Buzón de Voz

Es la credibilidad, estúpido

Muchos de los rasgos que dibujan la actual descomposición política seguramente tienen que ver con el hecho de que durante más de dos años este país estuviera presidido por un jefe de Gobierno, Mariano Rajoy, con la cota más baja de credibilidad de la historia de la democracia, al tiempo que el primer partido de la oposición estaba liderado por un secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, con el índice de confianza más bajo en la historia de la democracia. En desigual medida, pero por mérito de ambos, hoy resulta más fácil creer en la virginidad de Nacho Vidal que en la sinceridad de un político.

La última semana ha ofrecido tres ejemplos nítidos de esa cuestión de fondo que va a condicionar, mucho más que la situación económica, el futuro político de este país.

¿DE VERDAD QUIERE USTED LUCHAR CONTRA LA CORRUPCIÓN?

La montaña rugió durante meses y meses y el jueves pasado parió un ratón. Mariano Rajoy ha venido proclamando desde 2012 la buena nueva de la “regeneración democrática”. Las fanfarrias previas a la presentación de sus propuestas anticorrupción quedaron mudas la víspera con el auto en el que el juez Pablo Ruz asentaba que la ministra de Sanidad, Ana Mato, se había lucrado de la comisión de delitos de la trama Gürtel. Tuvo que dimitir Mato esa misma tarde, dejando en el aire la convicción de que tal cese no se habría producido si Ruz hubiera dictado ese auto un mes antes o un mes después de este 27 de noviembre. De hecho el mismo reproche (obtener beneficios de la comisión de delitos) lo ha establecido el juez reiteradamente sobre el PP como organización política que se ha financiado irregularmente durante años. A Rajoy ni se le pasa por su “sentido común” asumir responsabilidades políticas por ese “lucro” obtenido ilícitamente por el partido que preside.

Como todo el mundo sabe, Rajoy ha llevado al Congreso dos proyectos de ley que ya planteó en febrero de 2013, y lo hizo con tanto entusiasmo además que incluso a la vez que los presentaba ya anunciaba sus propias enmiendas. Alucinante. No es que sean rechazables todas las medidas que se presentan. Claro que hay avances. El problema es la evidencia de que quien defiende ese plan demuestra que no cree en absoluto lo que dice.

– Porque si lo creyera no se atrevería a proponer la regulación de los estatutos de otros partidos mientras oculta los del suyo desde 2008, precisamente para que no leamos lo que entonces decían en relación con la corrupción. Por otra parte, un señor que fue elegido a dedo por su antecesor y que aspira a designar a dedo a su sucesor o sucesora, se atreve a legislar sobre la necesaria “democracia interna” de las formaciones políticas.

– Porque si lo creyera no presumiría de transparencia mientras sigue negando la publicación de los datos de bienes y patrimonio de decenas de altos cargos de su Gobierno.

– Porque si lo creyera dejaría de tergiversar la “creación de nuevos juzgados” y el nombramiento de “centenares de nuevos jueces” cuando en realidad ni siquiera se están reponiendo las plazas de los que se jubilan o fallecen.

– Porque si lo creyera tendría que anunciar el refuerzo urgente de medios humanos, técnicos y materiales en los juzgados que investigan la corrupción y garantizar la autonomía real y total de la fiscalía.

– Porque si lo creyera estaría obligado a crear órganos independientes de control de la gestión política, y a renovar y reforzar las funciones y la autonomía del Tribunal de Cuentas y de otros organismos reguladores, en lugar de seguir exactamente el camino contrario, como ha hecho el Gobierno respecto a los mercados con la creación de un “superregulador” que difumina precisamente la capacidad y eficacia de los controles.

– Porque si de verdad Rajoy quisiera luchar contra la corrupción, tendría que asumir su propia responsabilidad sobre la Gürtel, sobre Bárcenas (“Luis sé fuerte”), los sobresueldos en negro…

– Porque, en definitiva, Rajoy no tiene la menor credibilidad en materia de lucha anticorrupción, y su única contribución para recuperar el crédito del sistema sería que cediera el paso a una renovación en la dirección de su partido (como se ha abordado ya, por cierto, en el PSOE, en IU y hasta en la monarquía) y convocara elecciones cuanto antes.

¿DE VERDAD QUIERE USTED REFORMAR LA CONSTITUCIÓN?

La semana política arrancó con la publicación de otra encuesta que sitúa a Podemos como primera fuerza si hoy se celebraran elecciones generales. El mismo lunes por la tarde, sin previo aviso y con una urgencia más digna de accidentes que de enfermedades crónicas, el PSOE anunció que quiere reformar la reforma del artículo 135 de la Constitución, la que Zapatero y Rajoy pactaron con nocturnidad en agosto de 2011 garantizando en la Carta Magna la prioridad del pago de la deuda, y demostrando a la vez esa gran mentira de que la Constitución del 78 sólo puede ser reformada con amplísimos consensos y estudiadísimas negociaciones.

