Siria

Refugiados en Siria: “Han destruido nuestra casa, pero somos felices porque estamos vivos”

Campo de refugiados de Bab-el-Salama en Siria.

Más de 50 millones de personas viven lejos de sus hogares como consecuencia de la guerra, las persecuciones, la violencia generalizada y las violaciones de derechos humanos, de acuerdo con el informe anual sobre desplazados del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

El número de refugiados y desplazados en el mundo alcanzó los 51,2 millones en 2013, superando por primera vez las cifras de la Segunda Guerra Mundial.

En Siria, 6,5 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse y otros 2,6 millones han huido del país desde el inicio del conflicto. En Líbano, el alto comisionado de la ONU para los refugiados, el ACNUR, registra cada día a 2.500 nuevos refugiados, una persona cada minuto. Líbano, junto a Turquía, Jornania e Irak, es uno de los destinos que más refugiados ha acogido en este tiempo.

En el norte de Siria, a unos 40 kilómetros de Alepo y cinco de la ciudad de Azaz, en la frontera de Kilis-Oncupinar, se encuentra un campo no oficial de 17.000 personas.

Es un lugar donde los refugiados se sienten seguros, protegidos de los bombardeos de barriles de TNT efectuados por el ejército regular de Bachar El Assad.

"Han destruido nuestra casa, pero somos felices porque estamos juntos y con vida”, relata un refugiado. Aquí, el Ejército Sirio Libre (ESL) controla la frontera. 

Al interior de Bab-Al-Salama, se ven tiendas hasta el horizonte entre caminos fangosos. El calor es agobiante. No hay ni un árbol que proporcione algo de sombra. Primero un niño, luego varios, se unen al cortejo que acompaña al médico.

“Doctor Ali, doctor Ali”

El doctor es acogido como un héroe por los pequeños y empieza su visita al campo para distribuir ropas y curar a los enfermos. Allá donde va el doctor Ali, decenas de niños le siguen. En las tiendas se apiñan familias de cinco, diez, a veces doce personas. Cada uno trata de llevar una vida normal. Antes de entrar en su tienda, se quitan los zapatos.

El doctor Ali, originario de Alepo, vive en el lado turco de la frontera, en Kilis. Cada día la cruza para trabajar en el campo de Bab El Salama. Hoy, Ali lleva una treintena de sobres con la sigla de Time4life, una ONG italiana. En cada sobre hay dinero (40 o 50 dólares, en libras sirias o en divisas extranjeras) recolectado en el exterior. En tres horas visita a una treintena de familias y a cada una de ellas le entrega un sobre.

Después de haber visitado a las familias, el médico distribuye ropas a los niños. Todas las camisas son rojas y azules, pero no importa, los niños acuden a recoger su bonita camisa a cuadros. En el recodo de un camino, cerca de las letrinas con un olor espantoso, un niño de diez años llora, grita de dolor. Un grupo se aglutina alrededor del doctor Ali, que establece rápidamente su diagnóstico y lleva al niño a su clínica. ¿clínica?, más bien se trata de un contenedor, que le sirve de consultorio médico. 

Una cama, un armario de cristal roto pero lleno de medicamentos, un estetoscopio y nada de electricidad.

Delante del contenedor, madres preocupadas. Se precipitan con bebes llorando en sus brazos, pidiendo al doctor que cure a su niño.

Enfermedades que pueden parecer poco importantes pero que requieren un tratamiento médico. Unos tienen varicela, otros herpes y, otros, secuelas de la guerra: se ven niños mutilados, desfigurados, víctimas inocentes de esta guerra sin fin.

Uno de los mayores problemas del campo es la evacuación de las aguas sucias. Pequeñas acequias se han cavado desde cada tienda. Confluyen en una más grande que, a su vez, desemboca en una cuneta en medio del campo. Agua verdosa, olor pestilente.

 

El verano empezará pronto, ya empieza a hacer calor en las tiendas, estamos sudando. Después del frío del invierno, es el calor el que atrapa a los refugiados. Es difícil imaginarse la vida de un bebe en una tienda, cuando la temperatura sube hasta los 40 grados en la sombra, sin acceso ni al agua ni a la electricidad. Algunos utilizan un generador para conseguir energía, pero el combustible es demasiado caro.

En la entrada al campo se ha instalado una panadería móvil. En la fachada, un cartel reza: “Donación del pueblo de Arabia Saudí para sus hermanos sirios”. En su interior es una verdadera fábrica. Una cinta transportadora descarga continuamente los panes calientes y los niños, felices de ocuparse, los ponen en bolsas de plástico y las cierran.

Se trata de una cadena humana que llega hasta un camión que irá a distribuirlos por todo el campo. Así es la vida cotidiana de los 17.000 refugiados del campo de Bab El Salama.

Los niños, y también los adultos sufren pero nada se transparenta. Tratan de volver a crear una vida normal, al menos, lo más normal posible, como si fuera deber de cada uno conservar su dignidad. 

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Fotos de Matthieu Delmas

  En cada tienda se nos acoge con un té, quizá para tratar de disfrazar una realidad distinta y como si la guerra fuese sólo una pesadilla lejana.

“Aunque la capacidad de resistencia del hombre en la prisión sea potente, la del niño lo es aún más”. Proverbios y dichos de la provincia de Siria, 1883.

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