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Vender seiscientas entradas en Madrid y 39 en Murcia: precariedad y falso éxito en la cara b de la música

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Vivimos tiempos extraños en la música en vivo en los que agotar 60.000 entradas en el Santiago Bernabéu es cuestión de minutos. Lo hemos visto con Lola Índigo, Aitana o Manuel Carrasco, y también con Taylor Swift y Luis Miguel, que protagonizarán sendos dobletes. Tan enloquecidamente rápido va todo que Karol G no se conforma con eso y dará cuatro conciertos consecutivos en junio el remodelado estadio madridista. El Metropolitano tampoco se queda atrás, con los tres shows de Bruce Springsteen, quien también hará otros dos en el Estadi Olímpic de Barcelona, aunque eso es ya más tradición que sorpresa, para llegar a cinco en total. Y luego está el caso digno de estudio de Dani Martín, que anunció un primer concierto en el WiZink Center para diciembre de 2025 (sí, dentro de veinte meses) y terminará cantando allí ocho noches.

Siempre ha habido grandes conciertos y siempre se han llenado, pero era algo al alcance solo de las más rutilantes estrellas internacionales. Las transformaciones en la forma de consumo cultural y musical, en una industria que vive en buena parte de vender una idea de éxito inalcanzable y exclusivo, han multiplicado exponencialmente el ansia de un público que ya no es melómano como antaño, no es necesariamente un fan fatal del artista de turno, sino que tiene pánico a perderse ese algo del que todos hablarán durante un rato (hasta el siguiente evento que borre al anterior).

"La medida del éxito con la vara capitalista es esa. El capitalismo está en todas partes y parece que si no llenas y no tienes millones de reproducciones no existes en la música. Esa es la deriva que estamos tomando", avisa a infoLibre la codirectora de Emerge Management & Comunicación, Marisa Moya, quien recuerda que hace no tanto, una década a lo sumo, todo funcionaba de una manera "más orgánica", aún habiendo "bandas que llenaban muchísimo" sin que se produjera esta "revolución" en la que estamos inmersos como efecto rebote del punto de inflexión que para todos significó la pandemia.

Tenemos un problema muy fuerte en la música porque todo son éxitos y el fracaso no se contempla. Hay como vergüenza. pudor y miedo porque si ahora digo que no he vendido entradas para un concierto el promotor de turno no me va a contratar

Marisa Moya — Codirectora de Emerge Management y Comunicación

Los macroconciertos despachan entradas como nunca y ocupan los titulares de prensa. Pareciera que solo existen estas citas masivas, cuando evidentemente no es así. Pero ocurre, esto sí es así, que nadie quiere enseñar lo que hay detrás del telón. "Tenemos un problema muy fuerte en la música porque todo son éxitos y el fracaso no se contempla. Hay vergüenza, pudor y miedo porque si ahora pongo una publicación de que no he vendido entradas para un concierto el promotor de turno no me va a contratar", remarca Moya, quien lamenta que esta "industria no es muy realista y en las redes la gente no comunica que las cosas no funcionan, solo comunican los éxitos". "Así el nivel de presión aumenta, el nivel de fracaso sigue siendo el mismo, el nivel de frustración sube como la ansiedad y el estrés se multiplica por mil. Por eso, hay que plantear una carrera musical con objetivos realistas, acompañando al grupo y diciendo las cosas como son cuando toca", resume.

The Limboos es una banda madrileña con diez años de trayectoria que no tuvo reparos hace unos días en confesar que, después de llenar en la Sala Villanos de Madrid con 400 personas, se habían planteado cancelar sus siguientes actuaciones en Valladolid y Ponferrada al haber flaqueado considerablemente la venta de entradas. Una semana después, ya sí, optaron por cancelar en Burgos. "Después de llenar en Madrid fue un choque encontrarte con otra realidad en la que es más difícil llegar al público", explica a infoLibre el guitarrista y teclista del grupo, Sergio Alarcón, quien evita a toda costa cualquier tipo de victimismo al tiempo que pone el foco en esa "cara oculta que está detrás de lo que se vende en redes sociales de 'buah, hemos petado en Madrid'".

