Desde la casa roja

La última Navidad que vigiló la Stasi

Aroa Moreno Durán nueva

Segunda semana de adviento. Me traslado a Centroeuropa, Alemania, donde mi escritura parece que tiene costumbre de desplazarse. Allí, durante cuatro décadas, millones de personas celebraron las navidades separadas de sus familias. Después, las vivieron alejadas de su país: una de las dos Alemanias se esfumó casi de la noche a la mañana de las mesas de Nochebuena. se esfumó casi de la noche a la mañana

Queremos vernos. La tradición actúa como una fuerza magnética y nos acerca en diciembre. Nos sienta juntos para despedir el año. Hacemos un esfuerzo para reconocernos como familia. ¿Qué nos trae hasta aquí? Sobre el mantel, mayores y niños, adolescentes y adultos medianos. Sentadas están también las ausencias. A veces, somos uno menos. Otros años, somos uno más. La vida. Recuento: llevamos tantos años juntos, que ya hemos vivido fechas más y menos alegres, que hemos estado más y menos solos. ¿Qué podemos hacer? Nosotros no elegimos casi nunca las coordenadas que nos sujetan y que revuelven nuestra intimidad más profunda. Nos miraremos de lejos, por encima de las luces de las calles. Sobreviviremos. Esperaremos que el año que viene, al regreso de diciembre, algo haya cambiado.

Entonces no se sabía. Aquel diciembre de 1989, pocos conocían el destino inminente que la historia preparaba para millones de familias que, durante 44 años, no habían podido celebrar la Navidad completamente reunidas. Desde 1961, un muro de hormigón lo impidió. La Guerra Fría se materializaba en Alemania a través de ese muro en su forma más radical. Parejas, familias y amigos quedaron divididos a sus dos lados.

En 1989, la Alemania del Este se encontraba en estado de excepción. El muro había caído y sus habitantes celebrarían sus últimas fiestas en un país que estaba a punto de desaparecer. Aunque muchos no eran conscientes y la sensación de incertidumbre estaba muy extendida, se estaba rozando la libertad. De esto hace solamente treinta años. Pero la Navidad no fue lo importante de aquel diciembre, las fiestas casi se pasaron por alto se estuviera o no de acuerdo con el rumbo que había tomado la historia: se iba a producir un reencuentro que lo cambiaría todo.

El Gobierno comunista había hecho algunos esfuerzos por secularizar las fiestas navideñas. Pero la misma Stasi aconsejó al SED (Partido Socialista Unificado) que permitiera a los ciudadanos celebrarlas porque apaciguaban los ánimos y calmaban a la población. Aun así, intentaron cambiar los nombres de algunos elementos tradicionales. El árbol de Navidad pasó a ser algo como árbol de fin de año y los ángeles, muñecos alados. El Ded Moroz ruso (abuelo del frío) intentó ocupar el lugar de Papa Noel y se distribuyó una especie de manual para indicar a empresas, escuelas o grupos de pioneros cómo celebrar las navidades sin que parecieran las navidades de siempre.

El recuerdo de aquellas últimas navidades, tanto de los alemanes del Este como del Oeste, es mucho más leve que la impresión que habían causado los últimos acontecimientos políticos: la caída del muro en Berlín, la libertad para viajar, el dinero de bienvenida de la República Federal, la visita de Helmut Kohl como canciller de la Alemania del Oeste en territorio que hasta entonces era soviético, el discurso frente a las ruinas de la Frauenkirche de Dresden: “A favor de la democracia, de la paz y de la autodeterminación de nuestro pueblo. Y la autodeterminación significa que respetamos su opinión. No vamos a poner a nadie bajo nuestra tutela. Queremos que sean felices aquí”. Kohl quiso transmitir que todos los alemanes eran un mismo pueblo y debían estar unidos para observar cómo iba a continuar la historia.

Pero la realidad era otra: allí había dos Estados, dos sistemas. Y no todos estaban ansiosos por la reunificación. ¿Qué está pasando?, pensaban. Muchos creían que la RDA no desaparecería sin más, que sobreviviría. Pero la reunificación fue rápida y la anexión en el marco occidental, muy veloz. Muchos pensaron que la frontera podía volver a cerrarse en cualquier momento antes incluso de haberse abierto del todo. No solo políticamente, que también, ningunear las emociones de los ciudadanos del Este podía provocar el rechazo ante la reunificación. “La casa Alemania debe construirse bajo un techo europeo, ese es el objetivo de nuestra política”. La aceptación por parte de la Unión Soviética era vital, no debían desestabilizar el continente.

La mayoría creyó a Kohl. Aquel viaje fue una obra maestra de la diplomacia. Una tercera vía para el socialismo fue descartada. Aquella noche, en Dresden, muchos asumieron que no había vuelta atrás. Había que celebrar elecciones libres. Después de 30 años, aún persiste el sentimiento de pérdida de muchos ciudadanos del Este y sus políticos hacia los logros que se llevaron a cabo en la RDA. La unidad alemana quedó escrita en la historia como una victoria única del canciller Kohl.

Aunque aquellas navidades los ciudadanos del Este todavía tenían la moneda de la RDA y su red comercial, por primera vez, se colocaron algunos adornos por las calles. Llegaron frutas del lado occidental que muchos no habían probado jamás. Por primera vez, pudieron hornear el clásico Stollen sin tener que utilizar cáscaras de zanahoria en lugar de naranjas.

Algunos meses después de aquel diciembre, los alemanes respaldaron en las urnas aquel proceso y eligieron una sociedad libre y democrática, y llegó la reunificación, uno de los mayores éxitos políticos de la historia contemporánea. Dos años después, un día como hoy de 1991, se desintegraría oficialmente la Unión Soviética.

Más de treinta años después, aquí estamos, vamos a aguantar el tirón y sostener el abrazo. Queda menos.

Más sobre este tema
stats