Hoy como ayer, No a la Guerra

Gaspar Llamazares

De nuevo, tan solo los ecos de la posibilidad de conflicto, está vez por parte de Rusia y la OTAN en la frontera de Ucrania, han bastado para que la derecha española se haya apresurado a apoyar por primera vez al presidente del Gobierno en su alineamiento atlantista con EEUU-OTAN, y en paralelo, a calificar de nostálgicos pro-rusos a los sectores de la izquierda que dentro y fuera del Gobierno de coalición se han atrevido a recuperar el famoso 'No a la Guerra', nacido para evitar la invasión de Irak, y que tanto influyó en su derrota electoral.

Su principal argumento, como también frente al de "No a la OTAN", es el anacronismo del lema en un mundo y en un conflicto muy distinto del de entonces, cuando la guerra ni siquiera ha comenzado, y por el hecho de que, a diferencia de aquel momento, el posible agresor es la Rusia de Putin y no los actuales EEUU de Biden. Olvidando en primer lugar que el lema pacifista del 'no a la guerra' fue anterior al momento de la invasión de Irak.

Por otro lado, la crítica a los que entonces defendimos el "OTAN NO" se pretende ignorar la división de la opinión pública de hace treinta y cinco años, las condiciones incumplidas del referéndum y algo mucho más profundo como es el importante apoyo a la neutralidad por parte de la sociedad española frente a los bloques militares. A pesar de ello, e incumpliendo el compromiso adquirido con los ciudadanos, sin someterlo de nuevo a consulta popular, el Gobierno decidió unilateralmente la incorporación de España en la estructura militar integrada a lo largo del año 1999.

Esta amnesia interesada incluye asimismo los desastres de la guerra preventiva y las más recientes intervenciones de la OTAN fuera de su área de influencia del Atlántico Norte, y más en particular la intervención más cercana de Afganistán, cuyos resultados al cabo de veinte años, tanto militares como frente al terrorismo y en defensa de los valores democráticos, que se decían pretender, han sido calificadas por los mismos medios de comunicación, partidos políticos, miembros del establishment, así como por los expertos en seguridad y geoestrategia, poco menos que de vergonzosos y catastróficos.

Por si esto fuera poco, tampoco se tiene en cuenta la íntima relación entre el agravamiento de nuestros principales retos y problemas de política exterior, como parte de la Unión Europea, con las medidas unilaterales de nuestro aliado americano y de la OTAN, como han sido el intercambio de la independencia de Kosovo a cambio de una macrobase militar, la transformación de libia en un estado fracasado, puente de paso de las corrientes migratorias, y más recientemente el reconocimiento de facto de la soberanía del reino de Marruecos sobre territorio saharaui, y sus graves consecuencias en la desestabilización de nuestra frontera sur, sin tener en cuenta las resoluciones de la ONU en el marco del derecho internacional.

Precisamente, por estos precedentes, España debería ser el país más autónomo y neutral de entre los aliados, ya que de acuerdo al referéndum de incorporación parcial a la OTAN las condiciones establecidas fueron nuestra autoexclusión del mando militar integrado y de la nuclearización, algo que, como hemos dicho, se ha incumplido casi desde el mismo momento de nuestra entrada sin que haya mediado ninguna consulta para avalarlo.

Hoy asistimos, como entonces, a una peligrosa escalada de tensión en el contexto de una reconfiguración inestable y peligrosa del orden internacional, esta vez en suelo europeo, donde presenciamos sus primeras consecuencias, entre las que como siempre la primera es el falso relato y la propaganda de ambas partes para justificarla. Y es que la mentira siempre precede a la guerra. De tal forma que, al igual que en la guerra de Irak existía el antecedente de la invasión de Kuwait y la imagen de dictador Sadam Husein el desencadenante fue la mentira sobre las armas de destrucción masiva, ahora para la OTAN el precedente es la ocupación de Crimea por el autócrata Putin y el desencadenante la profecía de una invasión inmediata ante la acumulación de fuerzas rusas en la frontera. Desde la parte rusa, el relato se origina en el incumplimiento del compromiso del final de la Guerra Fría de no ampliación de la OTAN al este de Europa, el despliegue de misiles y la posible incorporación de Ucrania y Georgia a la OTAN, y con todo ello el cierre del cerco en torno a la frontera rusa, a lo que se añade la rusofobia y la imagen de un Biden en horas bajas. Y, por ambas partes, documentos, reuniones y voluntad de diálogo.