Por eso, plantea: "No nos gusta vender esa falsa imagen de éxito en las redes, que parece que lo inunda todo y tienes que estar todo el rato vendiéndolo. Que está muy bien, me parece muy lícito, pero la realidad es que un grupo mediano como el nuestro tiene una cara oculta que requiere un esfuerzo sobrehumano de mil labores que hay que hacer que van más allá de tocar. No ya solo coger la furgoneta y llegar al sitio, sino toda la gestión. Nosotros económicamente lo hacemos todo en A, que es lo que debería ser, pero muchos grupos pequeños pueden tirar para adelante porque todo se hace en b, y esa es otra realidad que no se aborda y que tiene que ver con la desprotección del gremio cultural, en este caso de los músicos, pero también de las salas, que no tienen ningún tipo de ayuda para hacer las cosas como se deberían hacer, dando una Seguridad Social a los músicos que tocan".

Explica Alarcón que, de partida, The Limboos tiene "una estimación de gastos fijos de unos 1000 euros antes de arrancar la furgoneta por la mañana". En esa cantidad entran los sueldos de los dos músicos contratados que llevan, a los que hay que sumar las altas en la Seguridad Social. También alojamiento, dietas, gasolina, la comisión que se lleva la agencia del grupo, el alquiler de la sala... y eso sin contar la cuota de autónomos que pagan por su lado y que ya relativizan. "Lo de vivir del aire lo tenemos bastante asumido muchas veces", apostilla, remarcando que la de Burgos ha sido la primera cancelación de su carrera en una década después de haber "tocado en todo tipo de salas".

"Todo tiene que ver con esta tendencia en la que las circunstancias son un poco más complicadas por los números. Nos hemos chocado de bruces con esta nueva realidad, porque antes a lo mejor teníamos ese punto de fe, de que lo peor que podía pasar es que hubiera treinta o cuarenta personas y te dices 'bueno, más o menos así cubrimos'. Pero la semana que estuvimos a punto de cancelar a martes teníamos 10 y 15 entradas vendidas en Valladolid y Ponferrada, a 16 euros, lo cual no cubría nada", revela como conocedor de una realidad que vive en primerísima persona y que le lleva a apuntar que para cubrir los gastos y que la pérdida sea mínima hay que llegar a unos setenta tickets despachados. "En Ponferrada vinieron a vernos 40 personas, con lo cual las cuentas son un poco negativas", reconoce.

Para los grupos es un acojone decir 'es que me voy a tocar a Vigo con dos entradas vendidas. ¿Qué hago? ¿Me gasto los 400 euros que me va a costar la broma o cancelo y me quedo en mi casa?'

Aitor Costas — Mánager en Nuevacosta

La realidad que no se cuenta detrás de esas fotos de los grupos mostrando la cantidad de gente que ha ido a verles es que cada fin de semana hay multitud de músicos que hacen centenares de kilómetros sabiendo que van a perder dinero. "Para los grupos es un acojone decir 'es que me voy a tocar a Vigo con dos entradas vendidas. ¿Qué hago? ¿Me gasto los 400 euros que me va a costar la broma o cancelo y me quedo en mi casa?'", plantea el mánager en Nuevacosta, Aitor Costas, quien comparte con infoLibre casos prácticos concretos como el de Comic Sans, una joven banda de chavales veinteañeros que "se han metido en un Seat Ibiza para ir de Donosti a Sevilla, piden prestada una batería y van apretados con sus guitarras y han palmado en el fin de semana igual 200 euros, entre cuatro, pero lo han pasado bien, y al final de año hacen el cómputo y dices pues mira, he tocado y he hecho ruido".

"Pero cuando tienes a gente que realmente vive de la música, como me pasa con Pau Vegas o Kike M, que al final son proyectos unipersonales que son su sustento, ¿te vas a ir a Zaragoza a meter veinte personas en la sala? Eso ha pasado hace poco con Pau en un bolo compartido con Tuya. Al final es una recaudación mínima a repartir, con lo cual sacaron ambos 80 euros limpios. Descontando la gasolina y el hotel, ¿qué te llevas? En su caso van solos, pero si te llevas a un músico de apoyo y tienes que pagarle cien euros ya no te compensa", relata Costas quien coincide con Alarcón en que en la escena más underground con los músicos "funciona todo en B, nadie está dado de alta y nadie factura", algo que es "normal, porque sacas el dinero para pagarte el local de ensayo, seguramente también en B". Junto a eso, todo el circuito de salas y promotores sí que funciona en A, por lo que sí se declara todo lo relacionado por ejemplo con ventas de entradas y alquileres de salas.

