Más personal, mejor comida y habitación individual

David Márquez

Comienza Manuel Rico su muy de agradecer artículo titulado Los viejos siguen sin importar, (infoLibre, 28 de junio de 2022) con la pregunta: «¿Los políticos que nos gobiernan llevarían a su madre a una residencia donde tuviera que compartir habitación con una desconocida?», y clausura el mismo trabajo con la máxima: «Una sociedad donde los viejos no importan es una sociedad de mierda». Pues de esa sociedad de mierda, constatada, pretendo hablar ahora. Esa sociedad que parece mirar a la tele, en exclusiva, para «conocer» unos problemas artificiales o lejanos o muy secundarios si se comparan con la realidad de muchos viejos en demasiadas residencias. Problemas y soluciones e «iniciativas» de moda, como la mascotifilia: montañas de mensajes comprometidos, donaciones, programas en defensa (que está muy bien, no lo niego) de los perros y las perras y las iguanas y, ya de paso, el amenazado «medio ambiente», noción abstracta de algo que a muy pocos importa. Parece que hemos llegado a un punto en que únicamente los medios pueden propiciar la manifestación de sensibilidades, que el «tomar conciencia», lejos de constituir una reacción auténtica, individual y colectiva ante un hecho, fuese el producto de un mensaje, de una orden inoculada vía pantalla. «Si no sale en la tele, no sucede».

Pero ¿piensa, a secas, esta sociedad? ¿Es capaz aún de sentir y tomar posturas, el ciudadano medio, sin la mediación, supuestamente imprescindible, de una pantalla? ¿Es tan idiota y mierda que solo toma en serio aquello que ve escrito o reproducido en imágenes en su no-teléfono o televisor? Entretanto, en el mundo real y a doscientos metros, muchos «problemáticos» viejos, improductivos, arruinados viejos aguardan la muerte en una salita de estar, frente a otra pantalla, sin intimidad, ni visitas, ni teléfono. Porque sí, muchos de esos gobernantes a los que el señor Rico muy bien interpela con su pregunta inicial, sí, por supuesto que llevarían y llevan a sus madres a una residencia de habitación compartida no solicitada, no lo dudéis, y las abandonarían con gusto a la puerta de un hospital, como poco. Esa casta de cobardes heredípetas no cambia nada y fomenta menos, porque no le conviene, empezando por ahí, ni le afecta a nivel personal. Y esos directivos del Mass media (mierda), esos editores y responsables de programación, de «contenido» mascotófilo, seriófilo y divulgador de carroña social no se mojan en el apartado «residencias», porque para abordar dicho tema hace falta valor, el mismo, junto con paciencia y sensibilidad, que se precisa para cuidar de un viejo. La casta mierda, carente de estas tres aptitudes básicas, prefiere guardar sus horrores y vergüenzas en el armario, y continuar con sus negocios, cenas, prisas y viajes y, si acaso, comprarse una pareja de Chow Chow, que no hablan, y ejercitar con ellos su «responsabilidad» y su «empatía» de bote.

Aquí hace falta ya una cura de justicia, un puñetazo en la mesa, una llamada al orden. El valor debería de ser una exigencia vital, una enseñanza regalo de padres a hijos, y debería tomarse como un síntoma de categoría y prestigio

La casta mierda, y la sociedad de mierda (de cualquier estrato), es mierda, valga la redundancia, y solo entiende de dinero, y me temo que solo habría una manera de meterla en cintura: pasarla por la ley (no me voy a extender con las posibles, numerosas alusiones al Código Civil o la Constitución), si no fuese porque en una sociedad de mierda, como es lógico, resulta desmoralizadoramente difícil que se cumpla la ley.

Aquí hace falta ya una cura de justicia, un puñetazo en la mesa, una llamada al orden. El valor debería de ser una exigencia vital, una enseñanza regalo de padres a hijos, y debería tomarse como un síntoma de categoría y prestigio, como llave del éxito personal y primera aspiración humana, más allá de la adquisición de títulos y gigas y el consumo de viajecitos exprés, muy de moda, junto a la retratomanía y el cultivo de bíceps. Nada. Un cobarde, un escaqueado, alguien que no da la cara ya ha perdido, por mucho que cobre o cene fuera. Una conocida octogenaria, que habita en residencia por fuerza mayor, con sus idiomas y su largo y duro bagaje vital (por cierto, los libros están salvando su vida), ella podría daros una lección a muchos y muchas sobre el significado de la expresión «echarle huevos». Ahí van sus dos básicas reivindicaciones: más personal y mejor comida. A estas alturas, ancianos pidiendo mejor comida… Me morderé la lengua por educación, pero no tenéis más que dar un repaso a los comentarios del santificado Google, y encontraréis demasiadas, similares exigencias. ¿Y dónde estáis, pregunto, las trabajadoras de geriátricos que sufrís los ineludibles daños colaterales, pero sobre todo, las estudiantas del mismo palo, futuras herederas del marrón? ¿Por qué no salís a la calle hoy mismo, y mañana, sin esperas, ni instrucciones, ni mandatos, y demostráis que no queréis formar parte de una sociedad de mierda? ¿Queréis o no?

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David Márquez es escritor, autor de opinión, ficción y drama.

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