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¡Vivan los muros!

Georgina Higueras

Una extraña fascinación por los muros se está adueñando del mundo. El último Gobierno en anunciar que levantará uno ha sido el lituano, para defenderse de una eventual agresión rusa desde Kaliningrado, el antiguo Konigsberg, que históricamente se disputaron las potencias centroeuropeas hasta que lo ocupó la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial. Dotada de equipos de vigilancia de alta tecnología, la valla de 130 kilómetros de largo y dos metros de alta tiene un presupuesto inicial de 30 millones de euros, que se abonará con fondos de la Unión Europea, es decir, de todos nosotros.

La propaganda más escandalosa de los muros procede, sin lugar a dudas, del presidente Donald Trump, quien durante toda su campaña electoral ha vociferado que construirá uno a lo largo de la frontera con México y que será ese país vecino el que lo pague. Sus seguidores entonarán pronto el "¡Vivan los muros!". Esta perversa apología, que busca separar a triunfadores de perdedores, no tiene precedentes, aunque los españoles nos hemos caracterizado por vitorear lo más inaudito, como el "¡Vivan las cadenas!", que acuñaron en 1814 los absolutistas cuando Fernando VII volvió del destierro. Los llamados Cien Mil Hijos de San Luis fueron más lejos y gritaron "¡Muera la libertad, vivan las cadenas!", cuando en 1823 pusieron fin al Trienio Liberal. En 1936, el general José Millán-Astray rizó el rizo y en el paraninfo de la Universidad de Salamanca increpó al escritor y filósofo Miguel de Unamuno con un "¡Mueran los intelectuales, viva la muerte!".

Sin alharacas pero con una decisión que pisotea cualquier iniciativa internacional en su contra, Israel inició en 2002 la construcción de un muro de hormigón y alambre de púas de varios metros de altura y 273 kilómetros de largo que separa el territorio del Estado judío de la Cisjordania ocupada. Casi medio millón de palestinos han quedado separados de sus tierras, de sus familias, de sus escuelas, de sus centros de salud y/o de sus lugares de trabajo. La instalación, que refuerza los asentamientos, incluye zanjas, zonas de arena o de tierra para detectar huellas, torres vigías y caminos asfaltados a cada lado para facilitar la movilidad de los tanques de las patrullas. Para burla de los palestinos, al igual que Trump pretende de los mexicanos, el 80% de esta infraestructura está levantada sobre suelo palestino.

El entusiasmo por los muros del Gobierno de ultraderechista de Benjamín Netanyahu no tiene límite. Según reveló en octubre pasado el diario Yediot Aharonot dos empresas constructoras trabajan ya en el bloqueo subterráneo y de superficie de Gaza. Se trata de un proyecto con un coste inicial cercano a los 2.400 millones de euros, para levantar una estructura a lo largo de la frontera con Gaza de varios metros de altura y otros tantos de profundidad subterránea para impedir a los activistas palestinos la construcción de cualquier túnel que pueda conectarles con el territorio israelí. El proyecto incluye la dotación del muro con alta tecnología de seguridad.

El Yediot Aharonot es un periódico muy crítico con la gestión del Gobierno israelí. Precisamente los fiscales que ahora investigan por corrupción a Netanyahu y su familia tienen en su poder una grabación de audio en la que el mandatario propone al director de ese diario, Arnon Mozes, importantes beneficios y favores a cambio de un acuerdo para apoyar su figura política y mejorar la cobertura de su gestión.

Uno de los principales investigadores del conflicto árabe-israelí y un proscrito del Estado judío, pese a haber realizado allí el servicio militar entre 1964 y 1966, Avi Shlaim, afirma en su libro El muro de Hierro (Almed, 2011), que en la segunda década del pasado siglo el ala dura del sionismo impuso la llamada doctrina del ‘Muro de Hierro’, según la cual las negociaciones con los árabes debían abordarse desde una posición de fuerza militar. Shlaim señala que esa doctrina se convirtió en el eje de la política israelí, marginó a los disidentes y agostó las oportunidades para la paz. No es de extrañar que el Gobierno y el Ejército se sientan tan cómodos construyendo barreras.

Cuando éramos progresistas los muros, el de Berlín en concreto, nos parecían una vergüenza. Entonces luchábamos por sociedades libres y abiertas, donde todos tuviéramos cabida. Hoy muchos de los ciudadanos que se sintieron aplastados por un ‘telón de acero’ han aplaudido la decisión de sus ejecutivos de levantar vallas contra los refugiados, millones de seres humanos que sufren el horror de guerras que en gran parte son consecuencia de los intereses de otros países más poderosos. Cercas que han dejado a decenas de miles de ellos atrapados en campamentos sin condiciones y que ahora son víctimas también de la ola de frío que se abate sobre Europa.

Trump... y con el mazo dando

Los bávaros no se quedan atrás. En noviembre pasado levantaron un muro de cuatro metros de altura para separar un albergue de refugiados de un barrio residencial acaudalado del sureste de Múnich. Los vecinos afirman que quieren protegerse del ruido.

Los españoles podemos estar orgullosos, fuimos los primeros que instalamos vallas en la Europa política, ya que geográficamente las colocamos en África. Son las que separan Ceuta y Melilla de Marruecos. Se levantaron en 1993 para frenar la llegada de inmigrantes que desde que España entró en 1986 en la Unión Europea vieron más fácil colarse en la ‘tierra prometida’ por esas ciudades que echarse a la mar. Las avalanchas de subsaharianos llevaron al Gobierno en 2005 a ampliar y duplicar en altura las vallas, además de dotarlas de multitud de ingenios de detección y seguridad.

¡Vivan los muros! La nueva decoración del paisaje del siglo XXI, donde florecen la secesión, la exclusión, el racismo y la xenofobia.

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