Otro caso particular. Eva McBel presentó su último disco en Madrid el pasado otoño ante un Café Berlín lleno con 300 personas y algunas cuantas en la calle sin entrada. Con la satisfacción de esa pequeña gran victoria, anunció otro recital en la capital en marzo de este año en el Búho Real, un local más pequeño en el que ella empezó a cantar al llegar a Madrid, y se encontró con que a cuatro días de la fecha había vendido veinte entradas. "Esto te hace pensar en la linealidad de lo que se supone que tiene que ser", indica a infoLibre mientras admite que es difícil enfrentarte a situaciones como esta, "sobre todo porque no entiendes el problema". "Hace cinco meses metes 300 personas, lo lógico es que en una sala pequeñita no haya gran problema, pero esto ya no funciona así", asegura la cantante zaragozana, que recientemente también ha tenido que cancelar un recital en Getafe al mismo tiempo que recibía un galardón en los Premios de la Música Aragonesa, para quien "la batalla es cómo llegar al público al que potencialmente la puedes gustar" en un mundo dominado por el algoritmo y la imagen que cada cual pueda dar en redes sociales.

A la mayoría de nosotros, y justo ahora más, nos cuesta muchísimo llenar salas y llenar conciertos porque hay que estar todo el rato aparentando una imagen de éxito, que además es absolutamente capitalista, y que cuesta mucho mantener

Eva McBel — Cantante

"Al estar tan expuestos somos incapaces de mostrar el fracaso. A la mayoría de nosotros nos cuesta muchísimo llenar salas y conciertos porque hay que estar todo el rato aparentando una imagen de éxito, que además es absolutamente capitalista, y que cuesta mucho mantener. Es casi imposible a no ser que tengas una infraestructura muy grande o llenes muchos WiZink. Yo cancelé ese bolo porque era imposible, no podía hacerlo. Algunos estamos intentando estar más en contacto con la vulnerabilidad, ser más honestos, y es muy difícil cuando tienes que estar vendiendo una imagen concreta. Es la presión que sentimos de mostrar éxito todo el rato y eso no es verdad. El éxito no es eso para muchos de nosotros pero al final nos lo terminamos creyendo y aparece la frustración porque no llenar un sitio también se correlaciona económicamente", argumenta.

Aprovecha en esta línea McBel para señalar que "antes las salas eran mucho más accesibles" a la hora de hacer un concierto, pues pedían un "alquiler razonable" y se llevaban todo lo vendido en la barra, dejando los beneficios de las entradas para el artista. Ahora, sin embargo, lamenta que pongan "un alquiler bastante elevado" y se puedan llevar incluso un porcentaje de la entrada: "Esto solo es rentable si llenas la sala. Hay un montón de arte y de cultura que te pierdes porque ahora mismo quizás alguien que está empezando no va a llenar una sala, pero necesita esa sala para poder expresarse y desarrollarse. Nos estamos quedando sin espacios accesibles, sobre todo económicamente, y eso es un problema. Yo hago música ahora porque cuando llegué a Madrid encontré sitios donde podía subirme a cantar y compartir mi música. Es importante que haya huecos para gente que está empezando o que sin estar empezando igual no tiene un estilo muy comercial".

Igual opina Alarcón, quien ve "un cambio de paradigma" que ha hecho que "el circuito de salas haya ido a peor". "Antes tú salías a tocar por ahí, hacías kilómetros y las salas en general no tenían un alquiler fijo, se conformaban un poco con que fueras a tocar, meter a las personas que fueran, cien o doscientas, y tirar con la barra. Ahora nos hemos encontrado que hay unos alquileres que, vale, entendemos, pero que nos suponen un gasto añadido", destaca, mientras Moya asegura que después de la pandemia hubo un "período de relajación en el que las salas estaban por la labor de volver a acompañar, pero a la vez también intentando recuperar un terreno, igual que muchos artistas, que se había perdido en dos años". "Acompañar el talento emergente y querer cobrarte por todo choca un poco", lamenta.

