Lecciones de la batalla (II): Putin invade Ucrania y Ayuso pasa por el lado nacionalista a Urkullu

En cada trauma colectivo hay una circunstancia que se pone de relieve con más y más claridad y en la guerra de forma trágicamente visible. Si bien la interdependencia que existe hoy en las relaciones internacionales no es nada nuevo, ha ido incrementándose conforme la globalización económica, la rapidez en las transmisiones de datos y la movilidad diaria de cientos de millones de personas aumentaba de manera exponencial. En la pandemia ese fenómeno se hizo muy evidente y formó parte de una experiencia vital que compartimos a lo largo y ancho del planeta. Desde que se tuvo constancia de la aparición de un “bicho” extraño y letal allá por la lejana China, bastaron cien días, poco más de tres meses, para que el mundo se parara por completo. Hoy se comprueba algo parecido con la guerra en Ucrania.

Podríamos jugar a dibujar un mapa de relaciones causa-efecto donde, partiendo de la noche del 24 de febrero, cuando Putin inició la invasión de Ucrania, se fueran señalando y catalogando las múltiples consecuencias directas e indirectas de ese conflicto armado. Algunas son notorias porque han provocado titulares e inquietud en las altas esferas y en las poblaciones: crisis energética, incremento de la inflación -que ya repuntaba tras el parón económico provocado previamente por la pandemia-, hambrunas en el África subsahariana donde han dejado de llegar los cereales ucranianos, y un largo etcétera. Los mercados internacionales se agitaron. Ni las criptomonedas escaparon a las ondas expansivas de las bombas rusas. Otros fenómenos, apenas empezamos a vislumbrarlos seis meses después de iniciarse los combates. Estamos ante una especie de “efecto mariposa”, solo que en este caso el grácil insecto lanza misiles supersónicos y arrasa ciudades. Nadie saldrá totalmente ileso conforme los daños colaterales se extiendan desde el Dnieper hacia Europa Occidental y más allá. Los países son conscientes de esto y lo usan como arma de guerra.

Al definir los grandes paradigmas que pueden explicar los engranajes de las relaciones internacionales, dos politólogos norteamericanos, Robert Keoane y Joseph Nye, desarrollaron a finales de los años 80 la teoría de la interdependencia compleja, opuesta a la del realismo. Simplificando mucho, se podría subrayar que mientras esta última, en sus múltiples ramas, considera al Estado el gran actor de la política internacional, cuya conducta viene presidida por el interés racional calculado sobre bases egoístas fomentadas por la ausencia de un gobierno internacional, el paradigma de la interdependencia cambia el enfoque. Keoane y Nye insistieron ya desde sus primeros libros en que las relaciones internacionales se traban por algo más que los estados, ahí están las multinacionales cada vez con más poder, la sociedad civil organizada, los foros informales como Davos o similares con auténtica capacidad de influencia, etc. Por otro lado, y con un enfoque muy diferente al de los realistas, advirtieron que la agenda global está formada por problemas de naturaleza múltiple que no obedecen a una jerarquía clara, y muchos proceden de elementos de política interna de los estados, lo que hace que la división entre política interior y exterior cada vez sea más tenue.

La mariposa aleteó y los huracanes apenas han comenzado a surgir. Si no fuera por lo trágico de una guerra, sería un momento excelente para observar desde la atalaya

Estas características apuntadas por la teoría de la interdependencia compleja han estado muy presentes en la política exterior europea y de forma muy especial en la ahora tan criticada estrategia de Merkel respecto a Rusia. La canciller presumía que mientras Rusia obtuviera una parte sustancial de sus ingresos por venta de petróleo y gas a Europa, la amenaza de conflicto se diluiría. Pero la interdependencia nunca fue tan sencilla. De hecho, la complejidad forma consustancial de la misma. Bastó con que Rusia se asegurara con China y otros Estados la venta de energía, para que lo que había sido un factor de dependencia se diera la vuelta como un boomerang. De ahí que hayamos pasado de preguntarnos si Europa sería capaz de dejar de comprar petróleo y gas a Rusia para dejar de financiar la guerra, a correr despavoridos a buscar gas por medio mundo ante la amenaza de que Putin corte el combustible. 

De ahí a la inflación, a las reacciones en los mercados financieros que iremos viendo en función de cómo evolucione la guerra, pasando por las hambrunas en África que, junto con los efectos del cambio climático, provocarán de forma inmediata un incremento de las migraciones, con las que, por cierto, también está jugando Putin para azuzar las contradicciones europeas. Hoy ya se constata cómo los mercenarios de Wagner al servicio de Rusia hacen lo posible para que, en un par de meses, la extrema derecha gobierne Italia. Salvini- Meloni o Meloni-Salvini mantienen con el presidente ruso unas relaciones que en algunos casos implican connivencia, y en otros algo más que cierta complicidad. Los caballos de Troya nunca dejaron de existir. Ahora tampoco.

La cosa no se queda aquí. Alentados por la guerra que todo lo contamina, conflictos que estaban enquistados como el de Kosovo vuelven a adquirir protagonismo y desde China llegan vientos bélicos ante la visita de Pelosi a Taiwán. De Corea del norte nada se sabe, pero no es difícil de imaginar.

Mientras tanto, aquí en España, ante un plan de ahorro energético urgido por la necesidad, (y contrastado con CCAA y municipios según se cuenta aquí), que en realidad debería haberse puesto en marcha años atrás por las exigencias de la crisis climática, la interdependencia ha conseguido que Isabel Díaz Ayuso pase por el lado nacionalista al mismísimo Urkullu, declarándose insumisa ante las elementales medidas dispuestas por el Gobierno central. Mientras, en el otro lado del ring, Francina Armengol activa la competencia virtuosa de ver qué Comunidad es capaz de ahorrar más. Ojalá esta segunda lógica se imponga sobre la primera. 

La mariposa aleteó y los huracanes apenas han comenzado a surgir. Si no fuera por lo trágico de una guerra, sería un momento excelente para observar desde la atalaya.

Como sigue siendo verano, ahí van las recomendaciones de libros: El clásico de la teoría de la interdependencia compleja, Joseph Nye y Robert Keohane (1989). Power and Interdependence: World Politics in Transition. Y uno más actual para entender los procesos profundos que han operado en las sociedades del Este de Europea desde la caída del Muro, de los politólogos Ivan Krastev y Stephen Holmes: La luz que se apaga. Cómo Occidente ganó la guerra fría pero perdió la paz (Debate, 2021).

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