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Con López Obrador, la izquierda puede llegar al poder en México

Obrador en un acto de campaña en Jalisco el pasado mes de mayo.

La tercera vez puede ser la definitiva para Andrés Manuel López Obrador. Después de dos candidaturas infructuosas en 2006 y en 2012, la sempiterna esperanza de la izquierda mexicana parece bien situada para imponerse en las elecciones presidenciales del 1 de julio. Bien es verdad que AMLO, como se le conoce popularmente, ha aguado un poco el tequila en materia de propuestas políticas, pero su discurso encaja con las aspiraciones de los mexicanos, hastiados de un sistema gangrenado por la corrupción y la violencia, que ningún presidente logra/trata de borrar. En sus mítines, López Obrador acostumbra a subrayar sus tres virtudes: “No miento nunca, no robo nunca, no traiciono nunca”. Parece un tópico de campaña, pero a este hombre de 64 años nunca se le ha sorprendido metiendo la mano en la caja, algo infrecuente en México, y siempre ha mostrado abiertamente sus ideas progresistas, aunque últimamente se ha acercado mucho al centro, lo que le ha permitido mantener una cómoda ventaja de 15 puntos en los sondeos (las presidenciales mexicanas son a una sola vuelta, el vencedor se convierte en el presidente aunque no consiga el 50% de los votos). AMLO no duda en pasearse por las calles y dejar que los electores se le acerquen y hablen con él. Sigue viviendo en una casa vieja en la periferia de México y, en la época en que era alcalde de la capital, iba al trabajo en un coche japonés normal. Ha prometido que, en caso de victoria, no se mudará al palacio presidencial y que revenderá (“a Donald Trump”¡!) la flota de aviones y de helicópteros del jefe del Estado. También ataca habitualmente a la “mafia del poder”, esa mezcla incestuosa de responsables políticos y de hombres de negocios que gobiernan el país desde hace varias décadas.

Estas declaraciones han hecho que la mayoría de sus rivales y muchos observadores le coloquen la etiqueta de “populista”, incluso hay quien le considera el “Trump mexicano”. En 2006, dirigió la alcaldía de México durante cinco años con cierto éxito y un franco apoyo popular (remató mandato con una aprobación del 80%), el historiador mexicano Enrique Krauze lo calificó de “mesías tropical”. Entonces, Chávez dirigía Venezuela; Lula, Brasil, Morales, Bolivia; Néstor Kirchner, Argentina y Fidel Castro, Cuba. Aunque él lo rechazaba, se asoció a Obrador con esta ola de izquierdismo suramericano que asustaba mucho a los burgueses locales y a Estados Unidos. Hoy en América pocos se dicen chavistas o castristas y el resto de experiencias de izquierdas se han revelado mucho menos revolucionarias de lo que anunciaban sus detractores. “Aunque Obrador siempre ha reivindicado su anclaje a la izquierda y suele hacer que encaje bien la retórica de los obreros y campesinos con los patrones, en el fondo, se encuentra mucho más próximo de alguien como Lula que de un izquierdismo dogmático”, opina un exembajador europeo destinado en México en los 2000. “Es perfectamente capaz de pasar del compromiso con la derecha o el mundo de los negocios para poder llevar a cabo ciertas políticas sociales que le interesan”.

Cuando era alcalde de México, puso en marcha un seguro de jubilación y empezó a construir infraestructuras para descongestionar la ciudad. Al mismo tiempo, alcanzó un acuerdo con el multimillonario Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, para renovar el centro urbano de la capital en una inversión público-privada. Durante la actual campaña presidencial, ha adoptado el mismo tipo de pragmatismo; hace unos meses, anunciaba su intención de anular la construcción de un nuevo aeropuerto en México (“un proyecto que es caldo de cultivo de una inmensa corrupción”, en su opinión), pero ahora defiende que el proyecto se lleve a cabo sólo con inversión privada.

También ha dado marcha atrás en su voluntad de desmantelar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN): ahora considera que simplemente hay que revisarlo. Mantiene su voluntad de dar marcha atrás en la apertura a los inversores extranjeros en la industria petrolífera, pero ha asegurado que no llevará a cabo nacionalizaciones y que tampoco expropiará a los accionistas extranjeros. En cuanto a las personas de las que se rodea en campaña y que pueden, eventualmente, formar parte de su gobierno, presentan un perfil “muy internacionalizado”, tal y como subraya la investigadora Hélène Combes, que añade: “Ha decidido rodearse de gente de mucho prestigio por el saber que atesoran. Varios han trabajado para el FMI o para organismos regionales. De modo que tienen perfiles muy socialdemócratas”.

