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Cambio climático

Cinco respuestas para entender el último informe climático de la ONU

Un asistente a una protesta por el clima en Madrid.

El último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), titulado Brecha de emisiones, no aporta nada nuevo a la conciencia colectiva sobre el estado de emergencia climática en el que nos encontramos, pero sí que ofrece interesantes pinceladas de cuál es el escenario presente y cuál debería ser el futuro. El panel de científicos especializados en cambio climático de la ONU, el IPCC, ya advirtió hace unos meses de que un cambio climático que empeorara de manera dramática las condiciones de vida de la mayoría solo sería evitable con "cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad". Pero si bien el IPCC ha puesto el foco en las consecuencias de esquivar una acción climática ambiciosa, el Pnuma se centra en qué es lo que hay que hacer para evitar llegar a dichas consecuencias, y la conclusión no es sencilla de digerir: "Un fortalecimiento dramático de los compromisos de los países es necesario en 2020. Los países deben triplicar su ambición para alcanzar la meta de los 2 grados de calentamiento y quintuplicarla para llegar al objetivo de 1,5 grados". La cifra: es necesaria una reducción anual de gases de efecto invernadero de un 7,6%. Hasta ahora, no han dejado de subir.

¿Por qué esos objetivos? ¿Por qué 2020? ¿Es una reducción asumible, compatible con el sistema económico actual? ¿Es imposible? ¿Tenemos solo un año para cambiar el rumbo? Intentamos contestar a las principales preguntas que pueden surgir ante el enésimo informe alarmante con respecto al cambio climático, publicado la semana previa a la celebración de la 25º cumbre del clima en Madrid. 

¿Qué hay de nuevo? ¿No sabíamos ya todo esto?

El Acuerdo de París, el pacto multilateral que entrará en vigor en 2020 y que se firmó en 2015 en la ciudad que le da nombre, establece como objetivos alcanzar a mediados de siglo un calentamiento global de 2 grados y, a ser posible, uno de un grado y medio. Para alcanzar dicho acuerdo, los países han ido presentando desde entonces los llamados NDC's: las contribuciones determinadas a nivel nacional. Cada Parte de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático envía a la ONU cuáles son los planes de reducción de emisiones a los que se compromete, sin que ninguna herramienta vinculante le obligue a ser más o menos ambicioso, y puede ir actualizando progresivamente dichas metas, aunque nunca puede rebajarlas. Una vez presentados los NDC's, cada Estado, en teoría, debe cumplirlos: pero el problema no es ese, sino que los NDC's públicos hasta el momento no sirven para limitar la subida de temperaturas a 1,5 grados, ni a 2. En los últimos meses se han publicado diversos informes que estiman que el calentamiento al que nos abocamos, si todos los Estados cumplen sus promesas, está entre 3 y 4 grados: el documento lanzado este martes lo cifra en 3,2 grados a finales de siglo. Si las promesas son incumplidas, la subida del mercurio rozaría los 4 grados.

El informe del Pnuma no solo da una nueva estimación de cuál es el rumbo que deberíamos tomar si queremos evitar el colapso climático, sino que cuantifica cuál debería ser la reducción de emisiones necesaria para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París. No se queda en los "cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes" que pedía el IPCC: tampoco en la vaga petición de más ambición climática de muchos movimientos sociales. Afirma que para alcanzar los 1,5 grados de calentamiento hay que abordar una reducción de emisiones radical, inédita en la historia, que conllevaría cambiar el modelo productivo de medio mundo. Y pide que se haga porque, aunque parezca solo un poco, hay mucha diferencia entre los 1,5 grados y los 2 grados. Los cambios que sufrirían la atmósfera, los fenómenos extremos, el océano, los ecosistemas y la vida sobre el planeta son mucho mayores con 2 grados que con 1,5º, porque se trata de un fenómeno exponencial, no lineal. Siguiendo la misma lógica, la diferencia entre 2,5º de calentamiento global y 2º es mucho mayor que la existente entre 1,5º y 2º: y así sucesivamente. No hace falta ser Doctor en Física para entender, dado lo expuesto, que un aumento de las temperaturas de 4 grados a finales de siglo sería devastador para la mayoría de las sociedades humanas: sobre todo, para los más vulnerables dentro de dichas sociedades. 

