Los libros

‘Materia del asombro’, de Jesús Munárriz

Portada de 'Materia del asombro', de Jesús Munárriz.

Raquel Lanseros

Jesús MunárrizMateria del asombroHiperiónMadrid2015

El asombro, esa capacidad para maravillarse y sorprenderse ante lo pequeño y lo grande que conforma la existencia, siempre ha sido considerado como el origen de la filosofía. Decía Platón: “Nuestros ojos nos hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste”. Este inmenso, bello y enigmático espectáculo nos lleva a preguntarnos, a investigar, a fascinarnos. Y es precisamente en esa búsqueda incesante de respuestas —o quizá deberíamos decir en ese planteamiento constante de preguntas— donde habita no sólo la filosofía, sino también la poesía. Léon Daudet definió a los poetas como “hombres que han conservado sus ojos de niño”. Así, el poeta se siente deslumbrado ante el despliegue de la propia vida, a la que persigue, interroga, ama, cuestiona y abraza. La existencia, con su constante evolución, es un enigma ante el cual sólo la poesía puede servir para arrojar algo de luz.

Jesús Munárriz, en su poema “Contigo”, reflexiona: “¿Alguna vez seré un señor mayor? / me preguntaba a veces / siendo joven, / sin verme en el papel. / Ahora que para ellas ya lo soy / […] / ahora que ni me huyen ni les tiento, / ante ellas sí me veo / en el papel. / Pero contigo, amor / […] / Contigo es imposible / no ser joven”. La perplejidad ante el paso del tiempo es un signo inequívoco de esa reminiscencia de asombro que es el germen de la poesía. La que mira eternamente la vida con ojos de niño. La que sólo es redimida por el amor y el arte. Jesús Munárriz ha cumplido 75 años, pero mira el mundo desde sus ojos asombrados de niño. Como regalo de cumpleaños, su amigo Francisco Javier Irazoki (también poeta, también navarro), ha escogido 75 de sus poemas, uno por cada año de vida, y los ha recopilado en este volumen único, que reúne poemas escritos entre 1970 y 2015. Es muy extensa y diversa la obra poética de Jesús Munárriz, de modo que esta selección de Irazoki conforma una antología muy personal, plena de amistad y cercanía, amor por las palabras y sabiduría.

Los poemas se presentan organizados en seis apartados, cuyos temas son tan heterogéneos y dispares como lo es la propia vida, unificados por el hecho de constituir todos ellos materia de asombro. Así, Munárriz, con su factura poética ágil y elegante, recorre el universo de los sueños, del amor, del deseo, de las convicciones personales, de los valores, de los recuerdos, de las aspiraciones, de las personas admiradas, de la naturaleza y de la muerte. Nada escapa al sobrecogimiento del poeta: “Todo brota, respira, se alza, se abre / hacia la luz, extiende / sus brazos, sus afanes / florece se engalana / […] / Todo es señal, todo se nos revela. / Tratemos de entender tanta belleza”. En esta fecunda inmersión en el universo personal de Jesús Munárriz, no faltan los versos biográficos, algunos deslumbrantemente esclarecedores de toda una época en nuestro país, como sucede, por ejemplo, en el poema “Cuarentena”: “ yo nací en el cuarenta / y la paz empezó en el treintainueve. / así que me tocó / prácticamente toda.” Otros, conmovedores y hondos como las “Instrucciones de vuelo” que el poeta escribe a su hija Gabriela. Algunos, muy reveladores de esa doble vertiente de poeta y editor [es director de Hiperión], que tantos títulos prodigiosos ha regalado a los amantes de la poesía durante los últimos cuarenta años. En el poema “Monólogo del poeta editor”, Munárriz alude a Jorge Luis Borges, quien “prefería ufanarse / de los libros leídos / antes que de los frutos de sus manos, / a mí también recuérdenme / más por los que edité que por los que escribí, / aunque éstos los tracé con mis mejores artes / y a algunos les gustaron”.

Los setenta y cinco poemas de la antología componen un caleidoscopio tan variado como luminoso, en el cual los lectores pueden deleitarse con la pasión, emocionarse con los recuerdos, reflexionar sobre el sentido último de las cosas. La pluma de Jesús Munárriz, certera en su oficio de poeta, se muestra ácida, tierna, perspicaz y contundente, siempre impulsada por una inteligencia aguda y una sensibilidad clarividente. El septuagésimo quinto poema, que cierra el libro y da título al volumen, constituye una encendida invocación al asombro, para que nunca abandone al poeta: “Guía después mi mano, y que sean tus versos / los que ella escriba, llenos de la asombrosa vida / que ejerce la materia en sus mil apariencias. / Así se habrá expresado a través de palabras / también, de sus palabras, porque suyo lo es todo, / la silenciosa, mágica y eterna realidad. / Y yo habré sido sólo escriba de mí mismo”. Mientras recorran estos versos, al calor de la buena poesía, conservarán ustedes con certeza sus ojos de niños.

*Raquel Lanseros es poeta.

Raquel Lanseros

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