Los libros

La escritura, un oficio peligroso

Portada de 'La extranjera', de Claudia Durastanti.

Santiago Gorgas

La extranjera

Claudia Durastanti

Anagrama

Barcelona

2020

La protagonista de esta historia se presenta como la propia autora, a quien la vida la sitúa como extranjera en múltiples circunstancias: sus padres son mudos y eso la coloca en una situación de extrañeza desde los primeros pasos; nace en Estados Unidos en el seno de una familia de origen italiano; luego viajará hasta Italia para comprobar que no pertenece ni a un lugar ni a otro; y al igual que sus primas, al otro lado del océano deseará atrincherarse en una habitación. La vida es un recuerdo y los recuerdos se parecen a las películas, una mezcla inexacta de realidad e imaginación. El lector se pregunta dónde se mezcla la novela con las memorias.

Decía Roberto Bolaño que la escritura es un oficio peligroso. El escritor se sumerge temerariamente en lo más profundo de cada vivencia y luego se ve obligado a salir para poderla narrar. Al leer a Durastanti, uno tiene la sensación de que tal vez se ha sumergido en las profundidades de su pasado y de su presente para poder plasmarlos intensamente en un papel.

Cuando las circunstancias los llevan a la región italiana de Basilicata, Claudia tiene ya diez años. Imagina cierta normalidad en aquel sitio nuevo. Tal vez un apodo aceptable y simpático la quite de la invisibilidad y así dejará de ser una forastera. Un día descubre que la literatura la tiene atrapada y no puede volver atrás. Entre las páginas de los libros encuentra una forma de evadirse de las personas. Un verano es enviada a las colonias para niños con familias desestructuradas y allí descubre que su drama es ampliamente superado por el de otra niña que no solo le quita a su pretendiente sino que también le quita todo protagonismo. Comprende que aquella niña ha sufrido más que ella. Incluso la discapacidad de sus padres parece mediocre y siente que en aquellas circunstancias lo suyo es un trauma de prendedores.

Hay cosas que suceden porque existe una razón que escapa a la razón. Un sentido que no se puede explicar. Algo más íntimo y más profundo que el amor. Como aquel estudio en que la ecologista Suzanne Simard demostró que el bosque es un sistema cooperativo y que los árboles hablan entre ellos para intercambiar nutrientes o liberarlos en caso de amenaza. Son capaces de transmitir sustancias vitales a especies más jóvenes a través de una densa red neuronal para que las plantas más débiles puedan salir adelante. La protagonista piensa que el encuentro entre sus padres puede ser la respuesta a una inteligencia primitiva que libera partículas elementales en el aire, no como un designio sino como un arma invisible que invita a la supervivencia.

No exenta de violencia, la infancia se le aparece como una serie de sucesos narrados por terceros. Como aquel día en que uno de sus amigos le narra a otro la escena en que el padre de la protagonista la tiene atrapada en el balcón y con un cuchillo en la garganta amenaza con apuñalarla delante de todo el pueblo. Aquel episodio no era más que una verdad a medias, siente la protagonista. Al igual que la lectura, la mentira es un refugio, un sitio para ausentarse de las narraciones anteriores. Una visión librada de la humillación de la infancia.

Incluso después de separarse los padres, en cada encuentro la protagonista siente que hay una conexión astral. Mientras ella intenta crear un orden con la escritura, ellos siguen una comunicación con los astros superiores y las sustancias ingobernables, creándose siempre la sospecha de que las palabras no significan nada, excepto cuando son literales, y el resto es una gran pérdida de tiempo. La vida se seduce en silencio, se hipnotiza y todo lo demás es un fracaso.

La migración no encuentra su léxico adecuado. ¿Cómo se llaman aquellos que nunca han marchado pero se sienten de otro lado respecto a sus propias circunstancias cotidianas? Ya en Londres, como adulta, la protagonista afirma que extranjero es una hermosa palabra si nadie te obliga a serlo.

Teniendo progenitores sordos y con un fuerte rechazo a la ficción, se plantea el sentido literal de las palabras y el papel que tiene la tonalidad en las relaciones. Por su parte, la ironía es una figura que llega con la pérdida de la inocencia y sin embargo es una figura que su madre difícilmente capta. Su amor por el lenguaje figurativo choca con el anhelo de sus padres por la materialidad. "Hay muchos sinsentidos gramaticales y errores en la lengua de mi madre que a día de hoy sigo conservando", afirma la protagonista. La falta de algunas estructuras gramaticales e incluso de lenguaje genera una pérdida entre lo que se dice y lo que se quiere decir y por tanto un extrañamiento.

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Una historia, cualquier historia, después de muchos años se vuelve contranatural, la ideología se apodera de ella y el amor ya no es un sentimiento sino una disciplina. La violencia más grande que he ejercido sobre una persona no fue abandonarla o romperle el corazón sino hacerla similar a mí. Cuando comienza a participar en el mundo editorial lo hace con miedo, temiendo que alguien la reconozca como lo que realmente es: una infiltrada.

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Santiago Gorgas es periodista y crítico literario. 

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