Plaza Pública

El miedo es el mensaje

Anna Garcia Hom

Las epidemias, como las plagas bíblicas, además de ordenarlas por los virus o bacterias que las causan, también podemos clasificarlas en función de la percepción de su miedo social. Sarampión, la gripe española, pestes varias, cólera, tifus…., algunas de ellas, afortunadamente, cuasi-extinguidas y/o controladas. La mayoría están perfectamente identificadas, valoradas y científicamente probadas y testadas las vacunas para su prevención. Así hemos conseguido controlar el temor de su proliferación, pues hemos identificado qué las origina y cómo evitarlas. Además, hemos depositado la confianza en aquellos que son los responsables de su prevención, gestión y control. Los factores que hacen posible su materialización y su cura son conocidos y, por tanto, son virus y bacterias menos “temidos” porque es difícil contagiarse. Este es el mensaje político, mediático y sanitario en cuanto a epidemias de “causas conocidas y riesgos controlados”: en caso de contagio sabremos como tratarlo.

A diferencia de las epidemias anteriores al VIH, a pesar de contener algunos de los elementos anteriores (sobre todo por lo que sabemos respecto de los factores a evitar para contraerlo), se le teme aún, pero también se le reta. Se le teme por desconocimiento (al ser un virus que se ha cebado más sobre un colectivo determinado, el resto de la población no toma en consideración factores preventivos, entre los que se cuenta la educación, para poder conocerlo y, por tanto, evitarlo). Se le reta por cuanto, aun conociendo cómo evitar el contagio, hay quienes se arriesgan voluntariamente a jugar con fuego (de modo similar a quienes se sobreexponen voluntariamente a la radiación solar y pueden sufrir un cáncer de piel). Es un miedo controlado. Además, hoy el sida es prácticamente una enfermedad crónica que no conduce a una muerte irremediable. Este es el mensaje político, mediático y sanitario en cuanto a epidemias de “causas conocidas y riesgos asumidos”: póntelo, pónselo.

En el caso de las gripes comunes (inclusive la A), encontramos también elementos propios de los casos anteriores. Casi todos: qué es, cómo evitarla y cómo tratarla. Cada año se dan casos de contagio (incluso en ciertos momentos se ha llegado a grandes epidemias con un elevado número de fallecidos —siempre portadores de factores de riesgo como la edad o enfermedades previas asociadas—). Es también un miedo controlado. Este es el mensaje político, mediático y sanitario: vacúnese, mala suerte al contagiarse, ya se sabe. Procure no colapsar el hospital.

En el caso del Coronavirus de reciente aparición y nombre recién estrenado, Covid-19 (aunque también podríamos incluir el Ébola —que debería pertenecer en principio a la primera categoría anteriormente descrita— y que se llevó por delante al pobre perro Excalibur de la enfermera afectada por la enfermedad), la cosa es distinta: en común con lo anterior sólo contiene el vocablo “virus”. No sabemos qué lo ha provocado, ni cómo. Los más conspiranoicos incluso sospechan que puede tratarse de guerra económica (evidentemente, con muertes a la espalda para dar un primer mensaje), mediante un virus modificado. Tesis que casaría perfectamente con la de nuevas formas de terrorismo. Otros, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y después del linchamiento mediático contra China, alertan de una oleada de una nueva forma de racismo, acompañada por la habitual crítica hacia las más que dudosas “prácticas culinarias” chinas. Sea como sea, vendrán otras explicaciones y nos harán más ciegos. El mensaje es tan confuso que al miedo se suma una mezcla de incredulidad, de desconfianza, de hartazgo y, hasta cierto punto, de mofa social. Nadie sabe nada (supuestamente) y como tal, podríamos calificar el fenómeno de incierto.

Pero esto tampoco sería del todo acertado. Y no lo sería porque tenemos antecedentes. Políticamente, se parece a otros casos históricos: vacas locas —no olvidemos los comentarios de la inefable Celia Villalobos, entonces ministra de Sanidad, sobre su receta de caldo con “huesecillos” de vaca—; la gripe porcina, la aviar, las transfusiones de sangre contaminada en Francia, el episodio de Ébola… Mediáticamente, más de lo mismo: tema de tertulia con tintes de Teresina SA —conocida sitcom televisiva del grupo cómico catalán La Cubana— destinado a mamandurriar a los opinadores de siempre que todo lo saben. Sanitariamente, los expertos en su tarea habitual de tratar con enfermedades contagiosas se enfrentan, por un lado, a autoridades políticas autolimitadas por su ignorancia y por intereses ajenos al problema y a su solución, y, por otro, a unos medios contagiados por las primicias y a un tejido social que, expectante, espera, cual ave carroñera, quién va a ser el primer vecino en contagiarse (esperando así una excusa para el miedo).

Sirva como ejemplo notorio el Mobile World Congress, ya cancelado. En realidad importaba mucho a quienes de él podían salir beneficiados: políticos, telecom, hoteleros, sector del taxi, restaurantes... En estas, el tejido social era simplemente un mero espectador que asiste a subidas de precios en su ciudad y a vaivenes caprichosos de quienes luchan contra viento y marea en la defensa de su mástil particular. Y es que la realidad del goteo pautado de bajas de ciertas compañías participantes, que ha desembocado al fin en la no celebración del certamen bandera de telefonía móvil, se debe ubicar en otros sumideros interesados (responsabilidades económicas por daños eventuales y reputacionales). En este caso el mensaje político, mediático y sanitario es “nos jugamos mucho”. También es miedo, aunque no a enfermar o morirse, sino al propio mensaje de vulnerabilidad.

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Anna Garcia Hom es socióloga.

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