Teatro

Atrapados por la ola del totalitarismo

Un momento de la representación de 'La Ola'.

Nadie diría hoy que en su juventud atravesó una experiencia traumática. Dicharachero y lleno de energía, no necesita siquiera de preguntas para empezar a dar respuestas. Lo primero que hace al llegar al madrileño teatro Valle-Inclán donde tiene lugar la entrevista, y donde se alberga la obra que cuenta su historia, es sacar un álbum de fotos repleto de recortes de prensa, de reproducciones de posters de las películas que narran su vivencia, de espectáculos teatrales e imágenes de época que documentan lo que él ha venido a recordar. Mark Hancock, de 63 años, fue uno de los alumnos que estudiaban en la clase del profesor Ron Howard en la California de 1967 cuando este llevó a cabo su famoso experimento sobre el totalitarismo: La tercera ola, transformado sobre las tablas en la función La ola, en cartel hasta el 22 de marzo.

Lo que ocurre es que aquella experiencia, más que traumática, quizá podría calificarse de reveladora. Aunque Hancock recuerda haberla vivido “primero como un juego, y al final completamente atemorizado”, lo que le ha quedado como poso es lo aprendido. Por eso ahora se dedica a contar a jóvenes de todas las procedencias lo que su profesor de instituto le dio para reflexionar. Era en la clase de historia contemporánea: él, como el resto de sus compañeros, tenía 15 años. Jones, 25. Por su juventud y su carácter espontáneo y cercano, todo el mundo quería matricularse en sus clases: lo veían como el profe enrollado.

En los seis meses que en aquel abril llevaban de curso, ya habían hecho otros experimentos con los que, por ejemplo, los estudiantes habían podido comprobar lo que se sentía siendo negro en la Sudáfrica del apartheid. "Jones nos traía a ponentes de todo tipo para que nos dieran su punto de vista sobre un asunto", explica su antiguo pupilo, aún fervoroso de aquel hombre del que tanto aprendió. "Nos trajo a un militar que habían luchado en Vietnam o a un comunista estadounidense, y nunca nos decía lo que él pensaba o lo que teníamos que pensar: quería que sacármos nuestras propias conclusiones". 

Juntos hacia el totalitarismo

Esta vez, la signatura les transportó hasta la Segunda Guerra Mundial. Ante la pregunta de cómo buena parte de la sociedad alemana pudo permanecer impasible ante los horrores que el Tercer Reich desplegaba ante sus mismas narices, el docente se dispuso a hacerles ver desde la práctica lo fácil que resulta caer en la trampa de los totalitarismos. Lo primero que les enseñó fue “el poder de la disciplina”: a sentarse con las manos entrelazadas en la espalda, a hablar solo cuando se les daba permiso, a cuadrarse cuando su superior (él mismo) se dirigía a ellos o a moverse en orden por el aula. Luego vino “el poder de la comunidad”: cómo sentirse protegidos dentro del grupo y cómo protegerle a este de los peligros y de la disidencia; y por fin, “el poder de la acción”, con la que todo lo demás se ponía en funcionamiento.

“Unos recuerdan que el experimento duró cinco días, otros dicen que ocho”, explica Hancock, cuya memoria se alinea con los primeros. En 2010, y con otro alumno de su clase, Philip Neel, Hancock realizó el documental Lesson Plan, con testimonios de diversos estudiantes así como del profesor Jones. “La conclusión que extraemos en la película es que no se puede generalizar”, ilustra, “porque cada uno lo vivió con sus propias opiniones y experiencias”. Lo que sí es seguro es que, tras varios días metidos en el juego, en el que participaban tres clases del mismo año, a una media de 30 chavales en cada una, La tercera ola creció hasta llegar casi a los 200 adeptos dentro del instituto. El nombre, que escogieron porque en surf se dice que la tercera ola es la que más fuerte pega, se revelaba entonces idóneo.

Antes de la última jornada, Jones les reveló que el grupo que habían organizado en realidad formaba parte de una experiencia mayor, en la que participaban muchas otras escuelas de todo el país, y que sería el germen de un nuevo partido político del que ellos serían pioneros. Por eso les convocó a todos a una sala de reuniones “atestada y caliente”, donde iban a ver ese mismo anuncio por televisión, en una retransmisión en la que se nombraría al líder de La tercera ola. Fue entonces cuando Hancock se vio a sí mismo “cabreado y asustado”. “En el aula había varios guardias en las puertas y reporteros, que en realidad era amigos de Jones, pero eso nosotros no lo sabíamos”, rememora. “Yo tenía mis dudas sobre lo que estaba pasando realmente, y llegué a aquel mitin en busca de respuestas. Cuando estábamos allí, nos dimos cuenta de que Jones no estaba, y me empecé a sentir inseguro”.

En la televisión nunca llegaba esa retransmisión: como un inquietante zumbido de acompañamiento, solo vibraba una señal estática. “Ahí yo salí corriendo y me perdí el final”, reconoce Hancock, que puntualiza que tomó aquella resolución “por puro horror, no se trataba de una decisión política”. Lo que no llegó a atestiguar es que, tras varios días de creciente presión, en los que los alumnos empezaron a ejercer de chivatos sobre los que no cumplían los preceptos de La tercera ola; en los que todos los miembros se saludaban inexcusablemente, dentro y fuera del instituto, con un movimiento de mano que recordaba a otros mucho más sórdidos; y en los que incluso se generaron brotes de violencia, Jones apareció por fin por el umbral de aquella clase que era ya una olla a presión para desvelar la verdad: todo había sido una prueba.