Son ya tantas las medidas anunciadas por Pedro Sánchez desde que ganó la secretaría general del PSOE que cuesta recordar media docena de ellas. Es comprensible y hasta loable que el nuevo líder socialista pretenda rectificar una de las acciones más polémicas y discutidas de la segunda legislatura de Zapatero. Pero no se trata de cualquier cosa. Renegar de una reforma constitucional que el propio Sánchez apoyó y en cuya negociación estuvo presente es suficientemente importante como para haber hilvanado una comunicación solemne y coherente, una puesta en escena acorde a la trascendencia del anuncio y desde luego una propuesta alternativa concreta y estudiada. Lanzar a las siete y media de la tarde una rectificación que humilla a un sector del propio partido y aplazar los detalles de la opción que se maneja no tiene mucho sentido. En los cafés, los restaurantes y las oficinas no parece escucharse la discusión sobre “el 135 de la Constitución”. Si de repente uno coloca como prioritario un asunto de tal envergadura y dificultad, cabe preguntarse si se guía por motivos más sinuosos. En este caso estaba demasiado cerca la citada encuesta favorable a Podemos.

Si Pedro Sánchez quiere resultar creíble como alternativa al PP y a la irrupción de Podemos no puede dar la impresión de navegar en una especie de improvisación permanente, cargada de tan buenas intenciones como poco reposadas y elaboradas propuestas. Si pretendía adelantarse al relato de Podemos en materia de economía y sobre la pesadísima carga de la deuda, habría sido más eficaz, por ejemplo, plantear públicamente a Renzi y Hollande un pacto al respecto ante Merkel y la Comisión Europea, en lugar de competir con Pablo Iglesias en las patadas a Zapatero.

¿DE VERDAD QUIERE USTED LLEGAR AL GOBIERNO?

Una vez más, los politólogos y sociólogos que ocupan los puestos clave en Podemos han demostrado una sagacidad mayor que los experimentados equipos de los grandes partidos. El mismo día que el Congreso discutía ese simulacro de “macroplán” anticorrupción, Pablo Iglesias conseguía que todos los focos se desviaran una vez más a su persona, escoltado por los profesores Vicenç Navarro y Juan Torres López, que avanzaban un borrador de proyecto de programa económico de Podemos, pendiente de ser discutido por las bases y los ciudadanos que deseen participar.

Las 68 páginas del documento presentado dejan atrás propuestas planteadas en las europeas del 25-M como la jubilación a los 60 años o la renta básica universal, y ponen sobre la mesa la reestructuración “ordenada” de la deuda, una banca pública fuerte que “garantice el derecho al crédito”, una subida de impuestos (sin detallar) a las rentas más altas o un ambicioso pero inconcreto plan contra el fraude fiscal.

Enseguida ha sido destripado el documento por todo tipo de expertos para descubrir lagunas, contradicciones o utopías. Y de todo ello hay, aunque es difícil negar que al menos pone el acento en la necesidad de generar ingresos en lugar de seguir entregados el bisturí de los recortes de gasto que multiplican la desigualdad sin resolver tampoco el peso de la deuda ni la reducción del déficit exigida por los cirujanos de Bruselas, Berlín, el BCE o el FMI.

Podemos insiste en que los programas que presente a las elecciones generales de 2015 serán el resultado de una elaboración “de abajo a arriba”, pero se equivocan sus dirigentes si creen que los calendarios que manejan a beneficio de un exitoso tacticismo les permitirán llegar al Día D sin mojarse lo suficiente en los asuntos que más preocupan a la ciudadanía. Sobre todo si, como sostiene Pablo Iglesias, pretenden pescar votos del centro político y hasta del electorado del PP. De hecho cada paso que den hacia ese lado en sus propuestas supondrá a la vez un riesgo de desgaste por su izquierda. 

En cualquier caso, empeñarse como siguen empeñados los ilustres guardianes de las esencias del sistema en reprochar a Podemos que sus números no salen es un ejercicio bastante estúpido (por más que crean vigente aquella célebre frase de James Carville, asesor de Clinton, sobre la importancia de la economía). ¡Como si hubieran salido en los últimos años los números del PP o los del PSOE! El mayor problema de Podemos será finalmente el mismo que el de otros: la credibilidad. Y ese valor, imprescindible siempre en política pero hoy más que nunca, tampoco se puede sustentar indefinidamente en la indignación de la ciudadanía.

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