¿Cuál es la tendencia actual con respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero?

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente estima que es necesaria una reducción anual y global de gases de efecto invernadero de un 7,6%. Para entender si se trata de mucho o de poco, es necesario explicar qué es lo que hemos conseguido hasta ahora. Teniendo en cuenta las emisiones de todos los países de COequivalente (la unidad de medida para dichas emisiones) nunca en la historia ha dejado de subir. La concentración de partículas nocivas en la atmosfera alcanzó un nuevo récord en 2018, un año en el que los niveles de CO equivalente llegaron a 407,8 partes por millón (ppm), frente a las 405,5 ppm de 2017, según datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) publicados este lunes. Las emisiones han aumentado de media cada año un 1,5% durante la última década.

El siguiente gráfico del informe de la ONU lo ilustra bien: si seguimos el ritmo contaminante actual, la concentración seguirá creciendo. Si los países cumplen sus promesas climáticas, las emisiones no se reducirán a nivel global: solo perderán ritmo. El compromiso debe ser mucho mayor para evitar el colapso. 

 

Gráfico de la brecha de emisiones del último informe de Naciones Unidas.

Para entender lo que significa este reto para cada país, podemos acudir al ejemplo que tenemos más cercano: el de España. Para alcanzar los 1,5 grados de calentamiento global, la ONU asegura que cada año tiene que haber una reducción de emisiones de más del 7% con respecto al año anterior hasta 2030. Nuestro país redujo sus emisiones un 2,2% en 2018 con respecto a 2017: principalmente porque se trató de un año lluvioso y porque 2017 fue un año nefasto en ese sentido. La sequía redujo la producción de las centrales hidráulicas y disparó el uso del carbón. Con respecto al objetivo que tiene el país de cara a 2030, el Gobierno se ha impuesto una reducción del 20% de las emisiones en comparación con los datos de 1990. Según cálculos de Ecologistas en Acción, si trasladamos los cálculos del informe de Naciones Unidas al contexto español y a este marco de medición, el país debería reducir un 60% sus emisiones en algo más de 10 años con respecto a los niveles de finales del siglo XX: es decir, triplicar su ambición a corto plazo. 

¿Por qué nosotros? ¿No hay países más contaminantes y más responsables?

España, como miembro de la Unión Europea y parte del grupo de países que se considera desarrollados, tiene su responsabilidad y debe reducir sus gases de efecto invernadero. Pero está lejos de ser el principal emisor: tanto en términos absolutos como en emisiones per cápita. Además, se trata, en la actualidad, de uno de los Estados del continente más comprometidos con la acción climática, aunque el bloqueo político, por ahora, está impidiendo pasar a ley las intenciones del Ejecutivo. El informe de la ONU vuelve a señalar con acierto cuáles son los principales responsables, en términos de Estado, de la crisis climática. Pone en evidencia un dato que conocimos hace unas semanas en otro trabajo: las emisiones de los países del G20 representan nada más y nada menos que el 80% del total que se emiten y solo siete de estas naciones están en camino de cumplir sus compromisos.

El estudio presentado este martes refleja que, en términos absolutos, China es el país que más gases de efecto invernadero emite con muchísima diferencia en comparación con el resto. Pero se trata de una gráfica trampa puesto que el gigante asiático no solo se llama gigante por su extensión, también porque se trata del país más poblado del mundo. Su desarrollo económico e industrial en los últimos años ha disparado su contribución al cambio climático. Pero si ponemos en relación las emisiones con la población de cada nación (emisiones per cápita), Estados Unidos, cuyo Gobierno negacionista se ha salido del Acuerdo de París, lidera el ranking, seguido de Rusia, Japón, China, la Unión Europea e India. Dentro de cada país, además, los sectores más acomodados son mucho más contaminadores que los más pobres. El trabajo vuelve a poner de manifiesto, una vez más, que la justicia climática es indispensable: deben hacer más esfuerzos los que más culpa tienen. 