Lucha contra el tráfico de drogas

Pese a este “recentralismo”, Andrés Manuel López Obrador representa una alternativa real. Después de 70 años de dominación del Partido Revolucionario Institucional (PRI), prácticamente un partido único atrapatodo, México conocía un cambio en el 2000 con la elección de Vicente Fox, un hombre de negocios conservador del PAN (Partido de Acción Nacional). Después le sucedieron Felipe Calderón (PAN), Enrique Peña Nieto (PRI), permitiendo con ellos que México entrase en una era democrática. Pero, pese a todo, el país sigue prisionero de dos males principales: la corrupción y el narcotráfico.

El PRI y el PAN tienen numerosos representantes locales corruptos, cuyas derivas ocupan habitualmente la portada de los periódicos, sin que eso suponga cambio alguno. Peña Nieto, que supuestamente representa una nueva generación que prometió frenar la corrupción en el partido y en el Estado, también se ha visto envuelto en el escándalo. No ha permitido reducir la pobreza de México (la mitad de los mexicanos viven por debajo del umbral de la pobreza) ni dinamizado una economía languideciente.

Además, las políticas de “guerra contra la droga”, que se libra desde hace veinte años y alentada por Estados Unidos, han derivado en un aumento dramático de la violencia. Se han producido cerca de 30.000 asesinatos y 34.000 desapariciones en 2017 un récord desde que existen estas estadísticas en México. Las principales víctimas son ciudadanos corrientes y todos los que se atreven a denunciar a los narcos y sus connivencias políticas.

Frente a esta situación, López Obrador tiene el valor de desmarcarse de sus predecesores, que sólo han sabido jugar la carta de la represión y del control de seguridad. AMLO ha dicho que podría legalizar algunas drogas y conceder la amnistía a los pequeños traficantes. “Lo que era antaño un anatema ahora se puede escuchar, ya que el resto ha fracasado”, dice el exembajador. El discurso de AMLO en materia de lucha contra el tráfico de drogas, pero también en materia de redistribución y de políticas sociales, ha calado en la población mexicana, que está cansada de los dirigentes que aplican siempre las mismas recetas, sin éxito”.

En el debate presidencial del 20 de mayo, ante sus cuatro rivales, Obrador decía: “Las estrategias de los gobiernos del PRI y del PAN han fracasado. Ya no debería haber ladrones en este país. Y no hablo sólo de los que están en la calle. Los ladrones que hacen más daño son los de guante blanco, los políticos corruptos. Son la peor enfermedad del país”. Este tipo de salidas eriza el vello de las élites politico-financieras mexicanas, pero arrasa entre la población.

También pone de relieve la curiosa posición que ocupa López Obrador en el tablero político mexicano. A comienzos de su carrera era integrante del PRI, formación que abandona para formar parte del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de izquierdas; después, en 2012, creaba su propia formación, el Movimiento de Regeneración nacional (MORENA). Esta trayectoria da fe de su ambición por acceder a la Presidencia, incluso por salir del marco de los partidos tradicionales.

En 2006, cuando quedó segundo a 0,5% de los votos obtenidos por Calderón, se negó a aceptar su derrota, aseguró ser víctima de fraudes y ocupó, durante un mes y medio, la mayor plaza y arteria principal de México. Organizó incluso una ceremonia de investidura ficticia. Esta obstinación dividió a sus partidarios y alimentó su reputación de político que tiene poco respeto por el proceso democrático.

Actualmente, existe otra división en la izquierda mexicana. Si bien AMLO promete políticas sociales dirigidas a los pobres, un aumento de las pensiones y becas para los estudiantes, también ha alcanzado un acuerdo electoral con un pequeño partido evangelista, muy de derechas, opuesto al matrimonio homosexual y al aborto. Para Hélène Combes, “Obrador encarna una izquierda muy convencional, de corte nacionalista, que insiste en el papel del Estado en la economía. Las cuestiones sociales no están en el centro de sus preocupaciones”. En un país muy católico, no es necesariamente un hándicap para el candidato, pero esto le aleja algo de una parte de la izquierda mexicana, a la que le gustaría deshacerse de todos los conservadurismos, sociales y políticos o económicos, del país.

Hoy, a menos que se produzca un cambio espectacular de opinión, Andrés Manuel López Obrador es el candidato favorito para ocupar la presidencia. Lo dice el propio interesado: “Está hecho”. Sin embargo, una vez elegido, su misión puede ser muy difícil. Será uno de los pocos gobiernos de izquierdas de América Latina, que eran mayoría hace diez años, y no podrá contar con la solidaridad de sus vecinos. Y, sobre todo, tendrá que vérselas con Donald Trump en Estados Unidos, cuyas decisiones políticas, migratorias o comerciales, se toman en detrimento de México.

López Obrador gana las elecciones de México con el 53% de los votos

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Traducción: Mariola Moreno

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