Los más entusiastas incluso se han apresurado a descalificar a los del lema "OTAN NO" por su anacronismo, dado el tiempo transcurrido desde el referéndum ante una crisis que según ellos no tendría nada que ver con la invasión de Irak por parte de los EEUU

En definitiva, se acrecienta la tensión entre las dos superpotencias, de un lado EEUU y de otro la alianza chino-rusa en ciernes, con Europa al fondo como escenario de un pulso de gigantes, de nuevo en la frontera de Ucrania, y con más que probables consecuencias políticas, económicas y energéticas, por ahora. Eso es lo que explica las posiciones diferenciadas adoptadas por parte de países como Alemania y Francia dentro de la OTAN y de la Unión Europea, algo parecido, salvando las distancias, a lo que ocurrió ante los prolegómenos de la invasión de Irak. Marte y Venus.

En España, buena parte del establishment y hasta el propio presidente del Gobierno de coalición se han sumado sin matices a dar credibilidad y respaldar la respuesta al relato de la inminente invasión rusa y las sanciones por parte de la OTAN y de los EEUU, sobreactuando con un envío simbólico de fuerzas militares a la zona de conflicto, a diferencia de algunos de nuestros socios más significativos de la Unión Europea e incluso con respecto a su actual responsable de política exterior el Sr. Borrell, aunque todo ello combinado con el preceptivo llamamiento al diálogo. Los más entusiastas incluso se han apresurado a descalificar a los del lema "OTAN NO" por su anacronismo, dado el tiempo transcurrido desde el referéndum, y por extensión a los del "No a la Guerra", ante una crisis que según ellos no tendría nada que ver con la invasión de Irak por parte de los EEUU, que ahora todos reconocen por fin que se hizo con mentiras y al margen del derecho internacional.

Una invasión que además significó el comienzo de la guerra preventiva contra el terrorismo, basada en la estrategia de imposición de la democracia mediante la guerra, frente a los autócratas del eje del mal que, según este relato, apoyaban el terrorismo y la amenazaban en Irak, Afganistán, Libia o la antigua Yugoslavia. Hoy, como ayer, se retoma también la propaganda de la Alianza Atlántica como defensora de la democracia liberal frente a la amenaza del totalitarismo en el mundo. Poco importa si entre los actuales componentes y entre los que se pretende defender hay países autoritarios y con tan escasas credenciales democráticas como Rusia.

En el mismo sentido, si entonces ya no nos engañamos en cuanto a que la política exterior de la Unión Soviética representase algo distinto a sus intereses de gran potencia, hoy, con la Rusia autoritaria de Putin como cabeza, mucho menos.

Sin embargo, ante la escalada surge de nuevo en nuestro país la adhesión a la propaganda de los nuestros y la atribución maniquea a quienes se sitúan frente al alineamiento automático con la OTAN, bien como tontos útiles o como aliados de Rusia, pero en todo caso en el bando enemigo de occidente. Un relato típico de la Guerra Fría, tan antiguo al menos como el No a la OTAN.

Por contra, el "No a la OTAN" y el "No a la Guerra" son hoy lemas tan actuales como entonces, sobre todo ante una escalada de tensión política y militar entre las grandes potencias y ante el peligro de que la paz armada hasta los dientes nucleares y las estrategias ofensivas de las últimas décadas de ambas potencias puedan degenerar en un conflicto bélico en territorio europeo e incluso en una catastrófica guerra nuclear.

En definitiva, se puede y se debe apostar por el diálogo y defender el derecho internacional, el papel de la ONU y la soberanía de los estados como Ucrania, y por tanto rechazar las amenazas de Rusia, como también se puede y se debe defender el multilateralismo como también el realismo del mantenimiento de los equilibrios entre las grandes potencias y las garantías en la seguridad internacional, con las consiguientes medidas de contención, desarme y confianza para evitar lo peor. No a la guerra.

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Gaspar Llamazares es fundador de Actúa.

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