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Trump y la trampa de Tucídides

Georgina Higueras

Las agresivas declaraciones contra China del presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, a la que culpó de todas las miserias de la economía norteamericana, incluido el robo de empleos y la “violación” de sus fronteras, han puesto en guardia a Pekín, que teme, cuanto menos, el estallido de una guerra comercial. Aunque de momento en China nadie quiere pronunciarse abiertamente sobre el triunfo de Trump, algunos analistas consideran que la imprevisibilidad del líder republicano y las diferencias geopolíticas que los dos países mantienen en el este de Asia podrían desatar un conflicto armado, que corroboraría la llamada “trampa de Tucídides”.

En 2012, Graham Allison, director del Centro Belfer de Ciencias y Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, comparó a EEUU y China con las Esparta y Atenas de hace 2.500 años, y advirtió de que la creciente rivalidad entre el poder dominante y el emergente conduciría inexorablemente a un enfrentamiento si no se rebajaba la tensión. Allison recurría para sostener su tesis al historiador y militar ateniense Tucídides, quien en su libro La historia de la guerra del Peloponeso (404 al 396 antes de Cristo), escribió que “fue el ascenso de Atenas y el temor que esto inspiró a Esparta lo que hizo inevitable la guerra”.

Allison aplicó ese patrón para estudiar las relaciones entre las potencias en declive y las en ascenso de los últimos 500 años y concluyó que “el resultado fue la guerra” en 11 de 15 casos en que se produjo el crecimiento rápido de una potencia adversa a la establecida. Según el polítologo, con frecuencia el detonante del enfrentamiento fue “un enredo en las relaciones con los aliados”.

Entre Pekín y Washington hay varios contenciosos de los que podría escapar la chispa que incendiase sus relaciones, sobre todo con un inquilino en la Casa Blanca tan volcánico como Trump. Son muchas voces estadounidenses que han pedido al Pentágono que ponga freno a las amenazas nucleares de Corea del Norte. Aprovechando las diferencias existentes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Kim Jong-un se ha permitido burlar las ordenanzas de la comunidad internacional y ha realizado cinco pruebas nucleares, además de ensayar distintos tipos de misiles balísticos y de alcance medio. Los desafíos del dictador Kim III son cada vez más atrevidos. A principios de noviembre hizo un llamamiento público a sus tropas para que asesinasen a altos cargos del Gobierno y de las Fuerzas Armadas de Corea del Sur, uno de los principales aliados de EEUU en la zona.

China, único sostén del régimen norcoreano, ha intentado conseguir que Pyongyang regrese a las negociaciones a seis bandas (China, EEUU, Japón, Rusia y las dos Coreas) en las que se pretende que renuncie al programa atómico a cambio de importantes incentivos económicos y diplomáticos, como la firma de un acuerdo de paz con Washington y Seúl, ya que la guerra (1950-1953) tan solo finalizó con un armisticio.

Trump ha indicado a lo largo de la campaña electoral que Corea del Sur tendrá que pagar por su seguridad y que no piensa seguir corriendo con la mitad del gasto de los 28.500 soldados desplegados en el país. La advertencia también la dirigió a Japón, donde el Pentágono mantiene 51.000 militares y 5.500 civiles. El presidente electo incluso ha sugerido que Tokio y Seúl se doten de armas nucleares, lo que desencadenaría una carrera armamentista de incalculables consecuencias.

Soldados de usar y (tirar) cuidar

No se descarta que una nueva provocación de Kim Jong-un desate la ira de Trump quien, movido por el principio de que devolverá a EEUU la supremacía mundial, podría ordenar una operación quirúrgica y masiva contra las instalaciones nucleares de Corea del Norte o contra el mismo dirigente norcoreano. China tendría muy difícil digerir este golpe, que desencadenaría la entrada de millones de refugiados, la reunificación de la península coreana y la presencia de tropas estadounidenses en su frontera.

Allison, sin embargo, apuntaba a las reivindicaciones soberanistas de China y Japón sobre un diminuto conjunto de islotes denominado Diaoyu (en chino)-Senkaku (en japonés) como el diferendo que podría desencadenar el enfrentamiento China-EEUU. Estas islas se encuentran protegidas por el Tratado de Defensa EEUU-Japón, lo que supone que si Pekín avanza sobre ellas, Washington está obligado a salir en su defensa.

Además de Taiwan, la isla que mantiene excelentes relaciones con EEUU y que la Constitución china considera parte inalienable de su territorio sujeta al “uso de la fuerza” para recuperarla si se declara independiente, otro de los puntos más calientes entre la potencia establecida y la emergente es el mar del Sur de China. Pekín reivindica el 80% de sus aguas y muchos de los islotes, atolones y arrecifes que también reclaman Vietnam, Filipinas, Malasia, Brunei y la misma Taiwan. Washington se ha alzado en defensor de los derechos de esos países y de la libre navegación por ese estratégico mar, por el que circula el 70% del comercio total de la zona. Un incidente en estas turbulentas aguas también puede desatar la “trampa de Tucídides”.

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