Las lecciones de la lección

“Me gustaría poder decir que reaccioné mejor de lo que lo hice, pero no es así”, reconoce Hancock, que subraya el valor de la única alumna que se rebeló contra este nuevo estado de cosas, una joven que respondía al nombre de Sherry. “Ella pegó carteles contra La tercera ola firmados como Los rompeolas (The Breakers, en inglés), lo que nos hizo pensar que había un grupo subversivo, y también destrozó la clase”, a modo de llamada de atención. Lo que Hancock guarda entre sus recuerdos es cómo, al empezar el ejercicio, el profesor les propuso un reto: “si participábamos activamente, sacaríamos una A (sobresaliente); si no, nos pondría una C (aprobado)”, detalla. “Pero había más: si montábamos una revolución contra La tercera ola, también nos pondría una A; y si fallábamos, sacaríamos una F (suspenso)”.

En plena edad del pavo, a Hancock le sonó bien esa segunda proposición, la del levantamiento. Tras unos tímidos esfuerzos en esa dirección, pronto se echó atrás cuando, después de hacer un chiste sobre La tercera ola a un amigo, se enteró de que este le había delatado a Jones. “Toda la información que tenías eran rumores, y no podías confiar en nadie”. Y eso, sumado a la “confianza” casi ciega que todo el mundo tenía depositada en el carismático profesor, propició que en solo unos días su instituto se convirtiera en un hervidero del totalitarismo. “La ola me atrapó”, ilustra. “De pronto te encuentras en una situación difícil ante la que tienes que tomar decisiones, y te preguntas qué hacer. Y lo que muchos hicieron, como yo, fue ser simples espectadores: quedarse en el medio y no actuar, cosa que sí hizo Sherry”.

El calor del trasfondo histórico también contribuyó, posiblemente, a que el experimento funcionara como lo hizo. Con la guerra de Vietnam en pleno apogeo, en todo EEUU “se respiraba la rabia en el aire”. La preocupación por sacar buenas notas para ir a la universidad y retrasar el reclutamiento pendía como un plomo sujeto de un hilo sobre las cabezas de aquellos chavales, “que cuando cumplíamos los 18 no podíamos votar, porque entonces la edad era 21, pero sí podíamos ir a morir”. Aquel abril del 67 marcaba además la transición hacia lo que unos meses después se convertiría en el Verano del amor, el de la eclosión de los hippies y la libertad, cuyo foco se situó en la ciudad de San Francisco, a poco más de 50 kilómetros de distancia de la localidad de Palo Alto donde se encontraba aquel instituto Cubberley, hoy reconvertido en centro comunitario.

“A día de hoy hay alumnos que siguen negando haber estado en aquellas clases, y cada uno tiene su respuesta” con respecto a lo que vio, sintió y llevó a cabo. Las lecciones que Hancock extrae de aquellas lecciones pasan por diferentes conclusiones. La fundamental, la importancia crucial de "cuestionar la autoridad" y del “pensamiento crítico”, de no dejarse arrastrar por la manada. También la comprensión de que “la democracia es muy frágil y no es un deporte para ver, sino que tienes que participar”, “y desde lo local es muy efectivo, porque puedes tener más influencia”. “La disciplina o el grupo”, esos que aprendieron de Jones, “pueden ser buenos, pero depende de para qué, lo mismo que pasar a la acción: depende de cuál es tu objetivo”, sintetiza el hoy trabajador de una ONG en Seattle. “Por suerte, nuestro experimento paró en el momento justo, pero en la vida real no suele ser así”.

Breve cronología de La tercera ola

1967: Ron Jones pone en marcha un experimento social de varios días de duración con sus alumnos, en el que estos conforman una comunidad totalitaria bajo el mando del profesor. Después de esta experiencia Jones pasó tres años más en el Instituto Cubberley de Palo Alto. Una vez finalizado su contrato, el centro no se lo prorrogó, lo que provocó una serie de manifestaciones de los estudiantes, que protestaron masivamente contra esta decisión. Tras varios empleos temporales, trabajó durante tres décadas en una escuela para niños discapacitados, hasta que se jubiló. Hoy tiene 73 años.

1976: Jones escribe por primera vez la historia de aquel experimento en un relato breve que se puede leer en su web personal, donde también recoge los resultados de otras de sus aficiones, como la poesía. 

1981: Ron Jones publica el libro (descatalogado) No Substitute for Madness: A Teacher, His Kids, and the Lessons of Real Life, contando la historia del experimento. Ese año, el director Alexander Grasshoff realiza la película para televisión La ola.

2008: El cineasta Dennis Gansel crea una adaptación de la historia situada en Alemania y con un final más escabroso. Esta película se suele proyectar en los institutos de Alemania, donde el texto de Ron Jones es de obligada lectura.

2010: Philip Neel y Mark Hancock, ambos participantes del experimento, dan forma al documental Lesson Plan, con testimonios de alumnos y del propio Ron Jones. Ese mismo año, Jones estrena un musical coescrito con algunos de sus exalumnos. 

2013: Mark Montserrat Drukker (idea y texto) e Ignacio García May (dirección) estrenan L'Onada en el Teatre Lliure de Barcelona tras varios años de investigación sobre este tema.

2015: La misma obra llega al teatro Valle-Inclán de Madrid en castellano con el nombre de La ola. Para Hancock, que ha visto la función “nueve veces” entre Barcelona y Madrid, se trata de la revisión artística más trabajada y fiel con los hechos históricos de todas las producciones realizadas hasta la fecha.

*Fotografías interiores

Vertical izquierda: Mark Hancock en la actualidad.

Vertical derecha: Poster del documental Lesson Plan, donde se puede ver el saludo del grupo.

Central: Fotograma de la película alemana La ola, de 2008. 

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