¿Qué se puede hacer en la cumbre del clima de Madrid?

La próxima cumbre del clima, que tendrá lugar en Madrid a partir del 2 de diciembre y cuya presidencia ostenta Chile, es el escenario perfecto para que los países se comprometan a aumentar su ambición con respecto a lo ya declarado. Es prácticamente imposible, terreno de la utopía más fantasiosa, plantear que todas las Partes de la Conferencia van a presentar la semana que viene unas promesas compatibles para limitar el calentamiento global a menos de 3 grados: sí es razonable pensar que algunas de las Partes más concienciadas mejorarán sus objetivos y lograrán arrastrar a los dubitativos. 2020 es el año de referencia para la ciencia, porque la reducción de emisiones deberá ser más drástica conforme más tiempo pase: y para la política, porque en 2020 entra en vigor el Acuerdo de París y contamos con esta cumbre y la del año que viene para establecer mecanismos que obliguen a los países a una acción climática contundente. Si todo sigue igual, el pacto se revisará en 2025, cuando será aún más tarde. 

Sin embargo, comunicadores climáticos y ambientólogos rechazan poner, al menos en el lenguaje cotidiano, fechas límite. 2020 no es el último año para afrontar el cambio climático como se merece, igual que no lo será 2030 o 2050. Difundir esa idea puede llevar a la idea errónea de que, una vez superado el plazo, no hay nada que hacer: y no es cierto. Aunque cada vez se complique más abordar el fenómeno con garantías de no causar graves perjuicios a la mayoría, toda acción que lleve a reducir emisiones es positiva, ya sea antes o después, porque los efectos del cambio climático se van agravando exponencialmente.

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¿Es posible esta reducción de emisiones?

Si es posible o imposible se escapa de las intenciones de este artículo, puesto que es un debate muy candente y muy complejo dentro de los ámbitos de lo político, lo económico, lo social y lo ambiental. Sí es muy complicado porque, como ya recordó el IPCC, se necesitan "cambios rápidos, de largo alcance y sin precedentes en todos los aspectos de la sociedad". Es necesario modificar para siempre el sistema energético, el agroalimentario, el industrial, el turístico, el modelo de transporte, la estructura de las ciudades y los hábitos de vida de, como mínimo, las sociedades más desarrolladas. Igual que un calentamiento global de 2 grados es mucho más grave que uno de 1,5º, una reducción del 7% de las emisiones de 2022 con respecto a 2021 será mucho más complicada que la reducción, de la misma cifra, de 2021 con respecto a 2020. 

Hay quienes sostienen que los recursos materiales existentes en el planeta no son los suficientes como para sostener la revolución renovable que necesitamos; son los llamados decrecentistas, que apuestan por una reducción del consumo energético de los países más ricos como única salida. Los que apuestan por un Green New Deal defienden que, en un primer término, no son necesarios –ni abordables– grandes sacrificios y sí una gran inversión pública y privada en modos limpios de generar electricidad, entre otras cuestiones. También hay quien cree que manteniendo el sistema tal y como está con pequeños cambios se solucionará el problema, o que la Humanidad dará con una solución tecnológica barata y sencilla en un futuro, o que el cambio climático no existe o su origen no está en la acción el hombre: todos son desmentidos por la inmensa mayoría de científicos del planeta. Ciertos debates no se mantendrían a día de hoy si hubiéramos evitado el "fracaso colectivo", como declaró este martes la directora ejecutiva del Pnuma, Inger Andersen, de haber procrastinado tanto durante los últimos 30 años. La reducción anual necesaria para limitar el efecto del cambio climático sería mucho menor, apuntan los expertos de Naciones Unidas, si hubiéramos hecho los deberes a tiempo. Ahora solo queda pasar la noche en vela estudiando y rezar por un examen benévolo: y hay muchas personas dispuestas a intentarlo y a conseguirlo. 

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