue por crímenes de guerra y el Tribunal Supremo israelí está enjuiciando por tres delitos de corrupción. De hecho, pide su indulto al presidente israelí —lo que implica una asunción de culpabilidad— y no tiene ningún reparo en apoyarlo diplomáticamente en el Consejo de Seguridad de la ONU, y económica y militarmente en su empeño por redibujar el mapa de Oriente Próximo a su gusto. En esencia, tras esa actitud de aparente disgusto, lo que destaca es no solo su aquiescencia a las atrocidades que las fuerzas armadas israelíes perpetran a diario en Gaza, sino también su implicación directa para que Netanyahu pueda sacar adelante sus planes supremacistas.
Eso es lo que ocurre en la propia Gaza, echando mano de la excusa de que Hamas no se ha desarmado y de que falta un cadáver por devolver a Tel Aviv para permitir que, desde el pasado 10 de octubre, Israel haya violado más de 800 veces el alto el fuego establecido aquel día y haya asesinado a más de 400 gazatíes y herido a más de 1.000. A eso se suma, aunque sus propias palabras pudieran indicar lo contrario, el respaldo a la anexión que Israel está realizando en Cisjordania, empleando no solo a sus militares sino también a colonos armados por el propio Gobierno. Más aun, del citado encuentro ha salido también la renovación del permiso estadounidense para que Netanyahu consolide la ocupación ilegal de más territorio sirio (añadido a los Altos del Golán) y para que siga adelante con las acciones violentas en Líbano, violando abiertamente el acuerdo de cese de hostilidades establecido en noviembre del pasado año.
Aun así, lo más llamativo de la cita es que, como si nada de lo anterior existiera, parecería que solo han hablado de Irán. Un Irán definido, una vez más, como una amenaza existencial. Una amenaza no solo para Israel, sino para el propio Estados Unidos, porque, según Netanyahu, “está a punto de contar con misiles intercontinentales que podrán alcanzar suelo continental estadounidense”. Con ese argumento busca no solo lograr el permiso estadounidense para golpear nuevamente a Teherán, sino implicar militarmente a Washington en una nueva ronda de ataques que desestabilizaría aún más Oriente Medio.
Lo que pone de manifiesto esta obsesión contra el régimen iraní es el compartido deseo de deshacerse de un actor que cuestiona un statu quo regional tan injusto como el vigente en Oriente Próximo y Oriente Medio
No se trata, desde luego, de defender a un régimen tan corrupto, ineficiente y autoritario como el iraní. En todo caso, es imposible olvidar que dicho régimen había llegado a un acuerdo en 2015 para frenar su controvertido programa nuclear y que fue el propio Trump, en mayo de 2018, el que lo echó abajo a pesar de que Teherán lo estaba cumpliendo escrupulosamente. Por otra parte, aunque tanto Tel Aviv como Washington insisten en considerar ilegal el programa de misiles iraní, el tándem Jamenei-Pezeshkian no está violando ningún acuerdo internacional al hacer lo que se le permite a cualquier otro Estado del planeta. Eso no quita para entender que el desarrollo de misiles de largo alcance puede potencialmente representar una amenaza para otros, sobre todo si van cargados con cabezas nucleares. Pero, al menos de momento, Irán no posee dichas cabezas y sus misiles balísticos de mayor alcance —como los Shahab-3, Sejjil y Khorramshahr— apenas sobrepasan los 2.000 km.
Lo que pone de manifiesto esta obsesión contra el régimen iraní es el compartido deseo de deshacerse de un actor que cuestiona un statu quo regional tan injusto como el vigente en Oriente Próximo y Oriente Medio. Y para ello, como ya demostraron en junio pasado con la denominada Guerra de los Doce Días, ni Tel Aviv ni Washington tienen problema en violar el derecho internacional, atacando a un país soberano sin poder echar mano del manido argumento de la legítima defensa y sin ningún mandato del Consejo de Seguridad. Lo que demuestra igualmente, es que, en contra de los triunfales discursos que siguieron a dicha guerra, el golpe asestado no fue tan resolutivo, si tan solo seis meses después Irán ya está nuevamente a las puertas del arma nuclear y con el mismo número de misiles que tenía entonces. Si de esa experiencia no se extrae la conclusión de que la vía militar no va a disuadir a Teherán de mantener su rumbo a toda costa, como única vía de supervivencia, querrá decir que estamos abocados a volver a tropezar nuevamente en la misma piedra.
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Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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