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Buzón de voz

Rajoy, Suárez y Cataluña

En agosto de 1976, un reportero de la revista francesa París Match preguntó a Adolfo Suárez si los alumnos podrían estudiar el bachillerato en vasco y catalán. El recién nombrado (por sorpresa) presidente del Gobierno respondió: "Perdóneme, pero su pregunta es idiota. Encuéntreme primero profesores que puedan enseñar química nuclear en vasco, catalán, etcétera. Seamos serios". Aquel dislate provocó tantas protestas que el gobernador civil de Barcelona hizo pública una nota en nombre de Suárez para proclamar su respeto hacia la lengua catalana. La muerte anunciada de Adolfo Suárez coloca en el retrovisor mediático las luces y las sombras de la transición, y ese ejercicio incluye, por supuesto, la forma de abordar el llamado 'problema catalán'.

Coinciden analistas e historiadores diversos en destacar la capacidad camaleónica de Suárez, su astucia, pragmatismo y arte para seducir a los adversarios hasta conseguir un pacto sobre cualquier materia. El citado patinazo sobre el catalán no fue óbice para que aquel mismo septiembre autorizara la primera Diada, ni para que algunos meses después fletara un avión para traer a Madrid al honorable Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio, con el que, después de un primer diálogo de sordos, logró sentar las bases para el restablecimiento inmediato de las instituciones catalanas. No es que Suárez tuviera en la cabeza una idea federal, ni siquiera autonomista, de España. Lo que tenía era la audacia de ejecutar planes o improvisarlos para ir saltando de una casilla a otra en el tablero del franquismo hasta llegar a la casilla democrática.

Constitución y café para todos

Suárez pactó con Jordi Pujol y Miquel Roca la introducción en el texto constitucional del "derecho a la autonomía de las nacionalidades", y esa fue la base del Estado autonómico rechazado por los ascendientes del PP, Manuel Fraga y sus siete magníficos de Alianza Popular, defensores de un concepto marmóreo de la unidad de España que no admitía hablar de "nacionalidades", lo cual tampoco fue óbice para que más tarde el mismo Fraga ejerciera más galleguismo que Castelao. Del 'café para todos' servido por el ministro Clavero Arévalo proceden algunos de los aciertos que han permitido el desarrollo de las autonomías y también los mayores errores, que han frustrado expectativas de unos al tiempo que despertaban todos los fantasmas del nacionalismo español, siempre atento para echar una mano al cuello del progreso.

El caso es que 36 años después de aprobarse la Constitución de 1978, fuerzas mayoritarias en Cataluña tienen un plan soberanista que conocemos con mucho detalle. Como hoy publica infoLibre, Artur Mas maneja una hoja de ruta que prevé todas las negativas legales para desembocar en unas elecciones de carácter plebiscitario a finales de este año o principios del próximo. Desde la frustración generada por la sentencia del Tribunal Constitucional que en 2010 recortaba el Estatut votado en referéndum cuatro años antes, la ola independentista ha ido creciendo sin parar.

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Dejar pasar el tiempo

Más allá de los claroscuros de la transición, una de las diferencias entre aquella época y la presente consiste en la capacidad de diálogo y de asunción de riesgos de los políticos. Rajoy no es Suárez ni Artur Mas es Pujol, pero lo cierto es que Mas y quienes le apoyan (o en quienes se apoya) tienen un plan y un calendario, mientras que Rajoy no ha dado hasta el momento señales de tenerlos. Repite incansablemente que aplicará la ley, lo cual es una obviedad que no resuelve el fenomenal entuerto político en el que el soberanismo catalán coloca al Estado. Dejar pasar el tiempo es una predilección de Rajoy que le ha dado algunas buenas cosechas en cuestiones de partido, pero algo tan serio como el modelo de Estado exige bastante más que sentarse a mirar lo que hacen otros.

Lo peor de la transición no es tanto lo que se hizo entonces, condicionado por miedos reales o forzados y por intereses de los poderes más reaccionarios, sino lo que después no se ha hecho. Empeñarse en que no es oportuno plantear reformas de la Constitución cuando una pieza esencial del puzzle constitucional está a punto de saltar del tablero es una irresponsabilidad. Por definición las transiciones no son eternas, y 36 años son casi los mismos que se mantuvo la dictadura. ¿Ha pensado Rajoy en colocar en algún momento la pelota en el tejado de Mas y proponerle la negociación de un nuevo Estatuto, por ejemplo? Lo ha apuntado Bonifacio de la Cuadra en El País: se supone que ya no hay "frenos franquistas ni castrenses" que puedan bloquear un nuevo acuerdo de España con Cataluña. Pero ni siquiera se percibe en Rajoy un intento de convencer con argumentos ilusionantes a una mayoría de catalanes que eran menores de edad cuando Tarradellas visitó a Suárez.

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