En los conciertos pequeños se venden sobre todo entradas las dos últimos días. Desde pandemia la gente ha cogido miedo a comprometerse a un plan de este tipo, y si el concierto es el sábado te la compran el jueves, lo cual como promotor te deja vendido

Aitor Costas — Mánager en Nuevacosta
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Costas, por su parte, mira más allá de nuestras fronteras y subraya que "en Francia los alquileres de las salas los paga el Estado", lo cual es una "ayuda increíble", pues sabes que "si vendes diez entradas a diez euros son cien euros íntegros para ti". "Aquí hay ayudas a salas pero funcionan de otra manera, a lo mejor para programar, pero entonces las salas ponen a artistas que ya mueven público de por sí en lugar de los que realmente lo necesitan", apunta, añadiendo además una diferencia más entre los grandes y los pequeños conciertos, pues mientras en los primeros las entradas vuelan con meses de antelación, en los segundos el público tiene por costumbre esperar al último par de días para adquirirlas en anticipada o incluso ya directamente en taquilla, con todo lo que eso conlleva de incertidumbre para músicos y promotores, que en muchas ocasiones deciden seguir adelante porque suspendiendo "haces un feo a la gente y también a la sala". "En los conciertos pequeños se venden sobre todo entradas las dos últimos días. Desde pandemia la gente ha cogido miedo a comprometerse a un plan de este tipo a dos meses vista. Prefieren no arriesgarse y si el concierto es el sábado te la compran el jueves, lo cual como promotor te deja vendido. Tú haces tus previsiones y puede ser que en taquilla se vendan más que en anticipada. Es raro pero a mi me ha pasado", explica.

Porque cuanto más pequeño son el grupo y la sala, más inestable es todo, en una situación inversamente proporcional a lo bien atado que está todo en los grandes conciertos. Esa es la realidad en una escena musical en la que "está desapareciendo la clase media", en palabras de Moya. "Bandas que explotan hay una de cada mil", prosigue, para acto seguido argumental que "el éxito este tan 'guau' de ocho WiZink solo sucede en Madrid". "No exclusivamente pero en un porcentaje muy elevado, porque la realidad es, y hablo por los grupos de nuestra oficina, que en Madrid puedes vender 600 entradas y al fin de semana siguiente en Murcia tener 39 entradas vendidas. ¿Nos hacemos temporeros del rock? ¿Vivimos solo de Madrid? ¿O vivimos de los festivales, cosechamos en verano y en invierno en barbecho? Si haces eso no mantienes una escena. Para desarrollar la música en directo cada vez hay menos medios, hay menos hueco, cada vez interesa menos, cada vez se sujeta más la presión de la comunicación a los clicks y los compartidos... no hay un trabajo global para el desarrollo y que esas bandas emergentes puedan ser los futuros cabezas de cartel. Ese trabajo no se está haciendo. ¿Y están las instituciones y los organismos oficiales acompañando a la música? Pues no. Y no todo es 'entradas agotadas'. Cada vez la brecha es más grande, hay menos clase media y no todo funciona", plantea.

"Hace unos años no costaba meter a setenta personas en una sala", asegura Alarcón para terminar, quien destaca que "si en una ciudad de provincias hay un poco de movimiento cultural, con una sala que programa habitualmente y va haciendo parroquia, setenta personas entran solas". "Es importante cuidar ese tejido cultural en los sitios más pequeños", añade, recordando que en Madrid la "oferta es tan basta que muy mal se tiene quedar la cosa, pero en otros sitios, si ese tejido y ese cariño en las salas no se cuida y apoya va muriendo, las salas cierran, y se va convirtiendo todo en que o eres un artista constantemente en el candelero o tienes que estar peleando todo el rato. Nosotros tenemos público, llevamos diez años tocando cientos de veces en todas las salas de la península, y no recuerdo nada escabroso de esos días que acuden dos personas", concluye el músico.

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